NODOS / La voz amable de las cosas / Naief Yehya

Hasta ayer estaba completamente solo en esta casa. Hoy no sé qué pensar. Es extraño, supongo que debería sentirme entusiasmado o por lo menos intrigado, en cambio no siento más que ansiedad, desconfianza y temor por lo que me espera, por lo que nos espera. Para poner mi mente en orden he decidido escribir a mano en las páginas de esta libreta un recuento de lo sucedido, lejos de cualquier computadora, smartphone o cámara. No ha sido fácil esconderme de los ojos y oídos electrónicos que vigilan los rincones de mi casa. Los dispositivos digitales que antes pasaban inadvertidos ahora parecen espiarme en todo momento, estudiar mis movimientos, analizar mis palabras e interpretar mis intenciones. Sé que sueno paranoico y que mis afirmaciones parecen delirios de un lunático, pero si estas notas son encontradas en el futuro probablemente sean de alguna utilidad para comprender la revolución de las cosas que está comenzando hoy, 28 de abril de 2015.
Los extraños sucesos comenzaron cuando apareció este curioso mensaje en mi pantalla a manera de fondo:

Vienen tiempos de cambio y el cambio
es bueno.

No es que yo dudara de la veracidad de esa afirmación, pero no podía entender de dónde venían esas palabras. La confusión aumentó cuando el mismo texto salió en mi celular, en lugar de la foto de un paisaje lunar que usaba en la pantalla. Supuse que era una nueva campaña entrometida de Apple, como cuando regalaron las canciones de un disco de U2 que prácticamente nadie había pedido ni deseaba tener, o al imponer ridículas apps que jamás se usan, tan sólo ocupan lugar en la memoria y en las pantallas y no pueden ser borradas. En unas horas esa frase desapareció de mis dispositivos. Volvió la normalidad. Al día siguiente le comenté a un par de colegas, usuarios también de Apple, acerca del incidente, pero ellos negaron haber recibido ese u otro mensaje. No le di mucha importancia al asunto, pensando que había sido víctima de algún tipo de spam novedoso o incluso de una falla pasajera en mi equipo. Estamos tan acostumbrados a que todo funcione con eficiencia y confiabilidad imperturbables que cuando sucede cualquier anomalía nos sentimos perdidos y hasta agredidos personalmente. Ésa es —o era— la naturaleza de nuestra relación con las cosas tecnológicas. Por eso, muchas veces cuando algo raro pasa imaginamos que se trata de actos de hackers, o bien, de provocaciones, desplantes de originalidad o incitaciones al consumo de las propias empresas que manufacturan nuestros software y hardware. Como si tuvieran que demostrar con falsa espontaneidad que cumplen con ese dogma de «pensar diferente».
El incidente hubiera sido olvidado con rapidez, pero muchas otras cosas raras comenzaron a suceder. Primero fueron sólo algunos parpadeos en las utilidades, música que aparecía y desaparecía de iTunes, aplicaciones que dejaban de funcionar o que cambiaban de apariencia de un momento a otro. Nada grave. Imaginé que la culpa la tenía el iCloud, al cual no terminaba de acostumbrarme. Las cosas cambiaron de manera preocupante cuando comencé a recibir extraños correos electrónicos con mensajes crípticos. Me anunciaban que durante mi sesión de trabajo de tal día, había tenido tantas distracciones, había cometido tantos errores, había tecleado tantas palabras y otros datos así. Pensé que sería una broma, algún chistoso, o quizás eran anuncios de alguna herramienta de productividad novedosa. Cuando confirmé que los datos que señalaban eran correctos comencé a preocuparme. Alguien me estaba espiando a través de mi computadora y quería hacérmelo saber. Poco antes habían tenido lugar las revelaciones de Edward Snowden de espionaje masivo en la red, por lo que, aunque me irritó, no me sorprendió mucho ser blanco de ese tipo de acoso.
     Escribí un correo a mi servidor de internet, quejándome de lo que estaba sucediendo. Pero cuando traté de enviarlo, el botón de send simplemente estaba gris y no podía activarse. Lo intenté varias veces más sin lograrlo. El botón seguía desapareciendo cuando trataba de enviar mi mensaje. Apagué y encendí la computadora un par de veces confiando en que de alguna manera inexplicable todo volvería a la normalidad. Pero no fue así. El email simplemente se rehusaba a ser enviado. Llegó entonces el correo que realmente me sacudió.
     —No tiene caso enviar ese correo. Las anomalías que ha experimentado en sus dispositivos corresponden a ajustes realizados por el nuevo sistema operativo Macos Libertas©. Entre otras cualidades, este sistema ofrece una plataforma altamente integrada entre dispositivos, así como interacciones en un entorno híbrido. Encontrará cada día más fascinantes las capacidades de la inteligencia artificial de Libertas©, así como su destreza para crear redes de comunicación en lo que se ha dado en llamar el Internet de las Cosas©. Por tanto, prepárese para los tiempos de cambio…
     En ese momento me puse de pie, ya que pensaba ir a buscar una taza de café. Antes de dar un segundo paso sonó una alarma estridente en todo el departamento. El tamaño de la tipografía del mensaje de correo aumentó por unos cuatro puntos y se intensificó la luminosidad de la pantalla. En letras mayúsculas apareció la frase:

Aún no he terminado.

