Guadalajara, Jalisco, 1982. Su libro más reciente es Poesía morosa. Prositas de amor contra el SAT (Ícaro, 2022).
Haciendo mi pequeña pero empeñosa búsqueda de datos en Google sobre Hilda Hilst (São Paulo, Brasil, 1930 – 2004), para mí una autora hasta hace unos meses desconocida, lo primero que me aparece es una foto de ella, ya entrada en años, sacando la lengua. Esa imagen contrasta con la belleza enigmática que fue elegida en el flyer para la presentación del libro Pequeños discursos. Y uno grande, de Hilda Hilst en traducción y prólogo de Paula Abramo, el 25 de julio pasado en el Instituto Guimarães Rosa México del Centro Cultural de la Embajada de Brasil, donde tuve la fortuna de participar, al lado de Paula y de la poeta y también traductora Tedi López Mills, quien actualmente dirige la bellísima Colección Relato Licenciado Vidriera de la UNAM, sello bajo el cual se publicó este libro.
Y esa primera imagen es la que, creo, puede configurar el rostro de varias de las voces que aparecen en este libro compuesto por diez relatos que parecen tener, de entrada, dos cosas en común —aunque acaso, ambas sean la misma—: socavar ciertas figuras jerárquicas del poder (Dios, el rey, el general, y las palabras de estos) y socavar el lenguaje y así construir uno propio y propicio al triunfo de los sentidos ante la vida.
En un prólogo tan generoso para la autora como para sus nuevos lectores en México, Paula Abramo nos presenta a Hilda Hilst como una prolija autora que luego se convirtió en escritora de culto entre unos cuantos, y hace un recorrido sobre momentos clave de su biografía y también de algunas de las traducciones de su obra al castellano. Entre las características que menciona la traductora, conviene destacar el misticismo, la gran obsesión que tuvo Hilst con su padre, esquizofrénico; formas emparentadísimas con la poesía en prosa, la recomposición del uso de signos de puntuación, mayúsculas y formación de párrafos —o estrofas, en casos puntuales—, y el hecho de que «los personajes se mueven mental y discursivamente fuera de las normas de la lógica, la sintaxis, la ortografía y la moral, y por ello podrían considerarse marginales», según menciona Paula Abramo.
Estamos frente a una obra trabajosa como trabajosa es la de Roberto Piva, Donald Barthelme, Felipe Polleri, Anne Carson, Leopoldo María Panero, Gerardo Deniz, Lezama Lima… E igual de fascinante que cada una de estas.
En su Diccionario de análisis del discurso, Patrick Charaudeau y Dominique Maingueneau aclaran la diferencia entre lengua y discurso, la cual consiste en lo siguiente: como la lengua es un sistema de valores se opone a discurso en tanto que este surge del uso de la lengua en un contexto particular, que filtra esos valores y puede suscitar otros nuevos. Así, los personajes de este libro buscan zafarse de las cadenas de significados que les han sido impuestos y con sus propias herramientas, es decir, sus palabras pasadas por el cuerpo, se han abierto paso en la historia bajo la pisada totalitarista de ciertas estéticas o ciertos lenguajes prescriptos por la sociedad y, en particular una sociedad enclavada en la dictadura militar de Brasil, aunque esta traducción nos ofrece una obra radicalmente vigente en la dictadura de mercado en la que vivimos ahora.
Por estas páginas veremos transitar a varios personajes que transcurren discursivamente a través de la rabia ante el despojo, la enfermedad y, por lo tanto, de la marginación.
Cabe mencionar que el humor es otro de los instrumentos que articulan estos discursos. Después de todo, ya Kafka nos explicó que una risa es lo primero que desafía a la autoridad, así se trate de la vida como su epítome. Como ejemplo, cito el caso de «Gestalt», donde Isaiah, el matemático y «siempre enfermo», termina desposándose con una cerdita a la que además bautizó con el nombre de madre Hilde, a manera de homenaje.
Con personajes que parecieran tener nombres bíblicos y a veces tiradas de enunciados que recuerdan la respiración de letanías es como se van articulando los pistones y la mecánica de estos relatos. Por citar un ejemplo, me gustaría hablar del cuento que abre el libro, titulado «El proyecto».
Se trata de un texto que resulta muy pertinente en nuestros días de precarización donde nos es imposible poseer, ya no digamos una casa sino, por lo menos, la idea de esta, o incluso de la inmediatez misma de la palabra «proyecto», en cuya naturaleza se encuentra también su carácter irrealizable. Así, el relato inicia con: «Hamat, yo Hiram», que suena muy similar al inicio del Ave María en hebrero, «Shalom, lach, Miriam», y da la pauta de la sonoridad y cierto tono devocional que luego chocará con el flujo de conciencia de Hiram, quien le habla a su mujer y a su hijo. En ese relato podemos leer:
me gustaría hablarte del secreto de las palabras, un llegar-a-conocer sin el lustre de ahora, que yo dijera, Hamat, Política Poder, y tú dijeras así: eso significa vida, y lo mejor de ti mismo en el otro, ¿no es eso, Hiram, la Política Poder? Y yo dijera sí, es verdad. Quisiera tanto sonreír para alegrar tu momento, y mostrar mis dientes, morderte el pecho, mezcla de Hiram-Sade, hacerte sangrar de gozo, de disgusto.
