Mitósfera

Daniel Kent

El proceso de la creación es un proceso de crítica consciente e inconsciente.

El de la crítica, de creación consciente e inconsciente.

Luis Cardoza y Aragón, Pintura contemporánea de México

Ruido interno, 2020. Acrílico/tela, 230 x 192 cm

Daniel Kent es un pintor autodidacta. Serlo es recurrir a la potencia natural que nos inunda, a un decidido llamado pedagógico de sí y por sí que, por medio del trabajo —llamado del cuerpo en consonancia con la visión estético-existencial atesorada— formará el oficio, intensificará el desafío de ser vida pictórica motu proprio, no sólo dedicar la vida-a-la-pintura. Ese atributo certero en los intercambios con lo real, la personalidad, tenderá una suerte de trueque de calidades e ideologías con el mundo, lo que las huestes artísticas a las que se pertenece —todos tenemos una o más— han logrado, reafirmando modos de ser y de trazar el Camino en lo cotidiano y lo simbólico.

El chivo expiatorio, 2011. Acrílico/tela, 196 x 253 cm

Mitósfera. Obra reciente de gran formato, es un gran resultado pictórico de ese trueque íntimo y grandioso; cúmulo de hechos de pintura de singular magnificencia expresiva y de factura, en donde Daniel Kent deja ver las citas materiales y espirituales, los modos corporales (movimiento) y las emociones (el pathos) que en ciertos giros estéticos y artísticos lo vinculan con momentos de la pintura del Renacimiento veneciano (Tiziano, Veronés), de la Escuela Flamenca (Bruegel, El Bosco) y, tal vez, ciertos ecos de la sutileza y el sentido general iconográfico sugestivo de la pintura prerrafaelita inglesa. El sentido y apostura de los personajes y símbolos, o los fondos de destellantes abstracciones lumínicas surgidas de un manejo del color que persigue configurar contrastes que unen, cada cual en su grado preciso, el aliento dramático a la sátira, marcan el entendimiento, el agudo y regocijado, aunque trágico, lirismo deseante de Kent en pos de constituir sus imágenes.

El cordero de Dios, 2011, Acrílico/tela, 190 x 230 cm

Invita a ver y valorar dos tipos de obras, diría, también, dos ámbitos estéticos y artísticos en su Mitósfera… y, seguramente, en su producción general: lienzos de 2011, y anteriores, y los realizados desde esa fecha al presente. En ambos interactúan el enigma mitológico, los recovecos de lo paradójico, la presencia protagónica de cuerpos desnudos de mujerespájaros —mujeres animales al fin—, pájaros raros, hombres antiguos, taciturnos en sus cuadros. De ahí que, en el primer ámbito, aparezcan alusiones al Fénix o a su espíritu de resurgimiento (Nacimiento del Ave Fénix), elefantes fantásticos asediados por aves hostigantes (Ruido interno), un minotauro frente a un ave-mujer (La manzana de la discordia) no lejano del ave-hombre forzadamente a caballo (El juego de la zanahoria) ni de los seres que viven en la futuridad anhelante e imposible de una promesa (Don Giovanni trasvesti).[1] Una lectura fundamental, una coincidencia de la capacidad imaginaria con la morbidez lúdico-destructiva de los personajes que pueblan el Jardín de las delicias, del Bosco; seres ideales, demonios de diversa morfología, agentes que contribuyen a la estructura compositiva y a la fuerza estética de los cuadros de Kent, en donde nada ni nadie es destruido, mas sí atraído hacia la ambigüedad, ambivalencia, multiplicidad esencial y de significación que puede suscitar lo fantástico alimentado por el mito. El Don Giovanni travesti es, para la exposición Mitósfera, un eje y un puente hacia el segundo ámbito que percibo: el de obras como La bendición del oro, Natividad, Lo bello y lo siniestro y Eros y Thanatos, que denotan la sabiduría visual y artística, al máximo, de quien los pintó.

Las crónicas de la marquesa, 2020. Acrílico/tela, 230 x 300 cm

Cuadro muy fuerte en su significación y energía expresiva, su calidad pictórica, su coloración en equilibrio con el tema (entre púrpuras, rojos, lacas y grises, pardas tinieblas), Don Giovani travesti muestra al enamoradizo personaje que prometió mintiendo, vivió de lo imposible y, en esa obra, está determinado por la transitividad de su travestismo, doble juego vital que aumenta el sentido múltiple de su constitución humana. Anuncia el esplendor cromático, iconográfico y compositivo (no importa que esté solo, vuelto hacia sí mismo, casi en posición fetal) de las obras mencionadas, posteriores a 2011, en cuyas imágenes reverberan las cualidades y el apogeo de personajes al límite, arrastrados por la dialéctica con la que la cultura occidental nos ha enseñado a entender y, para el caso, ver, el choque de las emociones y los procesos de la naturaleza como, precisamente, el amor y la muerte, la sobrevaloración material y la sacralización simbólica del oro, representado —espero no equivocarme— por una mujer desnuda, la unión de la belleza y lo siniestro, y por si fuese poco, en ese concierto de fenómenos enormes: el nacimiento.

