No quiero el Nobel / José de Jesús Aguilera

Guadalajara 

A mí me dieron el Nobel. Sí… mi discurso se llamaba “Con los intestinos de fuera”.  Mi  discurso de no aceptación. No quise el premio, pero aún así dije lo que tenía que decir. Luego me dieron el Cervantes por un libro idiota   -dijeron los críticos-; a lo mejor sí…  Cuando fui a Grecia luché contra griegos, cuando fui a Roma luché contra romanos… Cuando voy a mi casa lucho contra mí, contra todos los yo que me esperan para decirme “idiota, puto, loco, mediocre, pedante, miedoso, mierda”; todos ellos están puestos en el espejo, y ahí me esperan siempre.
    Los premios me los dieron antes… antes de venir aquí, antes de conocer a mi esposa, que por cierto se fue con otro, con un romano o griego, o con otro que sí aceptó los premios… Me los dieron antes de que me diera cuenta  que estaba escribiendo, antes de que supiera yo quién era y dónde estaba.
    No recuerdo mucho de mi discurso:  –Me he sacado los intestinos, los he puesto en las hojas, camino con ellos de fuera por todas las calles de la ciudad, todo para que ustedes los vean y sepan que dentro de nosotros hay cosas que no comprendemos, que no alcanzamos a ver lo grandes que somos; para que todos vean que por dentro damos asco y que por fuera todo es pose: premios aquí, discursos allá, un muerto más, un loco menos, un idiota que se va, dos disputas, una muerte,  y vida sin vida. Vida  con los intestinos de fuera, esperando a que por las calles alguien llegue y los pise para que revienten,  que los arranque y ahí terminar, para que todos vean lo que tenemos por dentro… –   Se me quedaban viendo como si yo fuera un pinche loco, y no tengo nada en contra de los locos, me veían como la gente ve a sus familiares recluidos ahí en ese hospital blanco. 
    Cuando el Cervantes, no dije nada, en el libro ya lo había dicho todo… Sí, ahí estaba ella, riéndose de lo que decía, riéndose de la cara de las personas que esperaban mi gratitud… Al final ella se me acercó y me dijo que si íbamos a tomar algo… luego que si íbamos a su departamento. ¿Por qué no? Y ahí ella supo de mis intestinos, de mis males y mis miedos. Los  premios me los dieron antes de  que ella viniera y se fuera… toda roja, llena del dolor que deja el  haber amado. En realidad no fue mi esposa…
    Luego me dieron el Rulfo, el Villaurrutia. Me  invitaron a participar  en la cátedra Julio Cortázar… y nada acepté.  Me  dieron un premio nuevo, el Artaud… Éste sí  lo acepté, para dejarlo tirado en la rotonda de los jaliscienses  ilustres, peleando desde el suelo, combatiendo a la razón mediocre con la sinrazón brillante que deslumbra, que hechiza y transforma las vidas convirtiéndolas en imágenes vívidas…  Ella me miraba, yo estaba gritándoles a todos los que pasaban, les decía que debían abrirse el estómago, sacarse los intestinos, pedir ayuda, no para suturar la herida sino para sacar más afuera los intestinos, para pisarlos y después reventarlos, y con ellos morir un poco la vida… Ella se acercaba y me besaba, después se iba corriendo… No lo sé realmente, puede ser que sí estuviera casado con ella. Después de todo me acuerdo muy bien  de cada detalle de su cuerpo, cada centímetro de piel, su olor, su sabor, su tacto, cuando olía bien y cuando olía mal.
He estado corriendo por todas estas calles y siento como si todo estuviera muerto; y todas sus preguntas, tantas preguntas, tantos recuerdos ya muertos que me obligan a volver a la vida. Ya  no, ya no quiero hablar, es este nudo en la garganta, este pecho oprimido… ¡los premios!, ¿cuáles premios, cuáles libros, cuál matrimonio, ¡amor!?…  
    Una vez alguien se me acercó y me dijo que por qué no había aceptado los premios, que ése era un signo de total y completa arrogancia idiota, que yo era un estúpido, que, la verdad, no merecía esos premios, que no debería seguir escribiendo. La  verdad, no sé cuándo comencé a escribir, ni si alguna vez terminé, no sé qué es lo que hacía en ese tiempo. Cuando  esa persona me dijo todo aquello me dio risa, me dio risa porque no sabía de lo que me hablaba, no entendía a qué premios se refería… además, quien no acepta un premio es porque sabe que no lo merece, ya sea porque es muy poco o porque es mucho para él, pero lo sabe, y yo creo que yo lo sabia.  
    Pendejadas, eso son realmente los premios, sólo pendejadas… yo lo que quiero es una vida. He escrito para ellos, para que tuvieran algo en qué trabajar, para mostrarles un poco de lo que ellos rechazan, todo a lo que le temen… En ello dejé mi vida y ellos sólo me ofrecen premios; yo quiero mi vida de vuelta… que me regresen mi vida… vivir otras cosas, no todo lo que he escrito, todo eso que ustedes quieren y temen vivir, sino lo que yo quiero, lo que siempre quise: ser chef, mesero,  astronauta, esposo y padre, tener un hogar, un perro, un jardín al que cuidar cada mañana y cada noche… una vida, una simple vida como la de cualquier otro: con problemas, discusiones, carencias, de todo lo que están hechas las vidas; pero no estos libros, estos premios, este maldito letargo, estas vidas inventadas llenas de miedos, de odios, de rabia, de malestares estomacales …  de tanta mierda que hay en los libros y los premios…  
     Escribir  día tras día, hora tras hora, minuto a minuto, año tras año… por no sé cuánto tiempo. Escribir sin vivir sobre vidas, sus vidas llenas de miedo, para que ustedes, al leer, sientan que son transportados a otro mundo, que son complementados, que sus vidas son plenas… ¡Pendejadas!, mentiras, sus vidas están hechas de papel y tinta, yo las hice, yo y Cervantes, yo y Cortázar, yo y algunos simbolistas y vanguardistas, yo y todos mis otros yo puestos en el pasado que tanto los han alimentado a  ustedes, ¡y darme premios!  Premios en lugar de vida, la vida que por derecho me corresponde, la vida que me pertenece y que he gastado en escribir para ustedes.
Por eso no acepté los premios, porque por ellos perdí a la esposa que nunca tuve, por ellos abandoné a mis hijos no procreados,  dejé marchitar mi jardín que no planté en el hogar que no tuve.
    Escribí para ustedes… pero ya no. Ahora escribo para mí, y lo bueno de todo es que yo no otorgo premios, los premios me parecen puras…  Yo doy vida, un poco de vida por cada palabra, por cada imagen  que me conmueva, porque en la conmoción va la vida.
     Cuento las noches, ¿sabe?, una a una todas las que estoy pasando… Muchas veces he perdido la cuenta y tengo que comenzar de nuevo, pero eso está bien, me quedan muchas por contar, y eso es mejor que contar premios fríos que están muertos… a veces pienso, mientras comienzo a contar de nuevo: la noche es enorme, nunca terminaremos de contarla, pues el universo infinito se colapsa y expande por siempre… Es como repetir por todas las vidas el número uno… como los tres puntos que significan hasta el infinito…

 

 

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