Mili, en lo inacabado mutante, de Jacobo Sefamí

Carmen Villoro

(Ciudad de México, 1958). Uno de sus últimos libros es El habitante (Paraíso Perdido, 2018).

Este breve y profundo libro es una muestra de un trabajo de elaboración, minucioso y persistente (perseverante) del trauma psíquico, de la catástrofe emocional. Un niño de cuatro años presencia cómo es arrollada su hermanita de apenas tres años por un automóvil, para morir minutos más tarde en el trayecto al hospital. Tan sólo el relato de los hechos avasalla a cualquier corazón sensible. Tan sólo la primera página de este cuaderno, que es la nota periodística, fría y descriptiva, abre un hondo socavón en el espíritu. Zacatecas esquina Jalapa, Colonia Roma, un coche Plymouth, 5:00 pm. Los datos se insertarán en la memoria del testigo como marcas indelebles, el código íntimo del dolor.

Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis, el médico vienés que admiraba a los poetas y decía que no había vicisitud de la naturaleza humana que ellos no hubieran plasmado con maestría en sus creaciones, describió el trauma (tomando este vocablo de la medicina) como un acontecimiento personal de la historia de la persona, cuya fecha puede establecerse con exactitud. La experiencia, por su intensidad, rebasa la capacidad del sujeto de responder a ella. Queda la vivencia como un cuerpo extraño, una cápsula de sufrimiento sin salida que buscará, sin embargo, caminos de descarga a través de la imagen y a través de la palabra ritual y primitiva.

Decir tu nombre, Mili, decirlo mil veces mil, mil veces Mili, milimétricamente pronunciado hasta alcanzar el milagro: hacerte aparecer. Conjuro que adelgaza el tiempo y me regresa al instante en que eras Mili, milindamuñequita, mi hermanita, y no el hueco de representación, la ausencia de palabra, Mili, en lo inacabado mutante. La segunda parte de la construcción del título del poemario: «lo inacabado», nos habla de proceso: algo que sigue y sigue, abierto como una herida, interminable. No bastará una vida para alcanzar la dicha que reinó antes del accidente.

¿Cómo hacer arte con la devastación? ¿Para qué hacerlo? ¿De qué sirve nombrar, decir, rezar 
y recordar? La poesía aparece en la vida del poeta como una posibilidad de salvación, una clave de sobrevivencia, una clave 
de sol para disolver las sombras, para ir acomodando los días por venir, una partitura para hacer del caos una melodía, a veces apacible, a veces estridente, pero posible, medianamente habitable, humanamente digerible. Y entonces el poeta se hace poeta para dar figurabilidad a lo innombrable, para poder vivir.

Del título aún quiero decir que lo mutante indica los diversos rostros, las formas que adopta el sueño de lo que pasó, como un caleidoscopio que cambia la composición con el giro del tiempo y del enfoque. El demonio aparece siempre con diferentes rostros.

El primer poema de este cuaderno nos muestra un pensamiento fragmentado. Transcribo el poema:

Mili, en lo inacabado mutante

(Vela) lo inacabado mutante (ve) la fiera inventada
de la noche retrocede  (desanima) la purga furtiva en
que tu retrato devela el hollín (del encéfalo) (di) si los
silencios resplandecen  (vuelta) en lámina  (mancha)
escarlata (crece) por debajo (rizoma) (absorbe)
el golpe quién eres (Mili) con tu piel fragante y las
crines (gordas (rezonga) espiritual devienes corteza
áspera (astilla) (come) chilaquiles (embadurna)
mole (ríe la velocidad trina con los pájaros (suelta)
los dedos (escurridizos)  (obedece) momia (unge) la
lengua en el asfalto  (muerde) cerrojo a la izquierda
(papá) microscopio de los vértices (anuda) las señas
(vuélvete) infanta enana  (para siempre) (enarbola)
tu rastro (voz) (emerge) el territorio inocuo
(deshabitado) Luvina  (toca) la elisión (ocurre) del
ozono al oxígeno (asfixia)  (pon) punto (pliegues) del
alma (espera) te alcanzo  (dame) la mano