Los temores morbosos de la veleidosa, 2020. Acrílico/tela, 220 x 280 cm

Al ver La bendición del oro, Natividad, Lo bello y lo siniestro y Eros y Thanatos, puntales en Mitósfera… y, seguramente —intuyo— en la trayectoria de Kent, se advierte la certera y ágil imaginación compositiva, plena de afecto y veneración en paralelo con una proclividad a pintar zonas iluminadas por el milagro plástico y anecdótico. Reconozco en La bendición… la actitud de los Cristos en éxtasis, frecuente en obras simbolistas, o la concentración de personajes en trance, en Kent resueltos con plante rotundo, logrados por los prerrafaelitas; admiro el sentido que el artista da a las figuras de mujeres cubiertas, a medias, con lienzos blancos que evocan, en luminosa actualización, a las de Rembrandt —así en Lo bello y lo siniestro— altocar el agua con la punta del pie, en suave actitud y acogimiento del amante.[2] Natividad —¿nacimiento del ave Fénix?—contiene, al igual que en varios de sus trabajos, un par de desnudos, uno yacente —¿el de la madre del Ave…?— y uno que, casi de pie, es sostenido por personajes de entre los cuales, a la usanza renacentista, dos miran hacia el espectador. ¿Celebración del Nacimiento o avasallamiento de un fenómeno que el poeta cubano Lezama Lima calificaría de «sobrenaturaleza»? No importa si es el uno o el otro, pues aunque la pintura objeto de este escrito asuma la tarea de presentar temas mitológico-fantásticos transfigurados por medio de profundas citas técnico-metodológicas de la tradición occidental, es un hecho material contemporáneo que presenta cualidades propiamente materiales de su constitución, es decir, artísticas.

Los ministros de la faraona, 2011. Acrílico/tela, 195 x 196 cm

Cuadro de cuadros en la producción de Kent, Eros y Thanatos, cuyo tema a doble voz esuna de las aporías más compactas e inextricablesde la historia del mundo, posee una interesante complejidad estética y, al mismo tiempo, una nítida distribución compositiva a base del díptico pintado que la cimenta. Contrapunto visual, Thanatos está a la izquierda: el cuerpo desnudo de una mujer yacente, en gamas naranjas y pardas, fondo grisáceo y frío, tomada por oscuro personaje que apenas asoma de su túnica, concentrado en su objetivo, ambos en asedio de un tropel de cadáveres, sin aliento unos, otros, en suerte de reclamo metafísico, el todo resuelto en negros, pardos, tonos verdosos. A la derecha, Eros, amasijo de vivos y muertos, confusión de gestos, quizá pequeñas muertes dentro de la muerte anhelante que habita en ciertas fisuras de eros como erotismo o como pathos amoroso que invade al ser amante…Esa excelente obra es, quizá, una síntesis de los hallazgos artísticos del pintor: su recurrencia a lo mitológico, a la profundidad y acierto compositivo de lo antiguo como recurso para representar a la colectividad que participa en la obra, como aquellos grupos que miran lo que está pasando en ese espacio, mientras que otros contemplan, desde el conjunto, a quien los está viendo desde fuera, tal, por ejemplo, La Escuela de Atenas, de Rafael, o sea la intimidad colectiva feliz en escenas de boda y fiesta en Bruegel, sus personajes que se regocijan con los otros o, simplemente los observan.

Memorias de un fantasma, 2020. Acrílico/tela, 230 x 300 cm

A través de su gran libertad autodidacta —ese llamado de sí hacia sí y, luego, hacia el mundo—, vital y decidida imaginación obsesionada por la poética del mito, el pintor Daniel Kent hace contemporáneo lo antiguo a través de un sólido repertorio técnico, una plural metodología artística, una recurrencia a la figuración naturalista en combinación con desplantes geometristas propiciadores de equilibrios visuales necesarios a su exuberancia general. Dichos cometidos han apoyado con holgura la contundencia y delicadeza de su expresión entre lo sagrado y la frágil frontera que separa y une al amor y la muerte, la pasión de lo que renace (su insistencia iconográfica en el Ave Fénix lo demuestra), tal vez la ironía como corolario metafísico del arte ante la complejidad de la existencia.

Baldanders, 2014. Acrílico/tela, 200 x 258 cm
Don Giovanni, 2010. Acrílico/tela, 200 x 150 cm

Elia Espinosa (Ciudad de México, 1953). Poeta, historiadora y crítica de arte. Autora, entre otros libros, de Jean Cocteau, el ojo entre la norma y el deseo (unam, 1988).


[1] Véase la magnífica tesis de Doctorado en Historia del Arte (UNAM, 2016) que presentara Didanwy Kent sobre la complejidad de la promesa en Don Giovanni, su naturaleza lingüística, física, ética y estética.

[2]  En los siglos XVI y XVII, el mundo histórico iconográfico y estético europeo generó un arte de la pintura cuyos recursos técnicos alcanzaron un desarrollo extremo (el temple, el óleo, la pintura al fresco) que ha sobrevivido hasta el presente tardomoderno. Larga etapa en que la intensidad plástica y convocante del mito ha sido objeto de transformaciones que, incluso, han alcanzado al capital de forma parecida a la que se llevaba a cabo en aquellas centurias de génesis del capitalismo incipiente en Italia y en Flandes.

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