A lo largo de los últimos años, y casi me atrevería a decir que como parte del mayor interés que suscita la poesía latinoamericana en España, y en Barcelona en particular, nos han visitado algunos importantes poetas mexicanos: José Emilio Pacheco, Gloria Gervitz, Myriam Moscona, María Baranda, José Landa, Pedro Serrano, Raúl Bañuelos, Fabio Morábito, Verónica Volkow, Jorge Esquinca, y me detengo aquí para no cansar, pero son algunos más. Hoy tenemos la gran suerte de tener por primera vez en España la edición de una completísima antología de uno de los más interesantes poetas de las últimas generaciones, Luis Armenta Malpica. Tras cada nueva publicación de un poeta mexicano por alguna editorial española queda patente algo importante: la gran variedad y calidad de la poesía mexicana contemporánea.
Intentar dibujar un panorama de la poesía mexicana desde España va a ser siempre una labor incompleta y por desgracia parcial. Estamos ante un panorama feraz y movedizo, por lo tanto es tarea casi inabarcable dar una idea total de un territorio de tanta diversidad y tantas formas de entender y aproximarse al quehacer poético.
Por lo dicho, es preferible usar el término «poesía en México» antes que «poesía mexicana». Desde los momentos posrevolucionarios, trayendo a colación la generación de Alfonso Reyes y Ramón López Velarde, en México la poesía ha sido cultivada de manera atentísima a la tradición del país, también a la tradición de la lengua, y muy especialmente, con la mirada puesta de manera muy evidente en los movimientos renovadores aparecidos en el siglo xx, y por supuesto, por cercanía geográfica, en una relación intensísima con la poesía norteamericana, aspectos que le han conferido en ciertos casos un ritmo, una prosodia y una manera de comprender el verso por completo fascinante. Todo ese poso ha permitido la aparición, generación tras generación, de poetas de primer orden, poetas cultos que han desarrollado la pasión por otras artes, sea la música, la pintura, la arquitectura, etcétera. En mi opinión, como en pocos lugares se ha dado en México un diálogo fructífero entre poesía y pintores. La amistad de Rivera, Frida Kahlo o el Dr. Atl con algunos poetas es muy esclarecedora. México, además, ha sido siempre tierra de acogida, y ha recibido a tantos poetas latinoamericanos y europeos que han podido desarrollar con plenitud y aceptación su obra en un ambiente muy favorecedor. Editar en México, eso lo sabemos, es fundamental.
De este caldo de cultivo, que todavía perdura, aparecen dos voces importantes: Luis Armenta Malpica, nacido en Ciudad de México pero que vive en Guadalajara, donde ha desarrollado su obra y una importante labor como editor y gestor cultural, y Miguel Maldonado, nacido en Puebla, ciudad donde reside, lo que indica otro tema interesante: cómo poco a poco el centralismo mexicano deja paso a importantes presencias alejadas del centro.
¿Es la poesía mexicana más densa y más restallante que otras? Quizá al leer a estos dos poetas podamos dilucidar algo y hacernos una idea.
Luis Armenta Malpica nació en 1961 en la Ciudad de México. Desde niño reside en Guadalajara, Jalisco, donde fue miembro del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes y es director de Mantis Editores, una de las colecciones de poesía en México que es todo un referente de cuidada edición y cuidado catálogo. Es autor de los libros de poemas Voluntad de la luz
(1996), Des(as)cendencia (1999), Ebriedad de Dios (2000), Luz de los otros (2002), Ciertos milagros laicos (2002), Mundo nuevo, mar siguiente (2004), Sangrial (2005), El cielo más líquido (2006) y Cuerpo+después (2010). Acaba de publicarse en Vaso Roto (Madrid-México) la antología titulada El agua recobrada. Es ex Premio de Poesía Aguascalientes, Premio Jalisco en Letras y Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco. Su poesía ha sido traducida a varios idiomas. La obra poética de Luis Armenta Malpica nace de una vecindad con la luz, una luz cegadora, que lo hace cercano, desde su primer libro, a la poesía sufí y persa clásica. El exceso de luz anula la capacidad de visión, y la mirada entonces se vuelve interior, se gira hacia adentro, busca aquello que tenemos y que muchas veces no tenemos conciencia de guardar. Su voz brota como una necesidad, un grito de afianzamiento personal, que crea una nueva forma de decir. El desprendimiento y la pérdida no provocan una búsqueda para recuperar, o sustituir; muy al contrario, estamos ante un canto del despojamiento, un elogio de la pobreza como único paso para alcanzar el revestimiento dorado del alma.
Un poeta de una generación que ha dado un gran impulso a la poesía en México, haciéndola más cosmopolita, más dialogante con el exterior. Y una excelente ocasión para conocer lo que se está escribiendo en México ahora, y que desde aquí muchas veces, si no se viaja allá, es difícil de seguir.
La poesía es el reino de lo diverso, de lo plural por partida doble, en tanto que gesto individual, interior, y en tanto que gesto público. Luis Armenta Malpica relaciona de manera muy especial ambos aspectos, y en este libro su visión del género demuestra por un lado que su trabajo interior como poeta, como creador, y su mirada crítica dejan ver que es una dedicación que le ocupa en serio, que le va el aliento, y en lo público, su reconocimiento como excelente poeta queda más que confirmado con esta antología que permite una visión total de una obra coherente y exigente. Vemos en uno de sus poemas un ejemplo espléndido:
Hay una voz
Hay un rumor de voces
Hay un canto.
