Madrid, 1971. Estos poemas pertenecen al libro No obstantísimas (Vaso Roto Ediciones, 2024).
LAS MUJERES I
Después de hacer el amor el paisaje es del cuerpo
y el cuerpo nutre el paisaje, tú no.
El cuerpo de al lado, el cuerpo
con el que se duerme dicta el volumen
del mundo, toda la noche, en voz baja la curvatura
de la cadera, la mano exangüe, la boca y su hilo
de humedad. Algo de patera en cada amanecer, hay que
nadar la confusión hasta que se recuerda el vínculo
presente, su orden, hay que escalar el gesto, el lenguaje.
Pone
el índice en su ombligo: cum laude de la iluminación.
Ella abre los ojos, pregunta qué hora es.
LAS MUJERES II
Las mujeres se mueren más
con el útero cerebral, con la cabeza que sembrara
un bíblico PIB de no ser por la codicia en el aire, por
su langosta que se come el sentido primordial, toda forma de vida.
Las mujeres pierden todo. La langosta lo come todo, me contaba
mi padre destinado en el desierto: las olías llegar, millones,
como a mantequilla, era la señal. Había que esconderse
y después había que salir a comprobar el desastre. Se comían
la vida, se comían lo verde ciegamente, se comían hasta la pintura
de los jeeps. Las beduinas alzaban de nuevo sus carpas,
Beit al-sha'ar, «casa de pelo», olían a cabra, protegían,
daban leche. Las mujeres lo habían perdido todo y seguían sin hablar.
LAS MUJERES III
Porque era invierno era pantano
de extenso azogue, no embalse. El cielo
gris de espera, habían huido dos mujeres, comían
sentadas al borde del camino, sumisos
sus perros concentrados en la carne. Alguien
viene caminando de lejos un ritmo jovial, gorro
blanco de lana, ladran los perros pequeños
falderos, brasero su afecto hacen su trabajo
hacia la mujer mayor, ahora de cerca elegante,
campera. Al pasar las insulta muy a ellas salvando
a los perros, por un instante piensan que
en el mediodía de diciembre, así huidas, expuestas es broma
brindada a la luz, pero las palabras líquidas, amarillas, piedad
no cabe y cabe el odio anónimo, ámbar que el aire asume.
Las mujeres no, la boca abierta, a medio camino el pan.
LAS MUJERES IV
¿Qué queréis de mí? Demanda infinita,
cuota recia del amor: la madre está sola
a la niña le aturde su cuerpo, a su amor el omnívoro desgarro
al perro la vejiga.
Eran hermosos los bomberos, sexuales, materia
de chiste, calendario; ellas apagan
angustias diversas, desoyen la suya, tienen
rotas las uñas, flojas, flojas las carnes no se ven.
No se ven. ¿Qué quieres también de mí tú,
vida soñada, pilar otro de puente
que hace perpetua esta interrupción?
A la tarde en la frutería le pareció
prodigiosa tanta redondez, los colores, flotaba
bajo la agresividad de los neones, leones
para su percepción. Luego se la tragó un datáfono
y el carrito y la lluvia, urbanos los tres. A la noche
noche, ya sin demanda, milagro suspenso
palpita su centrito entre las piernas muy romo
concepto de lo exacto, real calor. No sabe
quién es quien lo ha tocado.
LAS MUJERES V
El estar del perro; no merodea, es
precisa su errancia sobre el deseo
si digo volátil miento, yerra la humana voz
para nombrar lo animal. Triunfal su hambre,
seguida de su deseo, de su Versalles genital con el puramente
otro. Yo te oliera así, yo rechazara la falta de mundo aullando yo
pidiera amor panza arriba. No sería migaja sino honestidad,
sumisión desde la raíz del movimiento.
Superpuesta la pureza del perro sobre mi casa
me sobra lo faldero, el tropiezo, la interrupción
de la intimidad. Algún humano precisa de lo quieto, ahí
hay consuelo, la flor de cierta identidad, un aceite, un sueño.
LAS MUJERES VI
Se están pegando, se pellizcan y se hozan
como niñas, risa sin rin, sin conversación ni poder,
el gozo del cuerpo en su roce de mundo. No hay
límites, los ojos fijos, tensa la carcajada
los brazos que se oponen, tiemblan, tienen ahora ocho
años, vieron la película esa: una cría se encuentra
a su madre con su edad, juegan
por los bosques franceses. Lo que daría por una tarde
con la mía, era preciosa mira esta foto.
Yo en cambio, en ese trance me pienso con mis hijas.
Y observa
con tristeza genealógica el suelo, los brazos
aflojan, ha cesado la risa. Hay salón, fecha,
circunstancia. Abre la ventana, está cargado aquí.
LAS MUJERES VII
Que no percibe el montaje colosal del cielo
ni aprecia lo raro, capaz que hermoso de que
dos pelvis se busquen, se percutan.
Que le pasa por viral y por supuesta
la permanencia sana y salva de los que ama que
acaso le sorprenda la perruna exactitud de su perro como
gracia que acompaña y ¡oh! la pantalla, el misil caído ayer
sobre Kramatursk, sin bomba de racimo la palabra
sobre el poema, no así en la estación de tren:
cincuenta y dos civiles muñeco por el suelo; tuiteado
el símil ya no es obsceno, es velocidad
voracidad de digestión, con todo, mejor
una expuesta, aproximada verdad que la nada nada
de antes o la invertida: mira Centroamérica, Armenia
mira doquiera.
De ciencias políticas la profesora
tiene un dilema moral en su cocina: la foto del perro
aterrado de nuevo en Kramatorsk, lleno de metralla
vivo de mentira le toca la primavera de la compasión más
que la anterior de la galería: un banco apartado un niño
desmayado muerto sin sangre se dice hay
que escuchar a las partes hay que agotar la diplomática vía.
La pasión de diferir pareciera ahora el selfie de la zurdería.
LAS MUJERES VIII
Sus trabajitos de cocina remunerados por la niebla.
Sus labores de oficina, mitad de mitad y ni caso,
su felar por amor y por hambre cualquier cosa
que el tangible exija. Paren mucho y estudian mucho
para no comerse a sus crías. Moran y hacen sitio.
No es magia sino especie a favor de cuanto
lleve oxígeno: tardes de verano, humedad
sin objeto, periódicos impresos, duración.
Vallejianamente dan ganas de gritar:
¡Filólogas del cuidado, idos de fiesta! ¡Adoratrices de la raíz,
que la riegue el de la esculpida barba! ¿Ofendidas por la E?
¡Compartid las tetas, el seguro y el vino blanco!
La caída del muro binario es un hecho sin fecha. La violencia
sobre la mujer, biosfera, verdad tremebunda, Pegaso.