…descubrir los terrenos insondables.
maz
El más reciente libro de poemas de Miguel Ángel Zapata, La ventana y once poemas, es una obra donde la voz de este autor peruano —conocido en nuestro país por otros títulos, como El cielo que me escribe, publicado también en México, en 2002, por Ediciones El Tucán de Virginia—, se afianza y se ahonda, pues la suya es una obra que ha conquistado a muchos lectores desde hace años, debido a su fuerza serena y a la atracción que su voz poética singular ejerce. Antes de El cielo…, Zapata había publicado en 1986, también en México, Periplos de abandonado, en la desaparecida Premiá Editora, entre otros poemarios editados aquí y agotados hace tiempo. Así, La ventana… es una oportunidad, para los lectores que no conozcan su obra, de asomarse a ella mediante una muestra breve pero bien elegida de maz, más algunos poemas nuevos.
El título que ahora nos ocupa anuncia, de manera juguetona, la intención del autor: esta edición de Cuadrivio, sobria y elegante, está conformada por el poema inédito que le da nombre, «La ventana» —colocado a la mitad del libro como un enlace entre los poemas nuevos y los antologados—, y once más, también nuevos, que aparecen al principio. Los restantes, que se encuentran en la segunda parte del libro, conforman una breve antología dispuesta con entera libertad.
Los poemas de esta Ventana llaman la atención por la alquimia verbal que crean: en apariencia sencilla, por ello mismo doblemente compleja. Son, tanto los poemas en prosa como los escritos en verso libre, mundos interconectados entre sí, cada uno de ellos autónomo pero a la vez ligado de manera estrecha con los demás. En todos podemos apropiarnos de la mirada del poeta, que traza en la página un derrotero siempre inesperado y logra mediante su universo verbal crear realidades que nos convocan a entrar con él en ellas; a dejarnos sorprender por sus juegos de prestidigitación y de misterio. En esta ventana todos podemos vernos, y ver lo que a través de ella aparece en los poemas: personajes a la vez entrañables pero en plena fuga, que sólo podremos ver como en una pincelada, a través del recuerdo, de la imaginación o de la fantasía.
En dosis siempre cambiantes, las presencias, los lugares, los instantes que maz hace surgir en estos poemas tienen siempre un poco de real, un poco de invención, de recuerdo o incluso de fantasía o delirio. Algunos ejemplos de ese mundo palpable, añorado, frágil y elusivo, que vive en estos poemas: «Van llegando los cuervos por las ventanas para reencontrarse con los pájaros de la aurora. Cuervo anacoreta, canario esculpido con carbón»; «la rosa piensa que tiene voz de oro, no sabe que es sonido de sílaba incolora». Los sentidos se funden y confunden en sinestesias que dan al poema movimiento continuo, color, olor y casi tacto: «Olas, / giros, / ecos de un tallo, / sanguijuela de jaula / acorralada, el sonido / de una cesta de frutas / resplandece en cuatro / estrellas, cuatro rejas / y un cereal agrio florecen / en el grafiti del huerto».
Así, los personajes, lugares, tiempos y figuras que rodean al yo lírico se transmutan en los poemas en presencias que se vuelven rápidamente entrañables para el lector, como un canario belga que no canta; un loro que, en cambio, silba fragmentos de Boccherini, o los cuervos que atraviesan los cielos y las estaciones de una ventana en Brooklyn (Zapata vive en Nueva York desde hace años), o mujeres que corren debajo de la lluvia, o en los cementerios, inquietando a la mirada que las observa. Esa mirada curiosa, inquieta, muchas veces irónica y otras melancólica, pero no con una melancolía cursi y gastada sino con una que reverbera después de la lectura de cada poema, haciendo de ellos, en ocasiones, espacios de brillos desiguales, con zonas de oscuridad y con iridiscencias complejas, muchas veces paradójicas.
Aparecen también el presente y el pasado del poeta, personaje siempre de sí mismo, con sus versiones y aversiones de la realidad. La mayoría de los poemas de maz en este libro —hay que mencionarlo, pues ello es importante para comprender las claves de su poética y los giros que ésta realiza— son relojes verbales estructurados mediante los complejos mecanismos del poema en prosa.
Miguel Ángel Zapata me trae a la memoria la hondura de otros poetas peruanos: Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, Carlos Germán Belli y Blanca Varela. Evidentemente, distintas voces contemporáneas están también presentes en sus textos, pero no cabe duda de que en su obra hay un río cuyas aguas corren paralelas a las corrientes y descubrimientos que la generación peruana del 50 generó en la poesía escrita en español. Termino este breve comentario con el párrafo final del poema «La ventana», invitando al lector a que se asome al caleidoscopio de los poemas inquietos, callados e insumisos de maz, que no terminan en la página sino se quedan vibrando en la memoria del lector: «Voy a construir una ventana en medio de la calle. Vaya absurdo, me dirán, una ventana para que la gente mire y te mire como si fueras un demente que quiere ver el cielo y una vela encendida detrás de la cortina. Baudelaire tenía razón: el que mira desde afuera a través de una ventana abierta no ve tanto como el que mira una ventana cerrada. Por eso he cerrado mis ventanas y he salido a la calle corriendo para no verme alumbrado por la sombra».
La ventana y once poemas, de Miguel Ángel Zapata. Cuadrivio, col. Artelaletra, México, 2014.