Música / Las músicas del Reino Unido / J. Audirac

Debo comenzar esta nota con la particular reflexión de que, sin la música británica, mi formación, mi melomanía y mi curiosidad no existirían. En estas líneas compartiré una visión personal de algo de esa música a partir de los inicios del rock and roll, sin pretender contar una historia de manera ortodoxa; mis sinceras disculpas a los omitidos, que son innumerables, y varios de mis héroes no están. Comenzamos por el rompimiento con los parámetros establecidos en los sesenta, para continuar con los variopintos setenta, los grandes fenómenos mediáticos, las nuevas tendencias en los ochenta, las modas —de lo extravagante a lo patético—, y, a la postre, la globalización, si bien la prolífica y exquisita isla no ha dejado de dar frutos.

     En Norteamérica se inventó el rock como etiqueta, pero en Inglaterra se masificó de manera sorprendente, el fenómeno de la beatlemania es la fórmula pop más exitosa y generadora de capital de todos los tiempos. Se ha hablado demasiado de todo esto; mencionaré a The Who, The Rolling Stones, The Kinks, The Animals, entre varios más como representantes de la British Invasion (los Stones aún están vigentes).
     La Canterbury Scene osó ir más allá: el pop fusionado con sustancias (al igual que Hawkwind y los primeros Pink Floyd), que tuvo como punto de partida, en 1964, a The Wilde Flowers, el prototipo de lo que sería más tarde considerado como psicodelia, a cuya disolución la estafeta pasó a Gong, Egg, Soft Machine, Caravan, quienes llevaron a otro plano la etiqueta de rock progresivo, sin tanto virtuosismo desmedido, una exquisitez espacial y el factor sorpresa siempre presente. Los nombres de Robert Wyatt y Kevin Ayers hablan por sí solos.
     En Birmingham, Black Sabbath dio un categórico revés al flower power con riffs trítonos, lírica oscura y la invención involuntaria de lo que se convertiría en heavy metal. Provenían de la escuela del blues, indudablemente, pero lo llevaron a terrenos jamás imaginados; basta con escuchar la trilogía de arranque, Black Sabbath (1970), Paranoid (1970) y Master of Reality (1971). Su longevo legado continúa; su primer nombre, Earth, fue tomado por los creadores del drone metal, sí, los de Seattle. Sellos discográficos de culto contemporáneo como Southern Lord o Hydrahead son presas de este sonido. Los Sabbath tuvieron como compañeros de odisea a Led Zeppelin y Deep Purple, quienes escribieron sus propias historias de éxito.
     En la vena de la improvisación y el free jazz, amm rompió todos los cánones. Concebido en Londres en 1965, se convirtió en un laboratorio referencial por donde ha desfilado infinidad de músicos de vanguardia, teniendo como eje central al percusionista Eddie Prévost, quien es el único miembro que ha permanecido desde la conformación del proyecto; Keith Rowe (guitarra), Lou Gare (saxofón), Cornelius Cardew (piano, cuerdas), y en la actualidad John Tilbury (piano). Los álbumes amm Music (1966), It Had Been an Ordinary Enough Day in Pueblo, Colorado (1979) y The Nameless Uncarved Block (1990) son muestras idóneas para iniciarse en esta compleja pero extraordinaria odisea. Mientras tanto, en Bristol, Evan Parker hizo lo propio; el magnánimo saxofonista es considerado por propios y extraños como el improvisador por excelencia, y un ícono jerárquico a la altura de Ornette Coleman o John Coltrane. Derek Bailey, de Sheffield (fallecido en 2005), abrió brecha a gente como John Zorn y Thurston Moore; su trabajo con la guitarra es un firme referente, e inspira a nuevas generaciones de músicos experimentales y arriesgados.