En este fragmento nos son presentados algunos motivos constantes en varios de los relatos: el poder, como ya mencionamos, pero también el cuerpo, el dolor y el placer que descansan en la comba acolchada de los sustantivos compuestos. En estas secuencias de pausas contadas, los significados se van polinizando hasta cubrirse entre sí por completo y forman un manifiesto de los sentidos o, más bien, una poética. El relato continúa:
Yo no soy tuyo, Hamat, porque antes de ti se hizo el soplo de Alguien sobre mi cuerpo, y muchas veces he pensado que nací ya maduro y triste y perfecto para morir porque las cosas en mí saben de su destino adulto, las cosas en mí no son cosas-niñas, brotan de mi mano, listas para cosecharse.
Estamos frente a una mística vuelta contra la tradición judeocristiana, una mística elevada desde el habla de la carne, de la repetición desbordante, del fallo. Por su parte, el relato titulado «Amable pero indomable» es una clara defensa de la lógica poética cuyo universo solamente puede pensarse desde una desvinculación de los códigos del poder, la corrección y la norma:
Tu palabra, la de ustedes muchas palabras puede romper muchos bastones de ágata, entierra pues brillos antiguos, mata también al opresor que te había, aplástalo si trata de brotar de ese fruto de carne, nace de nuevo, entrégate al otro.
Este llamado a la libertad contrasta con la descripción de la figura de poder, en este caso el rey:
Pero en torno a los reyes hay siempre un cuerpo enmedallado, metales y botas, rejas y rigidez, puñales, púas y orejas llanas que deforman el fondo de las palabras.
A pesar de que todos estos pequeños discursos son emitidos por pequeños enunciadores —personas cuyo poder ostentan en sus pequeños rincones: en cuclillas ante la enfermedad, al borde de sus desesperanzas y lejos de los cargos de poder político, religioso o militar, por ejemplo—, me parece embrutecedoramente tierno el hecho de que el «discurso grande» pertenezca al personaje más pequeño del libro, de menor rango, más pobre, con menos herramientas y, sin embargo, el más libre de todos. «El gran-pequeño Jozu» es un relato donde, además, se comete uno de los atentados que más duele al neoliberalismo o a quienes tienen el poder sobre los demás: el hecho de ver felices a los obreros.
Este relato narra la historia de Jozu, un encantador de ratas, y un personaje encantador en sí mismo que vive con su rata al fondo de un pozo y además vive del trabajo de la rata, a la que ha amaestrado para ofrecer su espectáculo en las calles de una ciudad a todas luces asediada por el ejército. Jozu será perseguido por la figura de su padre ausente, un general, pero acompañado por sus compañeros Guzuel y Jesuelda.
Creo que es esta historia donde terminan de convocarse de una forma luminosa, si se me permite el oxímoron, todas las oscuridades evocadas por la autora en los relatos previos. La ternura en su máxima expresión se vuelve perceptible, la compasión hacia el otro, ya sea humano o animal no humano, y sobre todo, al discurso, es decir: a la manifestación de la lengua, es decir, de la mente, es decir, del espíritu, en un individuo ubicado en un contexto sociohistórico determinado.
Me parece que esta maravillosa traducción de Paula Abramo es semejante a la delicada técnica japonesa del kintsugui, la cual consiste en recomponer con barniz de resina y polvo de oro una pieza de cerámica rota. Para lograr esta empresa, no se deben tocar los bordes de rotura, no hay que ensuciarlos y se debe evitar que les caiga polvo a toda costa, a riesgo de que no vuelvan a pegar. Así, la traductora logra reacomodar las sonoridades —con todas sus esquirlas— de esta obra escrita originalmente en portugués y nos los presenta en los acordes propios de nuestra lengua, revitalizando así la fundamental obra de Hilda Hilst en nuestra lengua.
Otro aspecto que no quiero dejar de celebrar es el hecho de que además del prólogo, Paula Abramo acompaña al lector con breves notas al pie que pueden esclarecer algunas confusiones de polisemia, o en algunos casos, apuntes sobre el origen de ciertos paratextos, como en el caso del relato «Amable pero indomable», donde Hilst recoge unos versos de la poeta brasileña Lupe Contrim Garaude, un dato que muy probablemente habría quedado por completo a la sombra para muchos.
Sin duda, este título responde a la gran expectativa que ha creado entre sus lectores la colección de Relato del Licenciado Vidriera, bajo la dirección de Tedi López Mills, que con las recientes traducciones como la de Elisa Díaz Castelo, Dos estampas de Nueva York de Edith Wharton, o Enoch Soames: un recuerdo de la década de 1890 de Max Beerbohm (véase Mesa de novedades), en traducción de Juan Carlos Calvillo irrigan de nuevas lecturas y nos traen de nuevo a autores injustamente olvidados. O bien, los ponen en circulación para los jóvenes lectores, con la práctica de la traducción literaria y la lectura crítica e íntima que esta conlleva como uno de sus pilares.
Pequeños discursos. Y uno grande, de Hilda Hilst. Paula Abramo (trad. y prol.). UNAM, 2024.