Libros / Arder de nieve / Luis Eduardo García

Escribo para no buscar el más allá
de las llamas, el allende final del quizá
o un desde luego posible. El juego no
[consiste
en traficar con luz, con tinta simulacros
[producir
de eternidad: no existe apuesta con mayor
[solemnidad
y menos monto.

No la trascendencia. No la iluminación.
Los versos con los que inicia este texto, incluidos en Morder la piedra (Mantis Editores, 2009), bien podrían ser leídos como una declaración de principios; el autor no pretende ser el transmisor de ninguna especie de fulgor ni tampoco mostrar ante el lector la manera en que «arde» envuelto en las llamas de la poesía. Para él el poema es un constructo en el que el juego y el movimiento tienen un espacio fundamental. Los conceptos de solemnidad y eternidad no le interesan demasiado, a menos que sea para desmontarlos y encajarlos en contextos donde muestran su fragilidad. La sintaxis dislocada de los versos nos hace ver de inmediato que pisamos zonas donde el lenguaje no se resuelve en cuerpos ordinarios e inofensivos, sino en auténticos freaks que muestran deformaciones evidentes.

*

Si bien Morder la piedra y Lugar de residencia (feta, 2010) mostraban ya algunas de las características que traspasan la escritura de Bencomo (el tono reflexivo-negativo, la sintaxis trastocada mencionada líneas arriba, el carácter lírico cubierto siempre por filtros que lo deforman, etcétera), es en Alces, Rejkyavik cuando estos rasgos se radicalizan hasta lograr una forma más espinosa y difícil de asir, un cuerpo cuyo núcleo lírico no es una bola de luz, sino una especie de piraña que canta.
     Sinopsis: seis voces que aparentemente habitan dentro de un multifamiliar se desdoblan y desarrollan búsquedas muy distintas. Cada una de estas voces construye distintos escenarios en los que da la impresión de que la comunicación no puede lograrse debido a interferencias o fallas de origen. Si en algún momento cada una de estas construcciones líricas parecía diferenciarse claramente del resto, poco a poco nos damos cuenta de que son un mismo pulso, un solo agujero negro.
     Alces, Rejkyavik se inscribe dentro de una tradición de obras cuya estructura conceptual es tanto o más importante que los recursos retóricos, la factura rítmica y el sentido unitario de los textos. No se trata de un poema largo, sino de una heterogénea red de fragmentos que se interrelacionan para poder realizarse por completo.
     La nota inicial nos advierte que el libro acepta (y espera) múltiples pautas de lectura. Los textos de Alces están dispuestos y expuestos a distintos montajes, ninguno de ellos correcto o incorrecto, sino sólo posible. Esta apertura no es propia únicamente del orden en que el libro puede ser pensado y armado, sino de la manera en que los poemas pueden ser interpretados (si es que deben serlo): «eres un cosaco o su fantasma / esperando en Siberia el último gulasch // dos farolitos alumbran tu cabeza / dos arlequines invaden tus cortes».Si pensamos en una lectura literal, que intente sólo ser representación de la realidad, lo que pescaremos son monstruos en miniatura dispuestos a hacer agujeros en dicha superficie. El hilo narrativo que dejan algunos de los poemas no es confiable, puesto que muchas veces lleva a salidas falsas o es interrumpido por lapsus de pura sonoridad o plasticidad, donde el sentido ya no parece algo tan importante.
     Es posible encontrarse con los alces, pero hay que evitar verlos de frente.

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Algo tarde para bonzos:
Dios solito se roció con gasolina.
Huele a neumático en incendio.

Uno de los rasgos fundamentales de la poesía de Bencomo es cómo lo sagrado parece tener lugar todavía. Por supuesto no hablo aquí de dioses, sino de eso a lo que Caillois se refería como «una energía peligrosa, incomprensible y difícilmente manejable». En los textos de Alces, Rejkyavik esa fuerza seductora y a la vez terrible parece haber abandonado todo cuerpo, objeto o superficie, dejando tras de sí una impronta negativa, pero las distintas voces líricas a veces sugieren o juegan a que los huecos en donde lo sagrado se incrustó alguna vez podrían guardar todavía algo de su potencia inhumana. Es en este escenario en el que el ser hace su acto de presentación, o más bien, de anunciación, porque, mordido por una araña beckettiana, no llega nunca (al menos como se lo esperaba). El yo, de igual manera, tampoco aparece y nos quedamos de nuevo con los huecos, con el lenguaje solo que nos tiende trampas y parece burlarse de nosotros: «tiembla la lengua, no es de nadie, es Nadie: es un encefalograma de sí misma».

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Seis teorías conspiratorias:
1) Los personajes de Alces, Rejkyavik no existen. Es una sola voz que ensaya otras. Una metáfora de la alienación y la soledad del hombre contemporáneo, cuyo lenguaje ya no puede sacarlo de su aislamiento. Al final nos damos cuenta de que estuvo tirado en la habitación, fingiendo estar muerto todo el tiempo.
2) El azar compró todas las acciones.
3) Científicos islandeses descubrieron que el deseo es un parásito propio de la especie humana. Inmediatamente después se enamoraron de animales extintos.
4) El complejo habitacional en el que los personajes habitan es el lenguaje mismo. Cada uno de ellos es una simple emanación de su cuerpo. Mejor aún, una deformación. Protuberancias que se creen con libre albedrío.
5) Alces, Rejkyavik es una construcción sonora realizada para ser montada en un espacio helado y silencioso. La partitura se extiende ochenta y ocho páginas.
6) El ser es ruido de nieve.

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Alces, como buena parte de la poesía latinoamericana reciente (al menos la que tiene como aspiración arriesgar desde lo discursivo, lo formal o lo conceptual), es una apuesta por la impureza, por recuperar la interferencia, el error, la imagen distorsionada en un momento en que hasta al porno se le suele exigir ser filmado en un formato de alta definición. Es, también, un ejercicio de opacidad y escamoteo dentro del paraíso de la transparencia y de la sobreexposición. El poema es un artefacto siempre susceptible de ser repensado y actualizado, construido no a partir de la mera referencialidad, sino a través de distorsiones y quiebres en distintos niveles, que otorgan a la escritura una riqueza más allá de la sola experiencia.

*

todo hábitat refleja un simple tránsito:
somos nómadas de sintonías, ruido de la ausencia de señal: afirmación de la fuerza.

Hay escrituras centradas en valores y elementos inflexibles, cuyo propósito es quedarse en zonas de seguridad en las que prácticamente todo está determinado. Podría decirse que dichas escrituras apelan a la inmovilidad, pretendiendo que el poema sea un objeto bien definido y, por lo tanto, cerrado. Otras —es el caso de la escritura de Bencomo— muestran una preocupación por pensar el poema como algo mutable. En ellas la inestabilidad y la incertidumbre tienen lugar, como principios que dan movilidad y potencia. ¿Pero cuál podría ser la fuerza del poema que deviene constantemente otro en detrimento del que permanece estático? Quizás únicamente el corresponder con el mundo de lo vivo, de aquello que late y respira.

*

Alces, Rejkyavik es un libro complicado, extraño, denso pero siempre musical. Un reto para el lector, que tendrá que rastrear referencias, repasar una y dos veces algunos poemas, regresar atrás. Aquellos que busquen sólo claridad y emoción se sentirán pronto abrumados. Sin embargo, los interesados en una poesía surgida desde la problematización del lenguaje y la consciencia de su desplazamiento, se encontrarán con un paisaje singular en su arder de nieve.

Alces, Rejkyavik, de Daniel Bencomo. Libros Magenta / Conaculta, México, 2014.

 

 

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