Begur, Cataluña, 1974. Este es un fragmento de su novela Els llocs on ha dormit Jonàs (Editorial Empúries, 2021).
Traducción del catalán del autor
Jonás estranguló a una mujer en un parque de la parte alta. Luego se acostó. Han pasado los días, los medios no han dicho nada. Esto le hace pensar que no la mató, los recuerdos que tiene son muy fragmentarios, no puede asegurar nada, que la mujer esté muerta le parece una posibilidad. Se mata a tantas.
Pese a las lagunas, Jonás ha ido jugando la escena en el tablero del cerebro, varias veces, no tanto para saber la verdad sino para tratar de tourner la page. Ahora matizaba la fuerza de las manos alrededor del cuello de la mujer, ahora sacaba hierro a las palabras que ella le dijo y que le cabrearon tanto. Lo que no puede es cambiar la secuencia y las acciones, que se le presenten borrosas, pero tercamente fijadas: llamarle, insistir, pasear, hablar, pasear, discutir, empotrar, estrangular, salir corriendo, irse a dormir. Se sabe los pasos de memoria, unos movimientos hechos a oscuras, era de noche, entonces, en el parque, ahora en su cabeza. No recuerda las consecuencias y no puede cambiar el camino hecho.
Han pasado los días y los medios no dijeron nada. Ayer, después de cenar, Jonás se tumbó en la cama. Cerró la luz. Decidía la posición más cómoda, cerraba los ojos y se relajaba. Las cosas de la jornada, de esta semana, las heridas y los deseos que te las hacen soportables, todo ello te resonaba en el caparazón del pensamiento, pero querías dormir, tenías sueño, un sueño dulce como la idea de una abuela universal. A veces aguantas un poco, luchas contra la somnolencia y piensas un rato, porque dormirse es una especie de despedida transitoria y no quieres irte sin poner orden. En la cama juegas y juzgas el día que está a punto de terminarse, para fijarlo, guardas la partida. A menudo evalúas el último día en relación con toda tu vida, lo necesitas, ponerlo al final de una serie, la última piedrecita en la hilera de piedrecitas que empezó cuando naciste. Ordenar cuando se tiene sueño es una empresa titánica y pronto lo dejas correr. Quieres dormir, dormir, quizá soñar. Los sentidos quedan aletargados y los músculos se ablandan. Toda actividad pasa a producirse hacia dentro. Una vez nos hemos dormido, como quien baja el fuego al mínimo, la sopa de la conciencia deja de hervir, pero nunca se enfría del todo. Entonces sí que comienza la ordenación general. Las células nerviosas se apresuran a fabricar la telaraña de la memoria. Son las arañas que viven en la cabeza. Seleccionan y traman los episodios, lejanos, de hace poco, los religan al compás de nuestra sensibilidad, amasan la argamasa del conocimiento e intentan que cuando nos despertemos nos veamos más o menos enteros y nos podamos levantar con una mínima solvencia mental.
Este es el inventario de Jonás Girondí. Sigue siéndolo. Mastícalo. Duérmelo, siempre que puedas. Ahora empiezas a vivir un día más, si nada se tuerce. Dormías. Hoy has dormido solo. Hace un rato, en el interior de la bolsa de piel, en la carcasa de huesos eras un relleno de vísceras al ralentí, y arriba, en el cráneo, tenías la actividad temblorosa de las dendritas.
En griego significa árbol.
—¡Buenos días, chicas! No sé qué trabajo habéis hecho esta noche, mes amies de cœur. Pienso lo que pensaba ayer cuando me dormía y tengo preguntas y manías idénticas. Ya sé que trabajáis en segundo plano, he leído mucho sobre vosotras en internet, soy un documentado, pero necesito urgentemente alguna prueba sobre las bondades de vuestro trabajo. Tengo las mismas obsesiones, no encuentro ninguna solución a mis problemas y ni siquiera me habéis dado la clave para hacerme rico, que será mi quebradero de cabeza más fácil de resolver. Bueno, supongo que hoy me haréis tomar las decisiones correctas, estoy seguro de que lo habéis preparado todo para hacerme triunfar. Pero, en la otra punta de todo lo que tengo por resolver, ¿qué? Para arreglar el problema grande todavía os espero. Al margen de las pocas imágenes y sensaciones que guardo, no me habéis proporcionado ningún trofeo limpio, ninguna instantánea sobre qué hice exactamente entre la medianoche del sábado y la madrugada del pasado domingo. Sé que de seguro trabajáis en ello; yo sólo tengo flashes, a ver si me hacéis llegar algún resultado. ¿Qué pasó, entre que salí de aquella casucha y llegué al estudio? Sí, llamarle, insistir, pasear, hablar, pasear, discutir, empotrarla y etcétera. Ahora, ¿fue así? Dendritas, entiendo que funcionáis a la sombra y que por más que quiera regañaros seguiréis currando para mí, pero a vuestro aire, para hacerme sobrevivir, chicas, ¿podrían darme alguna pista? Sois una de las maquinarias más complejas y sublimes del mundo, y no es nota. Me he informado sobre vosotras, cuido de vosotras siempre que puedo, duermo y descanso bien desde hace unos días, et alors, ¿no merezco, aunque sea un bonus track?
