Libros / Nepantla: una sonoridad en sí­ misma / Silvia Eugenia Castillero

No aquí / No todavía allá: con este inicio, Nepantla, de Elsa Cross, deja al lector frente a las puertas de un lugar inaudito. Libro enigmático, poemario del misterio: puede ser la muerte y la develación total del enigma. Es una estación significativa en el paisaje de la poesía mexicana y también en la sucesión de libros de la autora, pues, con este poemario, Cross elimina cualquier mediación objetiva para hundirse en la sonoridad misma de las palabras.

Nepantla, un punto final que se decanta y genera dimensiones extratemporales; se despoja de constituir una trama, recurso muy en boga en la poesía contemporánea, para cursar sus propios derroteros que brotan de la palabra misma, Nepantla, y que constituyen el asidero capaz de convocar en un instante al presente con su pasado y su futuro, pero sin ninguna cronicidad. Es lapso, pero también territorio. Es percepción, pero también recuerdo y expectativa.
     Ya en Bomarzo, Elsa Cross introdujo su poesía a los intersticios de las palabras y las raíces, a los tiempos pasados y su desmesura como sedimento de lo que ocurre en el presente, en el paso hacia otra dimensión, con la carga de la memoria instando otras realidades. En Bomarzo la piedra se une a la naturaleza para que florezca la memoria abisal.
Nepantla, su libro más reciente, no necesita de la memoria para establecer los límites temporales, da un paso hacia la abolición de fronteras. Nepantla llega a lo que aspira la poesía: decantar todo significante en aras de la música de cada letra entreverada a las otras para lograr el sentido eufónico de la cadencia poética. Sitio donde los contrarios se alían y se va construyendo un significado proveniente del interior del verso. «Un minuto enardecido hasta la incandescencia», según define Octavio Paz la poesía (1). Y en esa medida fluyen los contrarios irreductibles de los elementos, de las cosas, de los nombres:

Las palabras caen
por la boca de la noche
Se van volviendo
astros difusos
           pólipos de coral
Van trenzando
sus ecos
entre lirios y nenúfares—
                             los verdes tiernos de ese                                                                                          [friso
duplicando sin fondo en los espejos
su ojo cómplice
 
(p. 15).

Nepantla se vuelve un lugar sagrado desde donde se llega a la muerte y desde donde se dilata la vida. Es evidente su acercamiento al mundo prehispánico, dentro del cual existe el encuentro entre el cosmos y la vida diaria, el toque iniciático de un tiempo desconocido para nuestra era, pero tan contundente entre las piedras y los templos que todavía se levantan por todo México.
Nepantla, del náhuatl en medio, estar en medio, lugar que absorbe los contrarios y los organiza para asimilarlos al todo, a ese todo desde donde abrevamos la raíz de lo que existe, la nitidez, el núcleo que no es sino su sentido último, sonoro:

Nepantla—
           entre el nombre y la cosa
Sigilo
donde los nombres de las cosas
se transparentan
                             se anulan
donde las formas
se hunden en la arena
                                               como cangrejos

           tu cara
           es ya otra en el espejo

Entre las cosas
                                               y sus nombres
se descomponen los sonidos
se emborronan los objetos
                         que admiten esos nombres
                                               o ningunos—
en el vacío puro
                             de sí mismos

(p. 43).

No obstante, el sentido que nos acoge en Nepantla conduce a una resonancia mística, un punto del que brotamos después del silencio profundo, de la negación, de la disolución, de la muerte. Visión que une los contrarios y los potencia a través de la metáfora, para ser capaz de contemplarse en esa imagen-iluminación que une lo externo y visible con lo invisible por interno. Es la completud de lo que ha traspasado el umbral y llega más allá de los límites de la vida. Es el todo que es la nada que es el continuo que es el vacío.         
Nepantla es, sin duda, un homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz. Homenaje que se vuelve abstracto en el sentido en que Elsa Cross matiza el acercamiento desde la eufonía de la palabra hasta llegar a la desnudez del sonido interno, no de la palabra misma, sino del mundo sensible convocado por la monja a través de su poesía. Ante la ausencia de detalles, la música de los versos de Cross va logrando que Nepantla se bosqueje en el lector y se logre imaginar, para extenderse ilimitadamente.
Gracias al libro de Elsa Cross, el lector logra percibir, experimentar el poder de Nepantla, entrar en el espectro de su sonoridad y percibir cada poema en una aparición sensible que —captada en su pureza formal— consigue constituirse en una revelación interior, que no es sino una realidad afectiva, emocional, capaz de replicarse infinitas veces:

Nepantla—
sus sílabas son
                             antes de lo que nombran
Eco
                             de un chasquido en el agua
                                                                 Hueco
en el aire
                             succionándonos
Nepantla—
sílabas
como una forma ensangrentada
sílabas que se detienen en la lengua
perdiendo sus signos y amuletos
                             espaciando sus pausas—

Y el cúmulo de sombras
se extiende
                                               como un halo
Nepantla
sílabas que se atropellan
sílabas deseantes—

                             hallan sus pares
en el espejo de la muerte.

l  Nepantla, de Elsa Cross. era, colección Alacena Bolsillo, México, 2019 .

1 México en la obra de Octavio Paz, fce, México, 1987, p. 436.

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