Lloverá

Leilany Zazueta Dávalos

(Tala, Jalisco, 2003). Alumna de la Preparatoria Regional de Tala. Su cuento recibió el premio en la categoría Luvina Joven.

—Parece que lloverá. No, lloverá —corrigió determinantemente la bruja, sosteniéndole la mano mientras escrudiñaba su palma.

Confundida y algo desesperada, Carlota observó el cielo azul y sin nubes a través del reducido espacio que la cortina estilo marroquí le permitía. Incluso sentía calor; los rayos del sol iluminaban el sucio marco de la ventana, y la habitación tan estrecha y llena de alfombras, lámparas y adornos de tarot no mejoraba la situación.

No iba a llover, era seguro. Sólo era una anciana charlatana que fingía leer el futuro. Además, si ella hubiera querido saber el estado meteorológico, sin ninguna molestia hubiera sacado su celular y lo hubiese checado. En ese momento, mientras la estafadora seguía en su labor, zambutida en las líneas de la mano, Carlota se arrepentía de haberle hecho caso a Fernanda, su amiga, que tenía la casa llena de veladoras para la prosperidad y el amor y que en la puerta había colocado un ramo de plantas secas dizque para eliminar las malas vibras. A Carlota todo eso le parecía una completa estupidez; sin embargo, ahí estaba con la mano estirada, con mucho calor y con arrepentimiento porque en esa tontería iba a desperdiciar quinientos valiosos pesos. Todo porque le intrigaba saber si era bueno aceptar la propuesta de trabajo que se le había presentado.

—Bueno, ¿y qué más me puede decir? ¿Fortuna? ¿Prosperidad? ¿Amor? —la cuestionó secamente, mientras golpeaba la mesa con los dedos de la mano libre.

La anciana, por primera vez en todo el tiempo que llevaban sentadas, la miró a los ojos, y Carlota sintió miedo. Entonces soltó su mano, se levantó, alisó su vestido y acomodó su corto y maltratado cabello.

—La consulta terminó, se acabó tu tiempo, pero si quieres, puedes hacer otra cita y sin problemas te atenderé, querida —su timbre de voz era ácido, y el «querida» era la cereza del pastel; Carlota estaba muy molesta e indignada por el descaro de la mentada bruja.

—No, no voy a querer ninguna otra sesión —respondió irritada mientras abría su cartera y dejaba el dinero en la mesa—. Que tenga un buen día.

Dicho esto, salió con la vana esperanza de que la viejecilla le dijera que tomara el dinero. Cosa que jamás sucedió. Ya en su casa, Carlota encendió la televisión y comenzó a pasar los canales mientras pensaba en la bruja y su supuesta predicción.

«Fernanda confía mucho en ella y le ha funcionado de maravilla. ¿Por qué a mí me soltó ese comentario tan descabellado? ¿Qué tiene que ver la lluvia con mi mano?». Metida en sus monólogos, dejó de darles vuelta a los canales y se detuvo en una película que pasaba la escena de un funeral. Carlota volvió a la realidad y observó la televisión: un funeral con lluvia. Inquieta, se levantó del sillón rápidamente y caminó de un lado a otro mientras su cabeza daba giros y giros sin cesar.

«Ay, no, no puede ser. No, Carlota, tranquilízate. A ver, pero si no… Sí, de seguro va a ser eso, por eso me miró tan feo la bruja cuando le pregunté por mi prosperidad. Bueno, quizá no sea cierto… Pero ¿y si la película era una señal de los astros, como dice Fernanda? Si eso es cierto… ¡Dios mío!, quizá vaya a ser una fracasada, o me van a despedir, o si acepto el trabajo tal vez vaya a tener un accidente y quede parapléjica… O, si me caso, tal vez me divorcie… ¿Y si tengo hijos? ¿Qué va a pasar con ellos?, Ay, no… ¿Y si me muero? Mis hijos se quedarían huérfanos y vivirían con la sombra de una madre parapléjica, divorciada y mediocre, despedida de su trabajo… ¡Me va a llover! ¡Santo cielo!».

