Guadalajara, Jalisco, 1993. Su publicación más reciente se incluye en la antología Hay algo, algo urgente que te tengo que decir, homenaje a William Carlos Williams (Medusa Editores, 2022).
En Una ciudad construida a pesar de sus cerros, Ulises encuentra en su descenso una canalización pluvial, la vía para cumplir una misión personal: llegar al mar y honrar con ello la memoria de su madre. En ese periplo, este joven atravesará una arteria urbana repleta de seres comidos por el abandono, la droga y la marginación, orillándolo a encarar las violentas dinámicas de quienes habitan ese lugar. El miedo, la oscuridad, la inminente pérdida de la inocencia y la conservación de la memoria personal como mecanismo de salvación de la identidad, son presenciados y relatados por una voz sinuosa que rodea a los personajes y sigue la travesía del protagonista: el agua, la que queda del antiguo río, la de las nubes, la del drenaje, la que corre por las tuberías y la que cercan las planchas de concreto del canal, es testigo y da cuenta del viaje de ese joven que se distingue entre las almas perdidas que habitan los túneles gracias a su empeño de seguir siendo él mismo, negándose a desdibujarse en la oscuridad que lo rodea. Ulises se aferra a la porción de maravilla que conserva en el recuerdo de su antigua vida, y que resguarda alrededor de un cuento que irá compartiendo con «el Viejo», personaje que se convierte en su único amigo y le enseña a sortear los peligros del submundo en su viaje de huida irrenunciable, de ida hacia el mar como un recuerdo inventado y por cumplirse.
El agua como voz y como entidad introduce otro tono y otros puntos de vista que complementan los diálogos de los personajes, desde una dimensión que conecta el cauce de concreto con la ciudad que lo contiene y que crece de espaldas a las personas que lo habitan. Este elemento, además de narrar, construye un plano donde reflexiona sobre sí misma y sobre los personajes: el agua se define y redefine como elemento y como lugar; como conciencia, se pregunta y hace preguntas a Ulises, constituyendo en metáfora viva algo que miramos simplemente como elemento de la naturaleza y del que usualmente oímos sólo el ruido. Con esto, escuchar la voz del agua en nuestro idioma consigue acercar al lector a esa realidad de manera distinta, acaso más honda.
Basta echar un vistazo a algunos de los cuentos que Montserrat Rodríguez Ruelas ha publicado anteriormente para notar una atención en la selección de las palabras y las imágenes con la misma importancia con que procura generar tramas sustentables con registros y planos simultáneos y consistentes. Para sus primeros lectores, entre los que me cuento, esta característica ya la señalaba como una autora con espíritu de narradora-poeta (ahora mismo se encuentra trabajando su primer poemario) o por lo menos como una lectora de poesía que encontraba en la narrativa un espacio con la flexibilidad suficiente para construir relatos que admiten (o incluso piden) recursos propios de la lírica para enriquecerse en profundidad y forma.
Desde el plano del lenguaje, además de la construcción de la personalidad y el carácter de los personajes a través de sus voces, la novela busca una aproximación particular: persigue reflejar la profundidad de los hechos y el peso de las situaciones, las palabras y las cosas ante la mirada del lector, dotando de una naturaleza simbólica los elementos del entorno que describe, los saltos en el tiempo y los ingresos a la memoria. Montserrat construye su relato poniendo en juego los efectos de la sonoridad para remarcar la oralidad y el contraste con un lenguaje más literario o poético, dotando a la novela de dinamismo y construyendo el ritmo con que se presentan los hechos. También la autora inserta algunos fragmentos en verso cuya musicalidad y significación resuenan tanto en la experiencia de los personajes como en la de los lectores que acompañamos el duro viaje del protagonista de esta historia.
