Guadalajara, Jalisco, 1963. Autora de Sigilosos v(u)elos epistemológicos en Sor Juana Inés de la Cruz (Editorial Iberoamericana / Vervuert, 2007).
Los pantalones se le caían de la cadera. Era delgado, fuerte, bien proporcionado. Joven y guapo. Ágil. Se trepaba en el techo con sus trabajadores y lo arreglaba todo a buen precio.
Una vez, al final de hacerme el trabajo, me tocó a la puerta. «Señora, ¿se le ofrece algo más?». Me lo dijo con la mano en la cadera. Pude ver estacionada su camioneta. Todos sus trabajadores nos miraban. Eran el público de la escena, preparada para mostrarles a ellos cómo podía seducirme.
Otro día, había terminado una labor en el techo. Salí al patio. Ahí estaba de nuevo, con su cinturón grueso, sus pantalones caídos que dejaban ver el ombligo, su vientre firme y brillante bajo el sol, su sonrisa, su copete dorado, su expresión traviesa. De repente, se acercó e intentó besarme. Me hice para atrás, sin poder contener la risa.
Lewis me mandó una vez a uno de sus trabajadores a limpiar las canaletas del techo. Ya me había despachado antes a otros hombres. Lo hacían muy bien y me cobraban poco, gracias a él. Esta vez oí el ruido de pisadas violentas, cómo aventaba los sacos abarrotados de hojas secas, desparramándose al caer. Salí al patio y vi hacia arriba. Me topé con un rostro enfurecido, una rabia acumulada, una mirada peligrosa. Era un rufián. Al final, me cobró demasiado. Se lo dije a Lewis. «Ey, ¡a quien me mandaste me cobró mucho!». Pocos días después, Lewis mandó a ese granuja a que me devolviera parte del dinero.
Una vez necesitaba una reparación y llamé a Lewis para comparar precios: me cobró la cuarta parte. Me dijo, todo lo que tú quieras, querida. My dear, me decía.
No recuerdo qué otros trabajos me hizo, siempre con dedicación y energía.
Años después, al terminar un arreglo bajó del techo y ya se iba. En el jardín había un aro. No sé qué coquetería murmuró risueño. Esta vez le contesté, con inusitado aplomo: «¿Ves ese aro que está sobre el pasto?». Hice una pausa, notando en él expectativa o sorpresa. «Pues mira, ya no se mueven igual mis caderas. No lo podrían sostener». Se lo dije, en jarras, mientras giraba ampliamente la cintura en un círculo imperfecto. No supe cuándo encendió el motor acompañado de su comitiva. Un objeto rojo quedó en el pasto. Me acerqué. Era un martillo nuevo y reluciente. Lo guardé. Pero Lewis nunca volvió por él.
Actualmente, Lewis se encuentra en una cárcel de alta seguridad por haberse agazapado detrás de un gran arbusto, donde jugaba golf el futuro presidente de Estados Unidos.
