(Guadalajara, Jalisco)
-Permítame decirle, bella dama, que tiene usted una mirada
maravillosa
-Gracias…
La observó con detenimiento, con el amor de viejos tiempos. Sin
atreverse a más, bajó la mirada un momento y contuvo el llanto. Un
arrebato de valentía lo motivó a mirarla a los labios y continúo.
-Sin la más mínima intención de incomodarla, debo decirle que
sus labios son maravillosos.
-¿Pero cómo puede decir eso? Jamás los ha probado…
-En mis recuerdos lo he hecho.
-¿En sus recuerdos?
-Así es…
Levantó su taza de café y la observó con nostalgia, en otros
tiempos su dulce voz le hablaba acerca de lo que más le gustaba de
los capuchinos, le encantaban cuando aún tenían las tres capaz
separadas. Él recordaba cada una de esas relativas nimiedades.
-He de confesarle que si usted me diera la oportunidad, yo
buscaría hasta en el último rescoldo la manera de hacerla feliz.
-Vaya, es usted muy lindo. Dígame, ¿lo conozco de otro lugar?
-Nos conocemos de otros tiempos
-¿Que tiempos?
-Antes de que usted volviera a casarse.
-Ahora veo…
El hombre profirió un suspiro
-Antes de que se casara con ese alemán tan desagradable.
-¿Alemán? No entiendo ¿Quién es usted?
-Mi nombre es Alois, soy su primer esposo…
Metió la mano a la bolsa de su saco y extrajo un par de
pastillas, a las 6:00 pm ella debía tomar un par, de lo contrario
olvidaría hasta su alma.
-Sé que suena extraño… pero yo la amo día tras día.
Ella desvió la mirada de él hacia la taza, como si no hubiese
escuchado nada, y dijo:
-Me encanta cuando al capuchino se le ven tres capas… leche,
café y espuma… ¿A usted no, Alois?
Él sonrió y le tomó la mano con delicadeza, como en los viejos
tiempos, olvidándose de que ella lo olvidaría.