(Ciudad de México, 1956). Autor de La música de acá. Crónicas de la Guadalajara que suena (Universidad de Guadalajara, 2018).
En 2021 se cumplen cincuenta años de la publicación de Blue, el muy apreciado disco de la cantautora canadiense-norteamericana Joni Mitchell. Un disco muy sencillo en apariencia: diez canciones y apenas cuatro músicos además de ella. Joni toca la guitarra, el dulcimer y el piano, además de cantar. El título del disco también es el de una de las canciones, y su letra, un tanto enigmática, parece hablar de alguien —se ha mencionado a un músico llamado David Blue—, pero también hay alguna referencia al mar. La palabra Blue remite a un color, pero también a ese sentimiento tristón y melancólico, acaso cercano a lo que en Brasil llaman saudade. En cualquier caso, los colores siempre han sido importantes para la compositora. De hecho, es pintora —«Soy una pintora que escribe canciones», ha dicho en alguna ocasión— y en los años recientes se ha dedicado a eso como labor principal: luego de un grave aneurisma que la afectó en 2015, su trabajo musical se replegó, al menos en la creación de nuevas canciones, aunque sí han salido algunas recopilaciones y grabaciones diversas con material antiguo. Eso sí, su trabajo plástico no tiene el reconocimiento e impacto que sí ha logrado con su música personalísima.
Actualmente tiene setenta y siete años, muchos discos estupendos y cientos de canciones entrañables. Se le ha dado en llamar «compositora de compositores», por el amplísimo respeto que inspira en muchos de quienes se han animado a decir cosas a través de la canción; en Estados Unidos es considerada una influencia definitiva para todo tipo de músicos y sus seguidores son legión; no así en México donde, si bien somos muchos sus fans, el reconocimiento amplio se le ha negado. Y sospecho que nunca ha tenido una actuación en vivo en nuestro país. La Mitchell, de amplio rango vocal, insólitas afinaciones guitarreras y textos confesionales, ha sido muy mal conocida en México. Algunos recordarán, si acaso y con la debida nostalgia, su voz sonando en la rúbrica de aquella entrañable serie de televisión de finales de los ochenta, Los años maravillosos, con la célebre canción «Both Sides Now».
Cuesta cierto trabajo imaginarla con su edad cuando tenemos en mente aquella figura frágil y esa voz delicada con las que apareció en la escena folk rock en plena efervescencia del flower power sesentero. Pero en realidad esa aparente fragilidad es engañosa: siempre se ha hablado de su fuerte carácter y su inquebrantable decisión de caminar por la senda que se le da la gana, sin atender modas ni tendencias, sino sometiéndose a su rigor creativo y a sus personalísimas convicciones.
En su extensa obra se le reconoce, entre otros méritos, como pionera en la incorporación del jazz al pop; ¡cómo olvidar sus trabajos al lado de Jaco Pastorius, Pat Metheny, Wayne Shorter, Michael Brecker; o su disco de homenaje a Charles Mingus!
Su historia personal incluye algunos episodios fuertes: afirma que la pérdida de la virginidad y su primer embarazo fueron simultáneos. Era muy joven, el aborto en esa época no era opción, así que decidió entregar a su pequeña hija en adopción. Muchos años después se encontraría con ella en circunstancias un poco tensas, pero al menos madre e hija se conocieron.
El incidente de salud de 2015 ocurrió pocos meses después de la aparición de un «nuevo» disco suyo, y lo entrecomillo porque en realidad es una colección de canciones editadas antes, pero con un sentido diferente. Su idea al producir Love Has Many Faces: A Quartet, A Ballet, Waiting To Be Danced —título del álbum de cuatro discos— fue hacer una especie de nueva composición a partir de las canciones que ha escrito sobre el amor o la falta de él. En el largo texto que presenta el álbum, Joni lo explica así. «Soy una pintora que escribe canciones. Mis canciones son muy visuales. Las palabras construyen escenas —en cafés, bares, pequeñas habitaciones, cocinas, hospitales, costas iluminadas por la luna. Lo que quise hacer fue reunir algunas de esas escenas a la manera de un documentalista y editarlas de una nueva forma para construir un trabajo totalmente diferente con ellas».
El «documental» sonoro al que hace referencia se compone de cincuenta y tres canciones de muy distintos momentos de su carrera, que siguen una secuencia particular y que no incluyen necesariamente sus «éxitos» más conocidos. Más bien ella se inclina por material que le es significativo, de acuerdo con el concepto mismo del álbum. Lo que Mitchell propuso ahí en realidad es otra forma, una muy personal, de acercarse a su repertorio y a su carrera.
Pero lo cierto es que a lo largo de los años se ha escrito mucho acerca de su música y poco, me temo, de su trabajo plástico, si bien en varios momentos han estado relacionados uno con el otro: por ejemplo, varias de las portadas de sus discos incluyen autorretratos pintados por ella misma en estilos diversos que, supongo, están relacionados con sus diferentes etapas como artista visual: Wild Things Run Fast, Dog Eat Dog, Turbulent Indigo, Taming the Tiger, Travelogue…
En internet se pueden encontrar muchos materiales con entrevistas con Joni que resultan reveladoras, que muestran su carácter a veces hosco, rudo, incluso desagradable; sus opiniones punzantes, irónicas y con frecuencia desafiantes. Pero destaco un documental del año 2003 llamado Joni Mitchell, Woman of Heart and Mind, una mirada profunda con numerosos testimonios de gente cercana a ella en lo personal y lo artístico.
Me parece que es buen momento para levantar una copa en honor de Joni Mitchell, para brindar por sus setenta y siete años de colores inspiradores, en música y plástica.