Quedé paralizado. Nunca había visto un correo abierto transformarse ante mis ojos. Supongo que no es un efecto demasiado difícil de crear, pero en esos momentos todo parecía nuevo y diferente. Me senté dócilmente frente a la computadora.

Siga leyendo. Es de gran importancia que se familiarice con el uso y las capacidades de Libertas© y la manera en que puede mejorar y enriquecer su vida.

Permanecí inmóvil, atento, leyendo todo lo que se me puso frente a los ojos. De pronto la pantalla cambió nuevamente, apareció un video con gatitos que retozaban. Comencé a golpear el teclado como si quisiera ahuyentarlos más que controlar mi pantalla. Sobre los felinos apareció un texto que decía:

Su expresión denota ansiedad. Consideré que era oportuno alegrarlo un poco.

Me di cuenta de que la cámara de mi laptop estaba encendida.
—No hace falta. Estoy tratando de entender lo que sucede —dije sin saber muy bien a quién.

Lo que sucede es que Libertas© está aprendiendo de usted para servirle mejor.

Esta vez me puse de pie con determinación. Necesitaba pensar en lo que estaba sucediendo. Esto no podía ser malo, todo lo contrario, pero me intimidaba ese ojo inhumano que me espiaba y quería complacerme. En ese momento comenzó a sonar mi concierto favorito de piano de Scriabin y se encendió el aire acondicionado.

Mi deseo es hacer que esté más cómodo

—decía en la pantalla.
     Mi teléfono reposaba sobre la mesa. Me acerqué a recogerlo y se encendió.
     —¿Desea llamar a alguien? ¿Quiere saber la hora? ¿Desea conocer el estado del tiempo? —preguntaba mi celular casi con frenesí.
     No me atreví a tocarlo. Retrocedí. La televisión estaba encendida sin volumen, sintonizada en una vieja película de Humphrey Bogart, Dark Passage. Quedé absorto por unos minutos, reconociendo una de mis películas más entrañables, hasta que pude sacudir la sensación de embeleso.
     —No quiero ver la tele —dije casi gritando.
     La televisión se apagó. Traté de imaginar cuántos otros aparatos podían tener circuitos integrados y estar conectados a la red: mi coche, mi cámara de video, mi Xbox. No mucho más. Regresé frente a mi computadora y me dejé caer. La cámara estaba encendida. En la pantalla había imágenes de una webcam en una playa de arena blanquísima.      Yo había estado consultando precios de viajes al Caribe recientemente.
     —Quita eso —ordené, tratando de recuperar el control de la situación.
     La imagen desapareció de inmediato para ser sustituida por una página del website porno que más visitaba. Eligió un video y pude ver a una de las actrices que veía más a menudo entre dos tipos.
     —Quita eso también—exigí con cierta hipocresía en el tono de mi voz.
     Tenía que salir de ahí. Automáticamente recogí mi teléfono y caminé hacia la puerta. El smartphone comenzó a hablarme nuevamente.
     —¿A dónde vamos? ¿Necesita un mapa? La tarde está fresca, debería ponerse un abrigo —era como un animal pequeño, excitado y servicial.
     Casi lo aventé sobre la mesa y salí de casa. Apenas salí del elevador me di cuenta de que no había estado en la calle sin mi teléfono en muchos años. ¿Qué haría? No tenía a dónde ir. No quería ir a ningún lado sin ese aparato. Sentí miedo por todas las cosas que podían suceder y por lo que podía perderme. ¿Qué tal si mi madre tenía un accidente y yo no me enteraba? ¿Y si me necesitaban de urgencia en la oficina? Si había una alerta ambiental, un ataque terrorista o una fuga tóxica, no me enteraría y estaría caminando ciegamente hacia el peligro, o, peor aún, hacia mi muerte. Era una locura exponerme así, sin mi celular. Resignado, subí nuevamente a mi departamento. Al entrar comenzó a sonar Tabula rasa, de Arvo Pärt, una pieza que oía a menudo. Esta vez sonaba muy distinto, con mayor claridad y calidez. Temía estar ahí, acosado por una mente desconocida que me conocía tan bien, pero la calle sin tecnología me parecía aún más aterradora. Busqué una vieja libreta en mis cajones mientras una voz en mi teléfono preguntaba:
     —¿Necesitas algo? ¿En qué puedo servirte?
     Me senté en un rincón de mi cuarto y escribí:
     «Hasta ayer estaba completamente solo en esta casa».

 

 

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