I
Quiero agradecer, en nombre de El Pobrecito Señor X, la oportunidad de saludar de la mejor manera a la ciudad y a todos los involucrados en este reconocimiento. Y que conste que, según yo, puedo quejarme de que, con una frecuencia parecida al abuso de confianza, El Pobrecito Señor X me pide dar la cara por él, y ése ha sido un encargo que a través de los años no siempre he podido cumplir de buen grado, acaso por una relación de amor/odio que tenemos. Sin embargo, tal vez por eso mismo cabe aclarar que esta mañana intentaré hacerlo lo mejor que pueda y con auténtico gusto, pues al hablar hoy en su nombre espero cumplir algunas cuentas pendientes que todavía tiene a su favor el joven señor y personaje del libro.
Por ejemplo, los dos sabemos que, después de cuarenta años, X sigue joven, en tanto que yo, lo pueden ver, ya casi no tanto.
Éste es un hecho que ninguno de los dos acaba de comprender o aceptar; por ejemplo, además de que a mí la juventud de X me hace sentir una envidia un tanto humillante, sus exigencias pueden llegar a resultarme tan exasperantes como yo a él. Hay algo en la distancia que nos separa que me pone ante sus ojos permanentemente bajo sospecha. En síntesis, ninguno de los dos traga con facilidad el hecho de que yo sea otro y él siga siendo el mismo.
Así que por esta vez dejo de lado mis objeciones para dejarlo ser sin estorbar más de lo necesario, para seguir sus instrucciones al pie de la letra.
En primer lugar, debo transmitir a ustedes su desconcierto y su desconfianza natural ante cualquier tipo de honores a un personaje de sus características, no tanto por modestia (yo les aseguro que modesto no es), sino por sentirse un poco fuera de su lugar, pues el joven señor piensa que su sitio está en la gayola de la picaresca o bien en la fila de los espectadores que cronometran el aniquilamiento, como ya lo advertía en su primer poema.
Piensa, me dice: «¿Qué cara puedo poner durante el reconocimiento, si sigo siendo el mismo joven fastidiado por la política y la policía, fastidiado por la familia y la falta de opciones, el mismo joven sin rostro definido, muy parecido al joven vagabundo desempleado que es multitud en las calles de la Guadalajara y del país de nuestros días?». Ésos a quienes seguramente no les interesa acompañarnos esta mañana.
Aquí debo matizar con una interpretación de mi parte: yo creo que X no quiere ser desagradable gratuitamente, lo cierto es que no lo puede evitar. Se trata más bien de que su propia vigencia y su juventud le resultan incómodas y decepcionantes, y será así mientras Guadalajara (y también el país entero) siga siendo un productor aterradoramente eficiente de familias disfuncionales.
Mientras el machismo y sus secuelas no dejen de ser cosas normales de todos los días. Mientras la inocencia y el desamparo sigan a merced de la violencia. Mientras la Iglesia se entrometa en la planificación de la familia y se imponga en las mayorías el ocultamiento del cuerpo y de la sexualidad como fuentes de placer y salud mental. No como el triste y torpe gobierno de los cuerpos, procedimiento de procreación irresponsable que nadie parece estar interesado en detener.
Pero, sobre todo, mientras haya jóvenes que sepan que las ganas de vivir y la voluntad deben capitalizar su enojo creativamente ante cualquier clase de obstáculo, seguramente estaré más cerca de ellos de lo que sería deseable para todos.
Quiere también recordar su estirpe heterodoxa.
Y en efecto, la época que engendra al señor X proviene de los años sesenta y setenta, que son décadas heterodoxas. Hay en el mundo (y hasta en aquella Guadalajara todavía provinciana) un ánimo entusiasta por parte de la juventud que discrepa de las doctrinas y prácticas en política, religión, filosofía, ciencia y arte. Son los años de las revueltas estudiantiles del 68, años en los que empiezan los movimientos juveniles a tomar las calles del mundo, las demandas por los derechos de la mujer, la igualdad racial, la preferencia sexual o la distribución de la riqueza. Demandas que, como sabemos, siguen sin resolverse del todo. El joven de aquellos años nace en un caldo de cultivo que le pide ser crítico ante La Realidad, El Conocimiento y El Progreso (con las mayúsculas del discurso oficial). Un joven de aquellos años, si estaba medianamente informado, tenía la certeza de haber nacido en un mundo por demás injusto; era una juventud atropellada y decepcionada por la historia, pero que sin embargo entendía, tal vez con un optimismo desmedido, que la voluntad, la imaginación y la creatividad para descubrir nuevos caminos eran las respuestas que se esperaba de ellos. Y si esto ciertamente no ha sido una solución, creo, junto con X, que debe seguir siendo la respuesta por parte de los viejos y de los jóvenes.