De la misma forma tan dramática como se imaginó su peor futuro, se dejó caer en el sillón y un llanto cargado de frustración invadió el departamento. Entre sollozo y sollozo, se reprendió:

«A ver, Carlota, no seas ridícula. Ni siquiera crees en esas cosas del tarot y ya te andas muriendo… No, a ver, eso no va pasar, tú tienes muy buena suerte y esa viejecilla no es más que una charlatana que ahora está disfrutando de tu dinero, y punto. Cállate y ponte a trabajar».

A pesar de que su autorregaño le permitió salir de la crisis, todo el día la idea del mal futuro le venía de repente a la mente, y con la misma velocidad trataba de apartarla.

Llegó la noche y los sueños no se detenían: platos y vasos se le caían y se rompían, se cortaba al intentar rebanar su comida, y se quemaba. Carlota se despertó agitada y rápido tomó su celular y escribió: «Qué significa soñar con…».

Más nerviosa que antes, comenzó a leer las interpretaciones: «Soñar que se rompen los platos o vasos presagia malos augurios: en un futuro tendrás muchos problemas e incertidumbres», «Soñar que te cortas con un cuchillo significa que tendrás ataques de ansiedad y los problemas serán catastróficos», «Soñar que te quemas presagia una mala suerte provocada por personas de los signos Tauro y Leo. Cuidado con ellas».

Las probabilidades de calmarse eran casi nulas; sin embargo, respiró hondo y, volviendo a reprenderse comenzó a vestirse para ir al trabajo.

Ya frente al carro y con algo de temor de ser atropellada en el estacionamiento, se subió y lo encendió. El letrero rojo de «llanta baja» parpadeaba en el tablero; entonces bajó del coche y fue a ver el neumático, que se encontraba hasta el suelo. Miró su reloj y recordó que justamente la llanta que estaba ponchada era la refacción y no tenía otra de repuesto. En automático pensó que la llanta ponchada era un indicio metafórico de que nunca llegaría a su meta, ya que en la noche se había puesto a leer cada artículo que se le cruzara con las palabras astros, fortuna, tarot, simbolismos.

Lanzando maldiciones a diestra y siniestra, llamó a Fernanda para avisarle que llegaría tarde, y se despidió no sin antes contarle sus preocupaciones respecto a su inseguro porvenir y lo que la bruja le había dicho.

—Si ella lo dijo es porque sí te va a suceder, Carlota… Siempre se me ha cumplido lo que dice, y las veces que me dijo que me pasarían cosas malas, las pude evitar.

—Pero ¿cómo? —hablando en voz baja para que no la escucharan los que iban cerca de ella en el transporte público, Carlota continuó, esperanzada—. ¿Entonces, aún puedo salvar mi vida?

—Claro que sí, sólo debes ir con la bruja y decirle que te haga una limpia, te dé veladoras e incienso, que te pase un huevo por el cuerpo… De hecho, no le digas qué debe hacerte y darte, ella es una experta conocedora de estas cosas. Tiene una comunicación tan directa y majestuosa con los astros que es imposible que no te salve.

El trascurso en el autobús fue lo más horrible que le pudo haber pasado: niños llorando y olores extraños inundaban sus sentidos; sin embargo, estaba feliz, la sonrisa que se le formó después de que Fernanda le diera un rayo de luz no desapareció.

En su descanso para almorzar, llamó a su salvadora astral para pedirle una cita. No obstante, la vieja tenía toda su agenda ocupada hasta la siguiente semana. Entonces, decidida a sobrevivir hasta el siguiente sábado y pagar cuanto dinero fuese necesario, Carlota aceptó el ofrecimiento.

Los días siguientes no trajeron mortificaciones, incluso el mecánico que le arregló la llanta le había dicho que qué suerte que no había conducido, ya que los frenos no funcionaban a la perfección y quizá habría tenido un accidente. Además, ya faltaban sólo tres días para que las malas energías fueran removidas de su aura.