Hay un varón en paz consigo mismo.
Porque canta lo sé. Porque sonríe.
Su sola voz puede quemarle el rostro.
Quemar el rostro al soltar la voz: es lo mismo que decir que dejar que aflore el universo interior, todo aquello que el poeta fue capaz de guardar y recomponer en su interior con el paso del tiempo resulta inquietante en el momento que el lector, o el público en general, lo reciben. El poder transformador de la poesía queda aquí patente: si aparece la voz, y se la escucha, o sólo con el hecho de ser emitida, ya su existencia resulta perturbadora. Se es poeta y esa condición conlleva esa posibilidad que facilita la vida, y a su vez, como contrapartida, la dificulta. La denuncia muchas veces resulta incómoda para aquel que se siente aludido.
La poesía de Luis Armenta Malpica avanza en forma de laberinto inextricable. Y ese laberinto no se clarifica sin la colaboración del lector. Sin su deseado interlocutor la poesía no logra su verdadera ejecución, no alcanza su valor. Y ese valor el poeta lo echa en juego, lo arriesga ante una tradición rica y potente que conoce, tanto como lector como en su faceta de editor que abarca la poesía mexicana de varias etapas creativas hasta nuestros días, y la latinoamericana, sin dejar de mirar a España o a otras tradiciones. Armenta Malpica crea conexiones con poetas anteriores, poetas admirados, propuestas que acepta y toma, siempre pasando por el lento tamiz de su mirada, para llegar a crear un verdadero campo de aventura. La ambigüedad resultante se crece al conocer el lector sólo una parte de ese gran magma que deja ver una parte, una punta, una madeja de la cual buscar un hilo, un punto, y tirar y tirar hasta ir formando diferentes ovillos, cada uno un aspecto de un universo que, ente roído por la experiencia, e iluminado por todo aquello que esconde, es de una rara riqueza de formas y referentes.
En su poema «Magnificat» vemos ese deseo de elevación, de separación, que con tanto ahínco defiende. Una casa donde poder trabajar con aquellos elementos escogidos y cultivados:
Ascienda mi alma
como el polvo
al cielo
lleve un rastro de ti
por vestimenta
y entre su voz
tu piel
mi quemadura
intacta
Esa depuración de la experiencia poética en cuanto texto pasa por la inteligencia, pero no sólo por la inteligencia del punto de partida que es el núcleo de los poemas, la obra de Luis Armenta Malpica se nutre, y mucho, de todo aquello que permanece en la sugerencia, en la insinuación. Tal como el romántico alemán exigía, Armenta Malpica se acerca a todo aquello que lo hace detenerse con curiosidad, con la mirada atenta y aguzada. Y esa forma de mirar, de respetar, de preservar, le proporciona un poso que se va acumulando, en capas de diferentes espesores, y que suben a la superficie a la hora de trabajar con un elemento seleccionado.
Y todo lo toma con sorpresa, trabaja con esa sorpresa que él mismo es el primero en descubrir. El diálogo entre los textos que van tomando forma se distancia de una forma de pensar rígida, de una manera de plantear un discurso unitario, bien al contrario, el resultado es abierto, y se puede afirmar sin miedo a error que permite a cada lectura, en cada lector, el despertar de aquello que duerme y que sabemos, que conocemos, pero que no somos conscientes de tener en cada momento.
En un verso iluminador el poeta dice: «Nuestra vejez comienza con la arruga del ceño». Luis Armenta Malpica nos hace saber que la poesía, como dedicación que no tiene un fin preciso, predeterminado, es un proceso vital, que se produce a lo largo de la existencia, sin llegar jamás a conclusiones fijas. Desde el momento en que las ideas se fijan, se llega a pontificar, a poseer la idea de absoluto, la poesía desaparece de nuestro lado y el ceño se frunce, aparece la vejez.
Buscar e intuir, nombrar y proponer, llegar a derretir, como él mismo dice, por omisión, el fuego.
Y sin embargo todo este corpus tan bien expuesto, tan asimilado y sentido, deja ver una ruptura, hay una gran incisión que se muestra en una serie de intertextualidades que dejan ver a un poeta muy culto, siempre en comunicación con lo escrito con anterioridad y conversando con otros poetas de su tiempo. Hay una fuerte presencia de la mística española y la sufí, mucho de desprendimiento japonés, música de diferentes compositores contemporáneos, la música, un aspecto fundamental en todo buen poeta y que en el caso de Armenta Malpica es una auténtica pasión.
Siendo siempre una poesía que fluye, acuática, el fuego se le aproxima con su fuerza secante para dejar una esencia que sorprende por su elevado grado de madurez, de transparencia y de compromiso con uno mismo, con la vida.
Poesía y pensamiento se unen de manera perfecta y crean una obra que ya es un referente en la poesía mexicana de nuestros días. Y ahora, para los lectores españoles, tenemos la suerte de poderlo leer y conocer. Búsqueda sin fin y entrega generosa que se reducen a estos tres versos que sirven de despedida:
Hombre
Dejamos en el espejo, intactas
las arterias de un corazón errante
El agua recobrada. Antología poética, de Luis Armenta Malpica. Vaso Roto, Madrid / México, 2012.