En el texto, el hilo discursivo se interrumpe con vocablos encerrados entre paréntesis. Ahí, en esos nichos que protegen los signos como un capelo, permanece el lenguaje afectivo, la emoción del niño en medio de la anécdota. Ésta es mi arbitraria lectura:

(vela) dice el poema. Es una imploración.
(ve) nos remite a la presencia del hecho
(inventada), la fiera, es el deseo de su inexistencia
(desanima), desactiva la escena
(del encéfalo) qué terrible palabra
(di) la petición es clara: vive: si no, tan sólo (vuela)
(mancha) que no se quita
(crece) la mancha, pero tú, Mili, también (crece)
(rizoma) (absorbe) lo orgánico, la vida
el golpe quién eres (Mili) con tu piel fragante
(ríe) chilaquiles, mole, lo familiar nutricio
dedos (escurridizos) como el agua se va
(muerde) (papá) (anuda) todo lo que sujeta imploro
(vuélvete) (para siempre)  (emerge) resucita pido
(deshabitado) yo para siempre
(espera) te alcanzo (dame) la mano

La plegaria dirigida a la hermana desarticula el acontecimiento a la vez que lo representa. Lo escenifica para modificarlo en la imaginación.

Todos los poemas, salvo dos, tienen esta estructura de prosa a dos voces. O yo diría que una voz es prosa y la otra es poesía. Muchas de las palabras cuidadas entre paréntesis son verbos en tiempo presente: velavedivuelacreceríetocadame.

El segundo poema, «Mili, riela cerca», reproduce escenas nítidas que se empalman. Se recuerda el detalle: «el paño rojo de la vereda», «la madera el esplendente marco a oscuras», «cien huevos al abismo en el boquete de las escaleras». Los labios de mamá son belfos.

Aquí la poesía, esa que viene en los paréntesis, nos remite a las preguntas íntimas del niño que se pregunta y trata de explicar lo que nadie puede. Sara quedará convertida en estatua de sal por mirar atrás, sólo el perfume de la sal y los aullidos de madre llegarán a la guarida debajo de la cama.

Todas las noches vuelve Mili: «Buenas noches, Mili» es otro poema. Sentada en el columpio, alegre, va y viene con sus zapatos blancos. Ella le da su domingo al hermanito, él le da besos. La ternura es un fruto en esplendor. Luego vienen imágenes violentas: «el paño rojo (en la calle)», «su cuerpo (ausente)», «los huevos (desparramados)», «Mamá deshecha (en el zaguán)».

«Mili llega y se va», dice el poeta, «y yo también». Llega en sueños para negar su muerte. El poeta le ofrece un chocolate. Mili desaparece.

En el poema «Mili, datos precisos, mi ausencia», el poeta hace un recuento biográfico, un acta de nacimiento y de defunción. Los datos arrojan realidad, son precisos, terriblemente, fatalmente precisos. Como en los sueños traumáticos, las imágenes regresan, las escenas son reales, intensas, vívidas. ¿Por qué recordarlas una y otra vez? ¿Un acto de crueldad del inconsciente? ¿Podemos entender esa extenuante repetición como la búsqueda de una oportunidad?

Lo inacabado muta hacia el poema. El niño que se hizo poeta ese 14 de mayo, a las cinco de la tarde, sin saberlo, abre con estos versos la ventana. En 1962 sembró una semilla. El árbol ejerció su reinado, fue creciendo en el alma, dando frutos de sol y tiempo distendido, ha dado hojas de mar con horizonte y compasiones dulces. Brotaron cada tanto las ramas de la fuerza y la misericordia. El árbol de Mili ha crecido frondoso, poderoso. Su follaje se nutre de sabiduría, de entendimiento. Vida y muerte se fundan en la luz que irradia su corona.

«¿En qué momento mi huella en la hoja?», se preguntaba el niño. Aquí y ahora, poeta, tu huella es tu poesía.

Mili, en lo inacabado mutante, de Jacobo Sefamí. Bonobos Editores, Toluca, México, 2019.

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