ii
En esta segunda parte de la encomienda que, no se alarmen, ya está por terminar, pide desviar la mirada de su libro para verlo acompañado de un conjunto de obras que vienen madurando el texto colectivo de la poesía, no sólo de Guadalajara, sino del país. Me refiero a la aceleración poética que se da en la ciudad, desde principios de los años setenta, y que no tiene precedente en la historia de la muy noble y leal, tanto en número de publicaciones y editoriales como en obras de calidad. En los últimos cincuenta años, la comunidad poética (que incluye ahora mismo a jóvenes verdaderamente talentosos) ha dado a la ciudad mucho más de que lo que puede ser percibido a simple vista. La poesía siempre es así. Antes de dejarse ver, se hace sentir.
Por dar sólo un dato, las Chivas, aun reforzadas con Atlas y Tecos, no han sido capaces de ganar ni la mitad de campeonatos, comparados con los premios nacionales que han ganado los vates tapatíos.
Esta explosión de creatividad poética en la ciudad nos ha legado de manera definitiva una vocación que resiste a pesar de todo, como el Lago de Chapala, Los Colomos y La Primavera, para recordarnos, como ellos, de dónde vinimos y a dónde nos acercamos peligrosamente. Esta comunidad de poetas, premiados y no premiados, becados o no, heterodoxos o no, le ha dado a la ciudad una auténtica pluralidad y una modernidad que ya las quisieran la clase política de todo el país. Una pluralidad y una modernidad que hacen de Guadalajara un ejemplo de vitalidad y eficacia poética, al menos para la mayoría de las ciudades de Iberoamérica.
Pero conste que X me ha pedido expresamente decirles que, desde luego, no piensa que la poesía sea una tarea fundamental de la ciudad, no tiene por qué serlo. Sabemos que tradicionalmente ha sido usada y traicionada en eventos oficiales, tolerada como un asunto más aburrido que incómodo, pero que ostenta la simpatía de la ingenuidad y la cursilería, que tan bien adornan tantos actos cívicos. Sabemos que los poetas fueron expulsados de la República ideal por Platón, pero después de tantos siglos los poetas seguimos aquí. La poesía difícilmente se inserta en el aparato productivo de las ciudades; el poeta sabe perfectamente que para sobrevivir tendrá que hacer otra cosa que escribir poesía.
Escribir poesía es una vocación, no una carrera. Los poemas no sólo son para agradar y tranquilizar, sino también para mirarnos fijamente a nosotros mismos, corriendo el riesgo de inquietar y desagradar.
Por otra parte, antes de terminar leyendo el poema «Autogol», que abre el libro del señor X, quiere comentarles que todo pobrecito señor X sabe que la mejor poesía no se escribe, porque se trata de la poesía que nos toca y nos muerde a todos sin excepción. Otra cosa es que sea cierto que a esa clase de poesía raramente la llamamos así, pues ella se limita a hacernos sentir el privilegio de estar vivos. Quiere también agradecer en nombre propio al comité seleccionador de este homenaje la oportunidad de recordar una Guadalajara de una belleza incontrolable que contrasta duramente con ésta del siglo xxi; me dice que aquella noble y leal adolescente ha envejecido tan rápido que cada día se parece más a estas ruinas que veis.
Autogol
Nací en Guadalajara.
Mis primeros padres fueron Mamá Lupe y Papá Guille.
Crecí como un trébol de jardín,
como moneda de cinco centavos, como tortilla.
Crecí con la realidad desmentida en los riñones,
con cursilerías en el camarote del amor.
Mi mamá lloraba en los resquicios
con el encabronamiento a oscuras, con la violencia a tientas.
Mi papá se moría mirándome a los ojos,
muriéndose en la cama lenta de los años,
exigiéndole a la vida.
Y luego la ceguez de mi abuelo, los hermanos,
el desamparo sexual de mis primas,
el barrio en sombras
y luego yo, tan mirón, tan melodramático.
Jamás he servido para nada.
No he hecho sino cronometrar el aniquilamiento.
Como alguien me lo dijo una vez:
Valgo Madre.
Queda en el lector decidir si él puede cotizarse un poco mejor.
Gracias.
Texto leído el viernes 29 de abril de 2016 en la inauguración de la xlviii Feria Municipal del Libro de Guadalajara, que le rindió homenaje a Ricardo Castillo.