Finalista
Liam / Emmanuel Everardo Orozco Rizo
Preparatoria de Tonalá
Mi madre comúnmente me llevaba a casa de mi tía Catalina por ahí de las ocho de la mañana, justo después de levantarme, vestirme, darme de comer y sentarme en mi silla de ruedas eléctrica, cosa que le llevaba una hora y media a lo mucho, cruzábamos una avenida de cuatro carriles y de un solo sentido, me encantaba ver la hilera de autos detenidos a lo lejos por la luz roja del semáforo, imaginaba que iba en una carrera, donde yo iba a la delantera en mi silla, impulsada por nitro, o que cuando pasábamos por la ciclo vía, mi imaginación me convertía en el líder de una caravana de ciclistas, que me seguían a todos lados, aunque eso era a veces que lograba verlos pasar. Llegando a su casa lo único que quería era que me dejasen en la entrada, mirando los autos pasar, la gente caminar, y los ciclistas pedalear; ese día, mi tía decidió llevarme al tianguis, que se encontraba a un par de cuadras, andando por ahí, entre gritos, olores, miradas, colores, sabores, entre otras cosas, escuche a un par de muchachos hablar mientras pasaban junto a mi;
– Tía Catalina, ¿qué es un nahual?
– Son… unas bestias… creo recordar de la escuela a la que fui, que hablaron sobre ellos alguna vez, aunque recuerdo que eran animales malvados y feroces.
– ¿Y hay por aquí?
– No, son solo leyendas Liam, no tienes por qué temer.
Mi tía me dejó igual, no sabía si ella estaba segura de lo que me hablaba, al llegar a su casa le pregunte a mi abuela.
– Abuela, ¿qué es un nahual?
– ¿Un nahual?… son hombres hechos bestias, que decidieron hacer pacto con el diablo para convertirse en seres malvados hijo, pero no te asustes, se convierten en sus animales guardianes, todos tenemos un animal guardián al nacer, como tú, cuando naciste, me pareció ver un jabalí merodeando por ahí, ¿o fue cuando nació tu hermana?
– Y ¿por qué hacen eso?
– Pues… no estoy segura hijo, los animales son libres, deben buscar lo mismo.
Esa noche soñé con lo que me dijo mi abuela, desperté con miedo y emoción, me había convertido en un nahual en aquel sueño. Salí a la calle corriendo con mis cuatro patas, saltando entre casas y merodeando entre las luces de la ciudad, quería que fuera de día ya, esperaba ansioso para que mi madre se levantase, me vistiera y me colocara sobre mi silla, para que mi abuela me contara más sobre ellos.
No pude esperar más, decidí ir solo, presione la palanca de mi silla y avance a la calle, me sentía emocionado, libre, ya no imaginaba verme por delante de los autos en una carrera, ni siendo líder de unos ciclistas, ahora me veía entre los edificios y las casas, saltando y corriendo, imaginaba que era un nahual, al poco tiempo comencé a asustarme, no reconocía las calles, ni las casas, no sabía dónde estaba, ni en qué momento me había perdido, pasaron horas.
Julio
Llegué a la esquina de Puerto Melaque, donde se pone el tianguis el domingo, y Christopher seguía contándome sobre su abuelo;
– Chingaderas, ¿tu abuelo que va a ser un nahual?, esta más blanco que Trump.
– Que si güey, yo lo vi una vez cómo brincó del lavadero del patio a la azotea, pensé que era un perro, pero mi mamá me dijo que era el abuelo visitándonos.
– Tú ni conociste a tu abuelo, güey.
– Pero mi mamá sí, ella fue la que me lo dijo.
– Mendigo güero, si eres más pájaro que nada, vamos por un tejuino al tianguis, chance y le damos una vuelta a ver que vemos.
Mientras andábamos mirábamos los tiliches y cosas que vendían por ahí, no buscábamos nada en especial, solo andábamos pasando el rato, Christopher me jaló y dijo;
– ¡Mira wey!, una patineta dorada.
– No manches, nada más está pintada con una lata y llena de brillantina encima, está chida, ¿a cómo crees que la den?
– No sé, pregunta.
– No güey, ni dinero traemos, ha de estar cara, ¿qué nos ganamos con preguntar?
– Tú pregunta, no le hace.
Para nuestra sorpresa, el vendedor era un viejo, que a lo mejor ni sabía lo que vendía.
– ¿A cómo la patineta?
– Dame cinco pesos, ya está algo maltratada, ahí le di una manita de gato para que no digas.
– Va que va don, ahí le va.
Christopher y yo ni la creíamos, el viejo casi, casi, regalaba lo que vendía, decidimos irnos pronto de ahí, antes de que se diera cuenta de su error, o que alguien le dijera.
– ¡Vamos a las rampas que están por debajo del puente a desnivel de por tu casa!
– ¡Simón! Pero güey, ya es tarde, van a ser las cuatro, ¿y si mejor mañana vamos?
– Arre, pero llegas a mi casa primero, para llevarme la rila.
– Sí güey, deja voy para la casa, para guardar la patineta.
Abigail
Como de costumbre, desperté y mi hermano ya no estaba en la casa, se debió haber ido con su amigo el güero, y mi papá se veía muy presionado, tenía que ir a trabajar y ya casi pasaban por él, común era verlo poco aseado, si lo recuerdo rara la vez que se cepillaba el cabello o los dientes;
– Hija, te dejo dinero para la comida, arreglas la casa, y te dejo un poco más para ti.
– Sí, papá.
