I
Imaginé entonces que el calor volvió espejos los protuberantes eriales. El viento crinaba la escamada piel del desierto, retorciendo a latigazos su espina en fulgurantes senderos. A lo lejos las aves rapaces veían el atizar de las brasas del sol sobre la arena, y en semejante esófago de diablo espinado imaginé entonces que el calor volvió espejos los protuberantes eriales.
¿Recuerda usted ese año en que el fango dejó de pringar las botas del curioso sumido en las estepas, que a escupitajos se cubría del dulce sudor de las tierras áridas? Se dejó de premiar al valeroso con el sorbo de la jícara, raptado por lo que a sus ojos, de no ver a nadie sobre el áureo reflejo del cielo, fuese una especie de hombre extinto. Por sí misma levantó su choza, llenó un buche de piel curtida con agua en el abrevadero, descubrió entre polvaredas a un hombre y a rastras lo albergó a la sombra de su lecho, y amamantó con sus falanges las brechas en sus labios, a goterones –unos parecían sangre y otros la última sal de esa tierra. –Despierta –dice su masculina boca, con el fulgor de su piel; la parte más dulce que aseguraba ser una mujer, mirada perdida de esposo extraviado –sin telar que destejer y tejer en su espera–, encontrado en el cuerpo de ese hombre que yace indefenso punzando por lactar ahora los senos a esa loba de cobre.
Moriré entonces…
… sin los minutos de sepultura, sin el velorio del sol y sus fantasías.
Ya la tierra copiaba la noche en su dimensión y a su abismal profundidad como pozo en líneas cristalinas que separaban las sombras, yo esperaba más bien tras ese reflejo las entrañas del agua en su vientre, en cambio me devolvía el destello de mil ojos, ese brillo intenso será la pupila de alguien que me mira desde otro espejo, nos reconocemos de espaldas, creemos vivir a tiempo para apenarnos de nuestro atrevimiento, que tan lejos me sonríe pues le respondo, porque la luz y el tiempo se burlan de nuestras dimensiones. ¿Parpadeará estando ya cegado por su tumba?
II
Ese tubérculo inhóspito mucho más cercano a cualquier otra estrella eyecta a los cuerpos más pesados que el esperma de un sésamo. Todo en él invita a permanecer opiado a bocanadas de su intrínseca neblina que pende en telones púrpuras el horizonte, a mascar sus raíces pútridas que se fragmentan en la lengua, porque la raíz es el vidrioso fruto en esa tierra, donde los árboles crecen a su centro y tan hondo se escarbe no se encuentran sus copas. En cambio en las llanuras de su satélite se exhiben ricas cactáceas ensalivadas en su pulpa.