A mediados de 2013, un acontecimiento hasta ese momento único en el mercado editorial —desafortunadamente regido por la hegemonía española— trastocó el panorama al que miles de lectores hispanohablantes entre los quince y los veinte años estaban acostumbrados: Verónica Murguía, una escritora mexicana, se impuso como la ganadora del Premio Internacional Gran Angular de sm Ediciones. Nunca antes un escritor latinoamericano había obtenido el importante galardón, dotado con treinta y cinco mil euros. Aunado a esto, lo hacía con una novela de un género poco frecuentado por escritores mexicanos, pero que goza de un prestigio y aceptación internacionales: la llamada «épica fantástica»
Pareciera que nos encontramos frente a una historia típica donde la tensión entre el bien y el mal conduce el desarrollo de la trama. Sin embargo, esta novela presenta personajes complejos que están dotados de una profundidad psicológica y social. La autora ha sabido crear tres universos coherentes, tres contextos políticos e ideológicos contrastantes y ricos por sus matices: el mundo de los magos, habitantes de Alosna y sabedores de antiguos secretos de la naturaleza; el mundo de Moriana, la tierra de los Lobos, una casta de guerreros violentos pero capaces de seguir un código de honor legendario, y la vida nómada en las estepas de Tarkán. Los tres microcosmos están dotados de normas aparentemente disímiles y ajenas entre sí: valores, costumbres y formas de vida incapaces de convivir. Mientras Moriana se sostiene económicamente a través de la esclavitud y la guerra, Alosna apuesta por la libertad, el diálogo con la tierra y la magia. Por su parte, los tungros, habitantes de Tarkán, se dedican a la caza y la adoración de Tengri, el mítico dragón en el que hay «más magia que la contenida en los grimorios y hechizos del universo entero». Los tres pueblos son enemigos y sus circunstancias afectan a los personajes, los mueven a actuar para transgredir ese sistema e imponer, quizá sin proponérselo, un orden nuevo.
La estructura vacilante de Loba es capaz de narrarnos tres perspectivas aparentemente disímiles sobre un mismo acontecimiento: el despertar del dragón. Como lectores nos enteramos en detalle de la vida ascética de los magos en Alosna, el linaje de los Lobos que amenaza con truncarse por el impedimento del rey para procrear a un hijo varón, y el aparente salvajismo de los Tungros. Los capítulos, intercalados entre sí, presentan la trama principal, a la cual se unen subtramas no menos interesantes, por ejemplo la historia de Caliela, la curandera de un recóndito pueblo de Moriana, y su nieta Ámbar, quienes son los primeros testigos del despertar de Tengri. Ámbar, a la manera de una incomprendida Casandra, también será la primera en anunciar y vivir el cambio de perspectiva, de orden social. Incluso, la autora nos ofrece el punto de vista de los seres míticos: en ocasiones la terrible voz del dragón salpica las páginas con un registro de lenguaje cercano a la poesía. También aparecen los pensamientos del unicornio: su curiosidad intrínsecamente relacionada con sus prodigios. La oposición de ambos seres, lejos de volverse maniquea, sugiere la riqueza y vastedad de un universo imaginario que opera bajo misteriosas leyes arcaicas cuyas fuerzas se trasponen pero incluso se complementan en el tiempo de la narración: la era de los Lobos y los magos a punto de transformarse.
La novela se enfoca en dos personajes disidentes, dos seres con capacidad crítica, que desde su marginalidad actúan en contra de los sistemas que les imponen desde su nacimiento. Soledad, hija del Lobo, cuya sensación de inadecuación la aleja de las costumbres políticas de su reino y la acerca a la naturaleza —se siente más cómoda con la compañía de animales, más cercana a sus leyes—, desafía y cuestiona las costumbres de su natal Moriana y, a pesar del amor que le profesa a su padre, es capaz de reconocer su brutalidad, rebelarse contra sus doctrinas radicalizando su personalidad en el viaje que emprende para ver a los magos y negociar con ellos. Por otro lado, el mago Cuervo, incapaz de permanecer estoico ante las injusticias y el yugo de los Lobos de Moriana, apasionado, colérico y desobediente, decide sacudir la pasividad de Alosna con un hechizo soberbio y oscuro que despierta al dragón, el peor de los males, con tal de vengar a los campesinos torturados, los pueblos saqueados y los magos asesinados por el Lobo. Ambos personajes, Soledad y Cuervo, buscan, desde sus trincheras, renovar la tradición que les precede, convirtiéndose en los chivos expiatorios de sus respectivos reinos.
Independientemente del subgénero al que Loba pertenece, el texto se coloca como una Bildungsroman, novela «de formación» o novela «de crecimiento», donde los dos personajes principales logran superar su propio contexto y evolucionar. Sin embargo, la autora va más allá, colocando el desarrollo moral de Cuervo y Soledad, aparentemente antagonistas, en el verdadero protagonista de Loba. Las luchas internas de ambos por encontrarse a sí mismos dentro de un mundo dominado por la guerra entre sus reinos está narrada a todo detalle:
—No soy la que ellos creen —dijo roncamente—. Me han convertido en una impostora, pero les he dicho mil veces la verdad. No me escuchan, se engañan. ¿Por qué no me das el remedio contra el miedo?
Cuervo le acarició la mejilla y le limpió las lágrimas.
—No hace falta. Tampoco eres lo que creías tú. Has cambiado. Ya no eres aquella que conocí en el Paso del Mago.
—¿Quién soy? ¿Qué soy?
Quizá lo más interesante de Loba sea la prosa misma, la forma en que Verónica Murguía construye sus frases. No teme usar un léxico sofisticado, enraizado en las inflexiones imaginarias de un tiempo perdido, arcaico, que toma elementos de varias tradiciones medievales, leyendas y formas propias de la oralidad. La autora se aleja de las demandas contemporáneas para la narrativa juvenil, donde se privilegia por sobre todo a las acciones para generar un vértigo efectista con tal de no «aburrir» a los lectores. En cambio, apuesta por descripciones minuciosas y un fraseo poético que le ayuda a construir la verosimilitud de sus tres universos. Su exploración, claramente ligada a la poesía, tiene momentos de auténtica belleza.
La mayoría de los premios literarios provenientes de grandes consorcios editoriales están hechos para generar capital, no para premiar la calidad artística y estética de las obras que compiten. En este caso, Loba parece romper, como sus personajes, con las normas que rigen el mercado fluctuante y voraz. Loba plantea una lectura exigente y profunda, constituye un reto para el lector adolescente y, en ese sentido, todo un riesgo editorial que aplaudo .
Loba, de Verónica Murguía. sm Ediciones, Madrid, 2013.