– Te encargo que vayas con tu mamá, y le pidas lo de la pensión, que ya pasaron dos días y ni sus luces.
Y cuando menos lo esperé, sin mediar una palabra más, él se fue. La última vez que se cepilló los dientes fue esa misma mañana, hace tres horas y cuarenta y cinco minutos, aunque tuvo que hacerlo rápido y mal porque afuera del edificio ya sonaba le claxon de la camioneta de redilas en la que viajaba ahora.
Y total, hice mis asuntos, el encargo de mi padre, pero al llegar a casa de mi mamá, ella no se encontraba, no me moleste ni me inmute, era común que mi madre nos evitara o no estuviera para nosotros, decidí volver a casa, pero de camino, recordé que aún tenía un poco de dinero del que mi papá me había dejado, decidí cortarme el cabello, en un arranque de locura, fui al salón al que mi madre me llevaba cuando estaba con nosotros, me tardaron un rato, al salir, me sentí arrepentida, sin saber porque me dio por cortarme el cabello. Era tarde ya, no sabía cómo lo interpretaría mi padre al verme llegar con las manos vacías y con el peinado distinto, recuerdo que no me dirigía la palabra aquella ocasión en que llegue con el cabello hasta los hombros, y ¿cómo no dejar de hacerlo? Pues el fascinado de mi alaciado cabello que llegaba a los codos. No olvidare los insultos y reclamos de mi hermano; “¿por qué no lo vendiste mensa? Pudiste sacar lo de tu puto corte y a la vez lo del pasaje de la semana”, y bueno, supongo que mi padre pensaba lo mismo, por eso aplico una ley del hielo contra su única hija. ¿Qué iría a pensar ahora? Con el cabello apenas por debajo de las orejas e inclinado a la izquierda, en mi parecer no me veía nada mal, ni poco femenina.
Llegué al edificio de departamentos en el que vivía, me dispuse a subir las putrefactas escaleras de concreto que se meneaban a cada pisada, tenía miedo de dar algún pisotón fuerte; un tropiezo y sería el fin de las escaleras, y el mío de paso, siempre me pregunte ¿cuánto tiempo más durarían esas escaleras?, ahora que lo pienso, es curioso que nunca me cuestione; ¿cuánto tiempo tenían construidas?, ya que era un edificio viejo y descuidado, muy cerca de otros más con la misma vista, tan cerca, que solo tenía que dar tres pasos largos para estar en el edificio de al lado. Si uno caía sería una catástrofe, un efecto dómino que se llevaría todo alrededor, fantaseaba con ver ese espectáculo, al menos de lejos claro, y no sobre alguno de los edificios.
Subí hasta el quinto y penúltimo piso, donde se encontraba el departamento de mi papá, eran cerca de las ocho, se veía el sol meterse entre las casas a lo lejos, cuando me acerque a la puerta note que esta estaba abierta, mi hermano no era sorpresa que no estuviera a estas horas, pero mi papá siempre estaba desde antes de las seis, le llame en voz alta y no respondió;
-… ¡Papá!
Modere mi voz y volví a hablarle ahora dudando;
-… ¿Papá?
Supuse que había salido a la tienda o a algún lado, con un vecino, lo que me seguía cuestionando era lo de la puerta, no era normal que haya olvidado cerrarla, cuando salí a la entrada del departamento escuche a mi hermano gritar desde abajo.
-¡¡Abigail!!
Algo pasaba, se veía a mi hermano preocupado y asustado. Y de la nada, decidí mirar desde el quinto piso hacia las calles, y aquella avenida de cuatro carriles donde el sol se metía, se miraban luces rojas y azules.
Liam
Me topé con la avenida grande de cuatro carriles nuevamente, me sentí aliviado de reconocer el sitio, solo tenía que cruzar la calle y mi tía Catalina estaría en frente, dentro de su casa, en el celular como es costumbre, o buscándome, cosa que es seguro. Miré a dos chicos a lo lejos que venían hacia mí, con una patineta dorada cargando, me pareció genial, parecía que venían de las rampas de aquella unidad bajo el puente, venían riendo y jugueteando, y comencé a imaginar que montaba aquella patineta dorada, transformado en mi animal guardián, que andaba por la ciclo vía a toda velocidad. Ya tenía que volver a casa, y preguntarle más a mi abuela sobre los nahuales, cruce sin mirar, aún metido en mi sueño de ser nahual, de la nada fui cegado por una luz que se acercaba hacia mí, un golpe pequeño detrás de mí que me empujaba.
Julio
Regresábamos a casa, y miramos a un chico parapléjico en la esquina donde Christopher vivía.
– Mira güey, ¿que no es el morro que llega seguido a casa de tu vecina?
– ¡Sí!, no manches se va a cruzar y anda solo, ¡córrele hay que alcanzarlo!
Miré cómo el chico de la silla de ruedas se cruzaba y una camioneta de redilas se acercaba a lo lejos, Christopher de repente se cruzó a alcanzarlo para sacarlo de la calle, todo pasaba tan rápido, y la patineta dorada que permanecía en mis manos la solté al escuchar un golpazo, que no tuve el valor de mirar, permanecí de espaldas al accidente y corrí de regreso a casa, gritándole a Abigail, para que le dijera a mi papá que seguro ya estaba en casa, que viniera a ayudar a Christopher.
En mi trayecto, escuchaba las ruedas de algún patín, o de la misma patineta, que resonaban en mi mente, he imaginaba al abuelo de Christopher convertido en un nahual que saltaba a rescatarle de lo que no quise mirar.