Lo que no dijo el que se fue / Fermín Herrero

     Se han hecho ya mayores, de repente, apenas

me imagino sus ojos cuando festejaban. Me están

mirando desde la terraza con un amor

que no merezco; se les juntan, lo intuyo,

las lágrimas, que evitan la mesura

y la templanza, cosas, en fin, de castellanos

viejos. Puesto que no heredé vuestra paciencia

ni aquella austeridad de a perra gorda —el frío

que pasasteis, cartillas de racionamiento, manteca

y orinales— que hablaba de los muertos

en el frente, quizá debiera, al marcharme,

aporcar algo a vuestras arrugas, a los achaques

que os fueron consumiendo. Llevarme al menos

remolinos de espigas decapitadas

por el nublado y el dolor de la vida

en los pueblos, deciros que al enseñarme

pobreza y humildad lo supe todo. Y ser

capaz —pero no puedo— de expresarlo.

No escribir padres sino entrega.

 

 

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