Libros / Disección a la costumbre del horror / Gustavo Íñiguez
«Allá vienen / los descabezados / los mancos / los descuartizados […] se llaman / restos, cadáveres, occisos, / se llaman / los muertos a los que madres no se cansan de esperar». Con estas palabras, María Rivera levantó la voz para dar nombre a los actos aberrantes de una guerra que ha sido permanentemente silenciada, y quitó la sordina con que han sido sofocados los nombres de las víctimas de la violencia. «Los muertos», poema escrito en 2010, apareció como un listado de acontecimientos que, al ser congregados, abrieron una arista por la que se han podido vislumbrar, realmente, las atrocidades que han desaparecido la paz de este país. La fuerza de este poema, como era de esperarse, no se contiene en sí misma y se desborda en lo que podría considerarse una renovación (el poema como vehículo de ideologías disidentes se percibía obsoleto) en la manera de hacer crítica social en México desde la literatura.
Por otra parte, Sara Uribe es una autora que lee y comprende el trabajo de María Rivera, lo continúa con bastante contundencia (desde una perspectiva apropiacionista, promovida en México por Cristina Rivera Garza) en su poemario Antígona González. En el libro, como lo menciona Nidia Rosales Moreno en su artículo publicado en Letras Libres, «Antígona (conductora del poemario) busca a su hermano entre las filas interminables de desaparecidos, quiere someterse a la terrible tarea de reconocerlo tendido y polvoriento en una húmeda morgue. Ruega por que haya escapado y se encuentre escondido en algún lugar de la frontera, pero en el fondo sabe que ha pasado a engrosar las cifras no oficiales, listas negras e infinitas de violencias que tiñen de rojo lo cotidiano. No quería ser una Antígona, pero me tocó, dice resignada y continúa su búsqueda». Con este trabajo, Uribe descoloca una vez más el discurso de matices que predomina en los medios y, como María Rivera en «Los muertos», reclama la posibilidad de una muerte digna.
En un sitio distinto se posiciona Fanny Enrigue, para mostrar no sólo la realidad violentada, sino también una amplia perspectiva de la descomposición. No centra su discurso en un solo objetivo, al contrario: plantea factores que contribuyen a la disgregación desde un discurso sardónico. No la burla: es el tedio lo que se vuelve el centro de impulso en la escritura de Enrigue, y la ironía es uno de sus elementos predilectos para alcanzar la exposición del objeto. Una escritura que convierte el asedio en un ejercicio intelectual de quien conoce a profundidad el hastío. Este asedio la coloca en el lugar de una depredadora de información, la que aparece dispersa en la nota roja y en distintas plataformas de la red, en documentos oficiales y en bibliografía que aborda la oscuridad de la mente humana. Esto es llevado al espacio del poema con inteligencia y humor:
El cuerpo humano / no es más / que un globo de carne / y sangre o así / parecía desde la ventana / cuando empezó la catástrofe. // Pensé / en medio del pánico / en el auto de lujo / que había visto esfumarse / de mi mente gracias a la meditación / budista. Vi fugaz su brillo / allá abajo / junto a los cuerpos rotos. // Quise saltar por esa ventana / pero me detuve: / estaba / en el primer piso.
La intención de Sordina, como la de «Los muertos» y Antígona González, es la de nombrar, cuestionar y develar. Por el lugar en el que está colocada la visión de la también filósofa, alcanza momentos impresionantes en los cuales el poema se presenta como un lugar poco aséptico, que abre en canal una situación social para que sea la oscuridad interior del objeto la que se exponga a la luz. Este poemario continúa con la renovación crítica que empezara con Yépez, Fabre, Herbert y esta generación a la que también pertenecen María Rivera y Sara Uribe y que trata de volver el poema un objeto actual de la crítica social. La habilidad de Enrigue lo traslada a otra condición que no privilegia el discurso político y lo dota de una cualidad estética en la que el texto proyecta una imagen ambivalente que oscila entre el goce y la incomodidad. Aquí, los personajes atroces están dispuestos en la mesa de disección y la autora, con la navaja del humor, los tasajea impúdicamente para también deshacernos los ojos, tan acostumbrados a la contemplación del horror. No se conforma con atacar las problemáticas sociales de un punto geográfico específico, sino que explora las oscuras posibilidades de la mente humana. Se divierte con el hastío al librarlo por medio de la denuncia y la exposición pública.
La postura estética de este poemario es también la de cuestionar la estética misma en la que se desarrolla; al incluir «Referencias» (que no tienen la intención de aclarar los poemas sino de potenciar la crítica) revela su origen de manera audaz y dinámica. Sordina es un reclamo importante y profundo a la decadencia y la comprensión de nuestro tiempo. El lector de Fanny Enrigue podrá verse reflejado y, al final, se dará cuenta de que si algo le ha provocado gracia es la miseria propia. Ésta es la mayor habilidad de la poeta: provocar que uno se horrorice ante los hechos ajenos que, uno mismo también, es capaz de concebir o realizar:
pero el desorden / el descuartizamiento / mis lágrimas ante la policía. // No hay cuerpo. // Ningún / cadáver. ¿Tiene usted / cualquier seña de identidad? // ¿Tiene usted un amigo? l
l Sordina, de Fanny Enrigue.
Mantis Editores / Secretaría de Cultura de Jalisco, Guadalajara, 2017.