Un día, sonó el timbre muy temprano. Era un mensajero, dejó una caja, ella firmó de recibido. En la caja había un frasco con lechugas y un caracol de esos de jardín. Encantada, sacó al pequeño molusco de su empaque, lo colocó sobre su brazo y dejó que se desplazara sobre ella,[1]ya que había leído, en una de esas páginas de internet que seguramente huelen a incienso, que los caracoles eran símbolos de fertilidad y prosperidad.

En el trabajo, su jefe la llamó a su oficina para darle una buena noticia que dejó pasmada a la pobre mujer: un aumento de sueldo y un puesto mejor que el anterior, por el empeño que había puesto en su trabajar. El señor García fue muy claro: «Me urge un nuevo jefe de departamento, y si no me respondes con prontitud, me veré obligado a darle este cargo a alguien más. Así que necesito una respuesta a la de ya». Carlota estaba preocupada, ¿cómo podría aceptar esta oportunidad si aún no estaba salvada? Aunque en todos esos días no le había sucedido nada malo, todo tiene su primera vez y quizás el caracol pasado por su cuerpo tres veces al día no sería suficiente.

—Muchas gracias por la oferta —dijo por fin—, pero ¿no podría esperar unos días más? Necesito pensarlo. ¿Qué le parece si le confirmo el sábado por la noche?

Su jefe, algo molesto, le respondió que estaba bien y que sólo se lo permitía porque era la más apta para desempeñar el trabajo.

El bendito sábado ya estaba aquí y Carlota no podía con la emoción. Cuando entró nuevamente a la asfixiante habitación, la bruja no pareció recordarla. Carlota le explicó por qué estaba ahí de nuevo y, atendiendo las palabras que Fernanda le había dicho, le contestó: «Usted tiene una comunicación tan directa y majestuosa con los astros que sería imposible que no me salvara».

La bruja, que había guardado un silencio absoluto desde que Carlota había comenzado a relatar la primera cita, sus sueños y las conclusiones a las que había llegado con la enredosa predicción, dijo:

—A ver, levántate, querida, vamos a solucionar tu asunto. Claro que sí, mi contacto con lo oculto es una maravilla.

Pronto el cuarto se llenó de aromas, humo y, supuso Carlota, oraciones. La hizo sacudirse, saltar, girar sobre su eje y repetir frases. Al concluir el extraño ritual, Carlota sentía que la mala energía le salía junto con el sudor.

Antes de preguntar el costo del servicio, le agradeció a la bruja diciéndole que por ella se libraría de la mala suerte que le estaba esperando. La bruja, que había mantenido un rostro serio, comenzó a carcajearse. Carlota, extrañada y un tanto preocupada por la estabilidad mental de la viejecilla, la observó reírse, tratando de contener el deseo de taparse los oídos. Unos incómodos segundos después, la bruja le dijo:

—¡Ay, querida!, sí que interpretaste muy mal mi predicción. Eso de ver muchas películas te ha dañado el cerebro —dijo, señalando su cabeza—. Cuando te dije que te iba a llover, me refería a todo lo contrario de lo que pensaste. No ibas a tener mala suerte: propuestas de trabajo, nuevas amistades y un bonito romance se te leían claramente en la mano. No sé por qué crees que la lluvia es mala, querida, ¡¿cómo pudiste ser tan tonta?!

Carlota estaba todavía más perpleja: una mezcla de enojo con la vieja se debatía contra una felicidad enorme y el sentimiento de idiotez que la hicieron ponerse colorada.

—De todas formas —continuó la bruja—, no creas que te irás sin pagarme. Las limpias tan rigurosas como la que te acabo de hacer no le van nada mal a nadie, aunque no sean de emergencia, y además son exhaustivas para este anciano cuerpo; así que son mil quinientos pesos —se inclinó hacia Carlota como si le fuera a contar un secreto—. Y te estoy haciendo un valioso descuento de veinte pesos. De nada.

Afuera, una fuerte lluvia chocaba contra el pavimento de las calles.


[1] Fragmento del cuento «cero», de Maricela Guerrero, publicado en Luvina núm. 100-101 (invierno de 2020).

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