     Henry Cow, abanderados del rock in opposition (rio), concebidos por Fred Frith (guitarra), y Tim Hodkingson (saxofón) en 1968, dieron la vuelta a la tortilla, rompiendo esquemas, pasando las líneas de género —jazz, rock, avant garde (todo cabía)—, creando vínculos con agrupaciones de otros países con actitud contestataria ante la industria «formal» del rock, y con la instauración del Festival rio, que tuvo su primera edición en 1978 en el New London Theatre de Londres, donde compartieron cartel con Univers Zero (Bélgica), Stormy Six (Italia), Etron Fou Leloublan (Francia) y Samla Mammas Manna (Suecia). El ingenioso eslogan del Festival rezaba: «Five Rock Groups the Record Companies Don’t Want You to Hear». Tras su disolución en 1978, Chris Cutler (percusión) creó Recommended Records, que dio salida a los materiales de rio, y fue un escaparate referencial con propuestas fascinantes de varios puntos del orbe: basta sumergirse en The Recommended Records Sampler (1982), además de la revista The Re Records Quarterly, de la que se imprimieron trece números entre 1985 y 1997, todos ellos acompañados de un lp, y en los dos últimos un cd —es una revista muy codiciada por los coleccionistas, ya que se tiraron muy pocas copias.
     El glam rock también jugó un papel fundamental en el desarrollo de esta historia, desde que David Bowie decidió mutar en Ziggy Stardust; la máquina Roxy Music, el pomposo cambio de Tyrannosaurus Rex a T-Rex de Marc Bolan, y toda la parafernalia de maquillaje, estolas y desparpajo escénico. Bowie formó una gran mancuerna al lado de Mick Ronson: Hunky Dory (1971), The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972) y Aladdin Sane (1973), las perlas de la corona; después se reinventaría en incontables ocasiones, casi siempre favorablemente. En cuanto a la historia de Roxy Music con Brian Eno —y sin él—, los dos álbumes con este individuo a bordo movieron los hilos de la música: Roxy Music (1972) y For Your Pleasure (1973), la experimentación con tecnología de punta, y la constante tensión con Ferry —en un terreno tan limitado no caben dos líderes tan grandes—; llegó al relevo Eddie Jobson, y vinieron grandes obras, mucho más sobrias: Country Life (1974) y Siren (1975). Bryan Ferry ha sabido comandar el barco: sin más, una de las voces más sofisticadas en la historia del pop. Mr. Bolan y sus dotes como guitarrista y su desenvolvimiento escénico marcaron la diferencia: Electric Warrior (1971), Slider (1972) y Tanx (1973) suenan como si hubiesen salido al mercado la semana pasada, sin dejar de lado los hitos únicamente lanzados como sencillos: «Children of the Revolution» (1972) y «20th Century Boy» (1973). ¿Cuántas reversiones existirán de estos dos temas? En 1977 emprendió el viaje sin retorno. Años después se gestaría el movimiento new romantic, que tomó prestados varios elementos musicales y visuales: Classix Nouveaux, Duran Duran, A Flock of Seaguls y Visage, entre varios más, están en la lista; mención aparte merece, aunque siempre sea citado en este manojo, Japan, liderado por David Sylvian, que por mucho se desmarcó de todos ellos, para que llegaran los prodigiosos Quiet Life (1979) y Tin Drum (1981). A su disolución, Sylvian hizo una fecunda carrera, y sus colaboraciones con Robert Fripp (King Crimson), Holger Czukay (Can) y Ryuichi Sakamoto (Yellow Magic Orchestra) son vestigios del pop más sofisticado.
     Brian Eno no puede pasarse por alto, ha estado presente en todos los ámbitos de la música y el arte contemporáneo, pero sólo mencionaré su magnífico acierto al inventar el ambient. Los cuatro volúmenes de una serie: 1: Music for Airports (1978), 2: The Plateaux of Mirror (1980), con Harold Budd; 3: Day of Radiance (1980) produciendo a Laraaji, y 4: On Land (1982), son atmósferas colmadas, pulcritud sonora.
