Un amigo dijo: «Enterrémosla desnuda, para qué batallamos». Pero no pude. No me atrevería a hacerle algo así a una mujer con fama de bruja. Sabía que ella regresaría maldiciendo, apilando brasas sobre mi cabeza, en donde aún ronda con sus órdenes, sus advertencias ominosas y vago olor a cebolla, y con su grueso dedo pulgar clavado en mi garganta.
Aunque la última vez que la vi estaba acomodada en la mejor caja de pino que podíamos costear; con los labios cerrados, con una sonrisa tonta y escarlata que nunca habría tenido en vida. Y esta idea tiene cierta fascinación. Me surge a menudo. Imagino cómo habrían de desfilar ante su féretro los que le guardan luto, en una sola y sorprendida fila, murmurando: «¿Te fijaste cuán pequeñas eran sus manos; y qué lindos sus pechos?».
The Viewing
One brother said let’s make it easy and bury her / naked. But I couldn’t. I wouldn’t dare do that / to a woman famed for casting spells. I knew / she’d return cursing, heaping hot embers on my / head where she’s still knocking around with her / orders, ominous warnings and vague scent of / onions; still pressing her fat thumb to my throat. // Although, when I saw her last, she was laid out / in the finest pine box we could afford; her lips / pursed into a scarlet simper she never would have / simpered when she was alive. And the idea holds /a certain fascination. I think of it often. I imagine / how the mourners would have passed her coffin / in a single, startled file, whispering: did you recall / that her hands were so small; her breasts so lovely?