Preparatoria 5, 2014 B
Una mañana, al despertar, me di cuenta de una soledad que me consumía. No sabía si reír, llorar o simplemente esperar a que se me pasara. Al principio me desesperé al no recordar cual era la razón de aquella melancolía, después salí de mi cuarto y me dirigí hacia la sala donde cada vez el frío y la desolación se hacían más presente. Seguí caminando sin recordar que ocurría en mí esa mañana. Llegué hasta la cocina, donde un chocolate ya frío me esperaba, era mi favorito, y aun así no saciaba mis ganas de beberlo. Miré hacia mi lado izquierdo y en ese momento comencé a recordar…
De pronto vi una puerta de madera vieja que se encontraba entreabierta. En ese lugar provenía un olor un tanto agradable, que al mismo tiempo era frío y desolado. Me acerqué y terminé de recordar que aquella habitación era de mi viejo, mi viejo abuelo.
El cementerio lo reclamó. Fue un hombre gruñón, pero de buen corazón. Apreciado por toda la familia, tal vez su vejez le impedía realizar movimientos bruscos. Recuerdo su voz callada en mis oídos, sus expresiones cariñosas hacia mí. Todas las mañanas despertaba pidiendo hambriento el desayuno. Lo extraño.