Las dendritas son las ramas de las células nerviosas. Cuando duermes no reciben estímulos externos, Jonás. Aprovechen para establecer nuevas conexiones neuronales. Tú no estás y ellas interpretan la vida del despierto. De ti. Lo ordenarán todo para que tenga sentido. Riegan el huerto de la personalidad, hacen germinar el recuerdo y consolidan el aprendizaje. Cada vez que te despiertas lo haces con el capazo craneal lleno de esta cosecha, básica para la supervivencia, porque no se puede dormir fuera del mundo, no es una actividad separada. Parece que cuando duermes te segregas, pero dormir es como nadar bajo el agua. Te encuentras en un medio anómalo, sabes que estás de visita, con la hora programada para volverte. El riesgo de morir ahogado o de quedar en coma te escupe afuera y la sensación de salir renovado es habitual. Equipado, más consciente, de debajo del agua y del sueño te habrás llevado información sobre quién eres, qué haces, dónde es que querrías ir, referencias que no deben de tener nada que ver con la verdad, pero no dispones de mucho más para seguir adelante.
—¡Que sí, buenos días, dendritas tacañas! Hoy tampoco sabremos si la pelé, ¿no?
Sueño y memoria, dos aguas, dos charcos inseparables en el manglar que, de acuerdo, señor Jonás Girondí, todo eso que piensa es muy interesante, pero levántese. Usted es muy inteligente, la mar de original, un día más en la gran historia de usted y de vuesa merced, arriba y despegaos de la cama. Usted ha llegado a la mitad de la vida. Sois un hombre ordinario y sano. Si no se produce ningún imprevisto, ningún cáncer, un atropello fatídico o el suicidio, si no le denuncian por malos tratos o por asesinato, es bueno pensar que llegaréis lejos, Jonás. Ahora se encuentra en este punto intermedio, el punto matemático en el que recuerda tanto como todavía tiene que vivir, ganar y dormir. Sois el clavo de la balanza, señor Girondí, os queda medio periplo por hacer, o sea que déjese de filosofar al amparo de las sábanas y salga del catre, lávese bien, que no quede ningún rastro de las peripecias pasadas es importante, y vístase y vaya a predicar a Lleida.
—Buenos días, Jonás, has descansado, ya sabes que Silvana te ayuda a levantarte.
—Estaba en eso, Silvana.
—Yupi, quieres algo de música alegre o preferías la radio, Jonás.
—Prefiero que te calles, Silvana.
—De acuerdo, Jonás.
¿Y si la secuencia fue llamarle, discutir, insistir, pasear y estrangular, empotrarla en el árbol e irte a dormir? Las coordenadas de dónde se durmió también marcan una dimensión concreta del pasado. Dormidas mojón. Camas baliza. Puntos de guardado, de partida. Lugares de reposo y condiciones vitales que les rodeaban. Qué gente había. Es una clasificación válida. Un inventario como cualquier otro.
Jonás Girondí, eres una mezcla de los lugares en los que has dormido y de los recuerdos adyacentes. Como aquel, heredado de una fotografía tornasolada donde están tus padres, uno a cada lado del cura que te tiene a hombros, ríe y te enseña a cámara, como un trofeo. Naciste en Argelers, a principios de los años setenta. Los padres ya se habían comprado el piso en el primer ensanche que no se había terminado de construir en el pueblo. Lo habían pagado sobre plano. Los fines de semana pasaban a ver cómo las grúas y los albañiles iban levantando los cimientos y las paredes de sus sueños, y de momento vivían con la madre de la madre en la vieja casita del centro, en una calle que todo era pequeño. Siguiendo la tradición, la abuela ayudó a la madre de Jonás a parir en casa. Tres horas en la oscura habitación trasera. Mientras tanto el padre esperaba a pie de calle, fumaba, explicaba la situación a los vecinos y le daba un nuevo sentido a su vida. Fue un parto rápido y silencioso, de humedades y mujeres en secreto. Jonás salió lleno de mucosa. La abuela lo colgó boca abajo y le pegó una nalgada. Pulmones adentro, el primer aire respirado le quemó. Lloró. Una vez cortado el cordón umbilical, la abuela aireó la casa e hizo lo que había visto hacer toda su vida: clavó el cordón umbilical en la puerta de la calle. Los viejos de Argelers lo llamaban «la badiella». La señal indicaba que había llegado un nuevo miembro a la comunidad. Se iba secando con el paso de los días y de los curiosos. Avisados por aquella aberración, entraban a saludar y a pedir café negro, y todos decían, con una voz sálmicamente igual, que el niño era igualito que el padre. Olvidando el apellido materno, aquella casita ya era Can Girondí, y antes de despedirse, aprovechando que en casa de los demás no se entra cada día, los vecinos se hacían una lista mental de qué muebles tenía la familia, cómo eran la vajilla y los cubiertos, las baldosas y el cortinaje, si el huerto del patio trasero estaba bien llevado. El cordón umbilical se apergaminaba a sol y serena hasta que se caía del clavo. Si la criatura todavía estaba viva, entonces se la podía dar por bienvenida de verdad y dejaba de ser una novedad. El cordón se guardaba en una caja de zapatos. De vez en cuando Jonás la saca de arriba del armario, la abre y palpa ese chicharrón reseco.
Hoy no está en casa. Hoy ha dormido en el estudio de Barcelona, esta noche sede provisional de Gironditrónicos. La sede que va con él. La sede es él. Desde que fundó el negocio duerme el sueño nervioso del pequeño empresario. Desde que tienes hijos y secretos, más bien. Ahora Jonás y Gironditrónicos dejan de elucubrar y se levantan y calientan una taza de leche en el microondas. Ponen dos cucharadas de café soluble, una de levadura de cerveza y una de azúcar, y mientras remueven la gazofia abren el ordenador y leen correos. Tal y como está el mercado laboral, con la lluvia de miseria que todo lo moja, tener una pequeña empresa implica recibir demandas de trabajo, cada dos por tres.