In memoriam † Francisco Toledo
Jesucristo no entendió jamás los ruegos de mi abuela
Mi abuela nunca aprendió español
tuvo miedo del olvido de sus dioses,
tuvo miedo de despertar una mañana
sin los prodigios de su prole en la memoria.
Mi abuela creía que sólo en zoque
se podía hablar con el viento,
pero se arrodillaba ante los santos
y oraba con fervor más que nadie.
Jesucristo nunca la escuchó,
la lengua de mi abuela
tenía el aroma de las pomarrosas
y el brillo de una estrella
le nacía en los ojos cuando cantaba.
San Miguel Arcángel nunca la escuchó,
los ruegos de mi abuela a veces eran blasfemias
Jukis’tyt decía y los dolores cesaban.
Patsoke gritaba y el tiempo se detenía bajo su cama.
En esa misma cama parió a sus siete hijos.
Cómo ser un buen salvaje
Mi abuelo Simón quiso ser un buen salvaje,
aprendió castilla
y el nombre de todos los santos.
Danzó frente al templo
y recibió el bautismo con una sonrisa.
Mi abuelo tenía la fuerza del Rayo Rojo
y su nagual era un tigre.
Mi abuelo era un poeta
que curaba con las palabras.
Pero él quiso ser un buen salvaje,
aprendió a usar la cuchara,
y admiró la electricidad.
Mi abuelo era un chamán poderoso
que conocía el lenguaje de los dioses.
Pero él quiso ser un buen salvaje,
aunque nunca lo consiguió.
Mi voz es el espejo de la memoria
Mi voz es el espejo de la memoria,
el nudo en la garganta de mi madre.
Un día abrieron una escuela en Ajway
y los niños escucharon por primera vez
la lengua de los Nhkirawas.
La lengua del hombre blanco
sonaba a cristales quebrándose,
miles de fragmentos cayendo
y cambiando el nombre de las cosas.
Mi madre no quiso ir a la escuela,
prefirió guardar en su alma
la música de cascadas del Ore’.
Las historias de los cerros encantados
quedaron intactas en su memoria,
como mariposas multicolores en el baúl de la casa,
mariposas seductoras que siguen escapando
con su sonido de lluvia
para ser engullidas por los nuevos Mokayas.
Nos llamaron tercos y analfabetas, sí.
Nos llamaron hablantes de dialecto, sí.
Lo que ellos ignoran es que somos hombres y mujeres
alimentándonos del canto de Nasakopajk.