     El punk nació en Inglaterra, definitivamente, con la presentación de Sex Pistols al mundo, el D.I.Y. (Do It Yourself) se convirtió en el grito de batalla generacional desde 1975. Musicalmente no apoquinaron mayor cosa los Pistols, pero la mitificación era su destino, todo lo contrario a la siguiente andanza emprendida por John Lydon, a.k.a. Johnny Rotten, el sin igual Public Image Ltd., caprichoso en demasía, pero con alcances precisos; Metal Box (1979) y Second Edition (1980) plasman la fuerza del combo, y su categórico regreso a escena en 2012 reitera su condición, siempre un paso adelante. The Clash, tras un par de excelentes discos, dio el giro al fusionar el dub y ritmos variopintos en su música: London Calling (1980), su primera apuesta, secundada por el álbum triple Sandinista! (1981). Crass portaría la bandera sin desviarse en sus siete años de existencia. El anarcho punk a tope, la constante denuncia, el odio a lo establecido, se volvieron un dolor de cabeza punzante para la entonces primera ministra Margaret Thatcher. Christ — The Album (1983) es una obra redonda, con interludios sombríos y constante experimentación. Los más grandes, sin duda. En la vena hardcore sacaron la casta Charged gbh, The Exploited, Discharge y Napalm Death.
     Para los ochenta se dieron varios híbridos, algunos de vida efímera, pero con un legado estupendo. Aquí dos ejemplos: The Glove, formado por Robert Smith (The Cure) y Steve Severin (The Banshees), brindó Blue Sunshine (1983), donde se plasmaba su gusto por la música de Medio Oriente, y se redefinía el camino de sus respectivos proyectos. Dalis Car reunió a Peter Murphy (Bauhaus) y Mick Karn (Japan); su álbum The Waking Hour (1984) fue menospreciado, pero el tiempo se ha encargado de hacerle justicia: la impecable ejecución instrumental, alientos, percusiones, y una cátedra de bajo eléctrico, magnífico.
     4ad Records, formada en 1979 por Ivo Watts-Russell en Londres, dio salida a la siguiente generación. Bauhaus sacudía neuronas con el lanzamiento de In the Flat Field (1980): crudeza, rispidez, oscuridad, y la apertura de la brecha hacia el movimiento gothic rock; Dif Juz y la apuesta instrumental, precursores indudables del veinte-años-después-constituido post rock; el preciosismo polifónico etéreo de los escoceses Cocteau Twins, que hicieron mancuerna con Harold Budd (luminaria del ambient) en The Moon and the Melodies (1986); This Mortal Coil, el proyecto del mentor del sello, que con sólo tres álbumes escribió una vasta leyenda, e incluyó a miembros de todas las agrupaciones de casa para consumar una fantasía que, mientras más tiempo pasa, más se mitifica. Blood (1991) concluiría esta divina comedia, luego retomada en 1998 con The Hope Blister, con resultados menos impactantes. The Wolfgang Press, surgido de las cenizas de Rema Rema y Mass (colosos del post punk, y ambos con lanzamientos en 4ad), aportó momentos cinematográficos, épicos y lúgubres —Standing Up Straight (1986) es el plato fuerte. Lush las guitarras, la magia shoegazing, la dulzura no está peleada con la ruindad; Gala (1990), un viaje redondo. El compilado Lonely Is an Eyesore (1987), editado en lp y video, engloba el momento dorado de la disquera. Otros tripulantes del barco fueron Pixies, Throwing Muses (Estados Unidos), Clan of Xymox (Holanda), Dead Can Dance (Australia) y Gus Gus (Islandia). El sello aún continua activo: en 1999 Watts-Russell lo vendió a Rough Trade Records. Por los mismos caminos abonaron Spacemen 3, con Playing with Fire (1989); The Jesus and Mary Chain, con Psychocandy (1985), y My Bloody Valentine, con Loveless (1991).