La organización de las unidades del relato, como estancias del periplo interior y exterior del protagonista, dotan a la novela de una suerte de respiración escénica que induce una progresión dosificada de los hechos, con inicios y finales de párrafo trabajados de manera cuidadosa para entregar unidades del relato con distinta naturaleza y registros, acercándonos a una calidad de la experiencia de vida con la que podemos identificarnos a la hora de recapitular pasajes significativos de nuestra propia existencia. Esta característica da lugar a los saltos entre un fragmento y otro como espacios que permiten conservar en una justa suspensión aquellas cuestiones o elementos anecdóticos que, además de generar cuentas pendientes que aportan al lector cierta motivación para avanzar en la trama, constituyen momentos donde todo aquello que va ganando potencial de desarrollo e indagación consigue la posibilidad de crecer fuera de vista mientras es retomado y completado, en la zona fértil de la curiosidad y la imaginación.
En algunas presentaciones de este libro, la autora ha confesado su deseo de perseguir a priori una novela «rara» en el sentido de aventurarse a desarrollar un ejercicio narrativo que aprovechara el espacio de la novela como formato de libertad total, más allá de los estatutos de género. Este principio, sin pretensiones de exuberancia, da como resultado en Aunque es de noche un conjunto de escenas y planos de enunciación intercalados e interrelacionados que, lejos de enrarecer el relato de los hechos o dificultar el acercamiento a la experiencia de los personajes, logra construir de manera orgánica una serie de unidades de experiencia y elementos metafóricos que se acrecientan y se suman como fragmentos del mapa emocional de un personaje y de una historia más que probable en nuestro mundo, cuya densidad no sólo reside en los temas que se abordan, sino también en los saltos de un registro a otro, en las realidades de las que los personajes dan cuenta; la presencia de sus voces y sus actos resulta emotivo porque lo que se narra es entrañable y descarnado.
Tal vez estos elementos formales responden a una cuestión que da relieve al tema y a las referencias documentales a las que la autora, nacida y radicada en Tijuana, Baja California, menciona haberse remitido en las notas finales del libro: ante la aridez de los datos duros y el lenguaje periodístico, y el ángulo agotable con que la prensa da veloz tratamiento a los problemas sociales, conseguir una profundidad y un detenimiento que permita aproximarse al drama humano en una novela breve lleva a la autora Montserrat Rodríguez Ruelas a echar mano de otras formas de organización de sus contenidos y otras funciones del lenguaje para ofrecer un acercamiento complejo y sensible a las particularidades de un caso como el de su personaje principal, que puede reflejar las peripecias y vicisitudes de los desplazados a la vida marginal con una sensación de cercanía.
Esta novela roza, sin volcarse en ella, la posibilidad de entrar en la categoría de «novela de la frontera», en cuya estirpe bien podría enmarcarse si se quiere. El manejo de los escenarios a partir de lugares emblemáticos de Tijuana pero sin mayores especificaciones, y el desarrollo de personajes con experiencias de vida, deseos y rasgos asquetípicos encontrables más allá de los fenómenos sociales fronterizos, permite que los sitios y problemas que inspiran la novela prueben su potencial significación y poder evocativo con independencia de la circunstancia específica que los generó, fluyendo sin la necesidad de mayores referencias geográficas que acoten el universo de los hechos para que se sostengan. Montserrat utiliza lugares y perspectivas de la urbe, memorias del desarrollo de la ciudad y rasgos de la oralidad de los personajes, lo suficiente para recrear una realidad particular, pero sin volverse rotundamente específica e intransferible.
Mito y mitología personal del protagonista, la utilización de un nombre como el de Ulises, que en literatura lleva por dentro la pulsión de un sino trascendental; naturaleza poética del lenguaje, de fundamento oral, fonético, musical en el fraseo; sentido de identidad y sentimiento de fatalidad en el destino de los miembros de una tribu urbana signada por la violencia y la marginación, y una necesidad de romper con lo esperable en pos de alcanzar un anhelo personal, individual y, al mismo tiempo, en su sentido humano, compartible y universable, Aunque es de noche nos invita a poner los ojos en la realidad con una historia dotada de una fuerza emotiva y enunciativa que subraya el sentido de seguir, atravesando los infiernos y las gentes, hasta tocar la orilla de un deseo cuyo cauce no sabe de fronteras.