Los dioses, presencia huidiza en la poesía de los siglos xix y xx, alejados por la distancia humanista, la ilustrada generalización de lo secular y la relativa particularización de lo sagrado, en el siglo xxi vuelven a ser figura notable como hábito literario o como enargÄ“s. No sólo se manifiestan los del panteón grecorromano, también vuelven los santos y los herejes: traen su propio cauce. Así se aparece Teresa de Cepeda y Ahumada, Teresa de Jesús, Teresa de Ávila, Santa Teresa en la tiniebla rémora de la desesperanza en la que nos sumerge Minerva Margarita Villareal —y a ella Teresa— en Las maneras del agua, Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2016.
El libro discurrirá en dos ejes, las cuatro maneras de fluir del agua:
Agua del pozo.
Agua de noria sin anegar el huerto.
Agua de río o del arroyo.
Lluvia del cielo.
El otro eje ordenador es la alternancia en contrapunto entre los poemas de una voz que recoge y narra, en un orden ausente de sucesión cronológica, episodios de la vida de Teresa en la que está también la vida de la poeta, como quien se asoma a un lago en espera de encontrar su reflejo y encuentra espantado el rostro y el cuerpo de otro. Esa voz dialoga, se redime, se completa o se aparta de la voz de las Laude. Laude como subgénero lírico, sancionado por la tradición clásica, pienso en Virgilio, Horacio, Cicerón; hace referencia también y quizá aquí con más fuerza al segundo tiempo de la Liturgia de las horas, que se dice a continuación de maitines, de mañana. Y es de mañana que la voz laudatoria se entrega a la oración después de la íntima escucha del dictado de la noche.
La Santa trae consigo el mundo de los muertos, el padre de unas amigas, un par de muchachos, una hermana dolorosamente evocada en «Víspera» y en «Ella cuidó de mí», la madre que jamás volvió; en «Mi poder superior», la voz que hila la vida de Teresa deja el lugar a la voz de la Santa que reza:
Tú no me libres del ritual que alimenta a tus muertos
y me mantiene viva
Estos dos versos, que en «Poemas en chino» de Wendy Guerra son uno solo, el último de la estrofa que empieza:
Tú conoces mis muertos y mis gestos y mis rezos a esos muertos
que llamas por su nombre
se dirigen a un Tú, que por proximidad semántica refiere pronominalmente al poder superior de la voz de la poeta y de Teresa misma. El nombre Poder Superior es común interlocutor divino en el Programa de los doce pasos. Entre los muertos que trae la Santa llega con hórridas evocaciones, en alas de cristal, el muerto que se fue y ya no se quiere ser; la oración como correlato de la adicción a las drogas es consistente para Minerva Margarita Villarreal en su efecto, pues ambos, droga y oración, propician «estados místicos».
Poesía mística también hay en varias laudes, en las que la voz poética reporta estados extáticos porque Dios, o Cristo en este laude, ha tomado posesión del cuerpo:
Cristo por mi cuerpo
dentro de mi cuerpo
Cristo por mi sangre
dentro de mis labios
Cristo por mis labios
dentro de mi boca
Boca por mis letras
sangre de Cristo
Báñame
díctame
el sueño
Dije antes que vuelven también los herejes. Y así es. La aparición nos la ofrece la poesía mexicana en otro libro reciente, En un laúd—la catedral,de Silvia Eugenia Castillero, publicado en 2012; la poeta dedica su «Nave central» a otra mística, Marguerite Porete, que en destino opuesto al de Teresa de Ávila, quien fue llevada a los altares como doctora de la Iglesia, es condenada por sus escritos y prácticas heterodoxas. Esta dama oblicua
Desde el fondo nodal, busca, gesta
la locura de la fe, sin gramáticas
Arde en lo alto de un cedro a la orilla de un río y ni Dios permanece con ella
Por el cauce, vuelta hacia la nada del día, desaparece.
Las similitudes entre ambos libros merecen un estudio más detenido; para no perderlas expongo aquí algunas; el laúd y las laudes, instrumento y género que comparten etimología en la palabra latina laus, laudis, alabanza o elogio. También, que las biografías de Teresa de Ávila y Marguerite Porete convocan un contenido hierofánico de escritura mística; aun más, que esta escritura mística, tanto en Las maneras del agua como En un laúd—la catedral, está cifrada en una estética de lo líquido.
El agua es el líquido por antonomasia, presente en no pocos mitos originarios del universo, del hombre o de los dioses; su cualidad de fluido disolvente es extensiva a los otros líquidos también persistentes en el pensamiento poético de nuestra tradición poética occidental: la sangre, la leche, la miel, el semen. Que el pensamiento poético místico aproveche estos atributos y haga de ellos un vehículo de expresión no es novedad, su conjunción en la tradición mística occidental encuentra origen en los movimientos espirituales femeninos de la cuenca del Rin durante el siglo xiii, en los escritos emanados Liber Scivias y Speculum Virginum de Hildegard von Bingen y Mechtil von Magderburg, respectivamente; así también en Ramon Llull y San Juan de la Cruz.
Quizá la pregunta por la similitud es para la tradición: ¿se trata de un cauce del acudir o del llegar? Para Teresa de Ávila el agua guarda una afinidad con lo trascendente; la metáfora está dada, quizá revelada en los éxtasis de los que la poesía mística pretende ser fiel transcripción: «Que no me hallo cosa más a propósito para declarar algunas [cosas] de espíritu que esto de agua […] soy tan amiga de este elemento que le he mirado con más advertencia que otras cosas».
Las maneras del agua no tiene como figura central a Santa Teresa de Ávila; la atención del libro está puesta en la relación que la voz de la poeta tiene con Dios y con Teresa como ejemplar intermediaria y como traductora de los misterios divinos a la lengua personal, esa que sólo se escucha en la soledad íntima de las celdas de la conciencia; la relación que más me ha interesado al leer el libro es la de la voz poética con Teresa, sólo la poeta puede decirle a la Santa con abrasadora empatía humana:
Aérea rézate Teresa
porque has perdido todo
y el cielo exige
siete estancias para morar.
Las maneras del agua, de Minerva Margarita Villarreal. fce / ica / inba, México, 2016.