Warp Records reinventó la industria de la música electrónica. Concebida en 1989 en Sheffield, en sus filas han militado personajes de la calaña de Aphex Twin, considerado uno de los productores más completos, un manipulador de emociones nato, que pasa de lo sublime en Selected Ambient Works 85-92 (1992) a lo desconcertante en I Care Because You Do (1995); también se enfunda en los pseudónimos Polygon Widow y afx, más orientados a la pista de baile. No muy lejos se encuentra Squarepusher, también precursor de la idm (Intelligent Dance Music): Hard Normal Daddy (1997) es un pinball neuronal, y presagia el futuro acercamiento al jazz más libre detonado en Ultravisitor (2004). Nightmares on Wax es otra de las cartas más longevas del sello: proveniente de la escuela acid, con el tiempo tendría finos acercamientos al dub (Smokers Delight, 1995), al downtempo (Carboot Soul, 1999) y al funk (Thought So…, 2008). Boards of Canada es el proyecto de idm reposado más fantástico de la historia: los de Edimburgo desafiaron a la exquisitez con Geogaddi (2002), y remataron en Campfire Headphase (2005), llevado a un plano más orgánico. lfo desarrolló el acid house hasta planos más melindrosos: Frequencies (1991) puede ser la banda sonora de la más demencial fiesta. Jamie Lidell, el nuevo padrino del soul blanco, tras la aparición de Multiply (2005), tomó por asalto un trono que difícilmente le será arrebatado. Autechre y la maravilla de la electrónica plunderfónica, complicados a la primera escucha, pero en cuanto colocan el gancho correctamente, no se puede escapar, basta dejarse seducir por Incunabula (1993). Broadcast y el preciosismo al máximo escribieron un cuento de hadas entre moogs y baja fidelidad, del pop inocente en The Noise Made by People (2000) al viaje caleidoscópico en Broadcast and the Focus Group Investigate Witch Cults of the Radio Age (2009), todavía los echamos de menos. Bibio renovó el folk, amplió su espectro, y concibió un magnífico álbum, Ambivalence Avenue (2009), dejando atrás todos los fantasmas. Red Snapper, el más cercano a la portentosa escena Bristol, drum and double bass, como ellos mismos se denominaban: Making Bones (1998) es un festín de jazz y hip hop, más que actual.
     Madness, xtc, Ultravox, The Smiths, Happy Mondays, The Charlatans, Massive Attack, Joy Division, Portishead, The Future Sound of London, The Orb, System 7, Tricky, Blur, New Order, The Specials, Radiohead, Roni Size, Depeche Mode, Belle and Sebastian, Bonobo, Boy George, Underworld, Cranes, Dub Pistols, Four Tet, Herbert….

Algunos que están poniendo en alto el nombre del Reino Unido en la actualidad, The Horrors, de Essex, activos desde 2005, reinventan su música en cada producción. Cuatro entregas, todas ellas con tono nostálgico, del punk más glamoroso, pasando por el shoegaze y la sofisticación soñadora en la más reciente, seguramente seguirán sorprendiendo. toy, con su contundencia kraut matizada de la más fina psicodelia, y la exquisitez de sus directos, que les han dado credibilidad y han hecho que los grandes festivales se abran para ellos, que a su vez crearon sexwitch, al lado de Natasha Khan (Bat for Lashes), una exploración mística e hipnótica —su material epónimo aparecido el pasado septiembre es un agasajo de principio a fin. Los londinenses Django Django, y el lado psicodélico más amable, pop de excelente factura. Actress da la cara por el frente electrónico, una faceta renovada del idm en los suculentos platos Splazsh (2010) y Ghettoville (2014). James Blake y la excelencia, una travesía por la electrónica más fina, ornamentada por su portentosa voz: James Blake (2011) y Overgrown (2013), sus vástagos al día. Laura Moody da la cara por las mujeres; integrante de Elyssian Quartet, muestra una faceta experimental amable de chelo y voz: Acrobats (2014), magnífico.
     De los artistas que nos visitan en la vigésima novena Feria Internacional del Libro de Guadalajara, destacan las presentaciones de Spector & dj Yoda, el 28 de noviembre, presentados por el programa radiofónico The Selector de The British Council. Los primeros apuestan por los sonidos del synthpop muy manchesteriano, y Duncan Beiny es uno de los mejores tornamesistas en la vena del hip hop y la sampladelia.
     Cinematic Orchestra, todo un referente en el jazz contemporáneo fusionado con electrónica, se presentará el 4 de diciembre; sin duda la noche más esperada por los melómanos de la ciudad: basta recordar Man with a Movie Camera (2003) y Ma Fleur (2007), grandes favoritos.
     El concierto de cierre, el 5 de diciembre, con Jazz Jamaica, promete una gran fiesta, donde los estándares de conocidos temas de todos los tiempos pondrán a bailar a los asistentes.

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