Cuando se escucha el nombre de Martha Cerda vienen a la cabeza dos pensamientos sobre ella. El primero tiene que ver con su faceta como educadora: hace 20 años colaboró en la fundación de la escuela de la Sociedad General de Escritores de México en Guadalajara y desde entonces, como directora, ha contribuido a la formación de muchos autores. El segundo pensamiento tiene que ver con su labor literaria personal: ha pasado por prácticamente todos los géneros literarios, su obra ha trascendido las fronteras y, cómo no, ha recibido galardones como el Premio Jalisco, en 1988, y el Premio Nacional de Novela Jorge Ibargüengoitia, que se le otorgó el año pasado por su novela Señuelo. Consolidada en estas dos facetas, Martha Cerda no es ajena a una de las manías más gustadas por el ser humano: la de volver la vista atrás y contemplar el camino recorrido. Así, la escritora tapatía, nacida en 1945, presenta el volumen Cuentos y recuentos, donde recopila algunos de los cuentos que ha creado entre 1988 y 2006 y que han sido publicados en diferentes momentos.
Para leer Cuentos y recuentos es necesario hacer hincapié en un detalle que, desde la portada, es anunciado por su autora: el libro se presenta como una «antología personal» y, como se lee en una pequeña nota introductoria, la selección fue hecha «con base en la vigencia de los textos, aunque algunos fueron ligeramente actualizados». Los 42 cuentos que integran el volumen (una docena de ellos inéditos) se mantienen atemporales. Porque, además, el orden de los relatos no obedece a criterios cronológicos, sino que, aclara la autora en la introducción, fueron «alternados por tonos y categorías […]. La intención es no cansar al lector, pues como dice el dicho: “en la variedad está el gusto”».
El entramado del libro queda de manifiesto desde las primeras entregas: el volumen abre con un cuento costumbrista titulado «De generación en generación», que narra la historia de una anciana preocupada por que la nieta conserve la honra que a ella le fue arrebatada; le sigue uno fantasioso, titulado «Amenazaba tormenta», en el que da cuenta de un hombre sobre el cual se cierne una nube que, poco a poco, lo cubre por completo y lo sigue adonde va. Los relatos se van alternando en un ejercicio caprichoso que se antoja seguir hasta el final, sólo para ver hacia dónde quiere la autora dirigir al lector.
Como una especie de Virgilio, Martha Cerda va guiando al lector a través de un viaje por su universo particular, echando mano de una prosa cuidada y de ritmos tan variables como el tono de los relatos. Porque el repaso incluye textos que, al menos en su lectura, suponen un ejercicio lúdico, como «La última cena», donde mezcla el relato del evangelio con la fantasía de Leonardo da Vinci pintando; o «Las mamás, los pastores y los hermeneutas», en el que hace una parodia de la creación del hombre partiendo, otra vez, del texto bíblico; o de denuncia social, como en «Al paso», donde aborda el tema de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Así como hay relatos de fácil acceso, también están aquellos que introducen al lector en mundos enigmáticos («Cautivo de sí mismo», «Perfil psicológico»). Caben, de la misma manera, los que comparten algunas reflexiones de la narradora («Oído al pasar») o, también, que sirven a su autora para jugar con las letras («Asumiendo el vacío») y con el oficio de la escritura («Punto final»). La variedad temática anunciada en la nota introductoria se cumple.
La prosa de Martha Cerda es simple: no hay experimentos en el manejo del lenguaje ni recurre a «innovaciones» que atenten contra los principios básicos de la escritura. Y eso, en una era donde la redacción messenger comienza a tejer su imperio, es algo que se agradece. La prosa de la escritora tapatía es limpia de principio a fin, centra la experimentación y las innovaciones en las historias, sus temas y variantes, no en la manera de contarlas.
Se sabe que toda antología es incompleta. 20 años son muchos y, seguramente, habrá otros relatos que deberían estar incluidos en Cuentos y recuentos y que, por alguna u otra razón, no fueron considerados en la recopilación final. Quizá, y sólo quizá, haya historias que el lector pudiera calificar como mejores que las antologadas y que no pasaron el filtro final. No obstante, el volumen sirve para hacer una visita guiada por el edificio que, con el paso del tiempo, ha construido Martha Cerda con su literatura. O, visto de otra manera, es un buen pretexto para mirar por una ventana diseñada a placer por la narradora. Una ventana que invita a mirar y saber todo lo que Martha Cerda quiere que el lector conozca acerca de Martha Cerda.