Las curvas del tiempo / Inês Pedrosa

Quería volver a tener quince años. Cosas que decimos por decir. El cuerpo nos falla, la cabeza tarda tanto en olvidar como en recordar; la camisa, donde antes flotaba, aplasta ahora las dos rebanadas de carne antes conocidas por el nombre de músculos bíceps braquiales, encontramos la felicidad de pasar toda la vida desconfiando, despertamos de madrugada, con sobresalto, para confirmar que respiramos, que la mujer amada respira, la oímos roncar de un modo tan profundo que casi borra el ruido del primer avión, pensamos que ella tiene que dejar de fumar, qué será de mí sin ella, salimos de la cama muy despacio para ir al baño, avanzamos hasta la cocina para sosegarnos con una galleta, un vaso de leche, los llevamos a la sala, nos desplomamos sobre el sofá para unos minutos de zapping, meditamos sobre las estadísticas de la mortalidad por género, el maldito feminismo de los números, las mujeres duran más, ojalá, qué va a ser de mí sin ella, y qué hará ella sin mí, mejor ni imaginar, yo muerto y esa risa de ella suelta por ahí, encantando los árboles, las flores y los pantanos de charla azucarada, ella tan glotona y dulce y los buitres sobrevolándola, yo muerto, tengo que volver al gimnasio, acabar con el queso y el vino, vaya, un vaso o dos por sábado, y tantas cosas que aún no hemos hecho, no fuimos a los Picos de Europa, no fuimos a la ópera en Nueva York, y las películas de Visconti aún dentro del celofán, qué vergüenza, si muero como mi padre, sin quitar el plástico del Círculo de Lectores a la colección de clásicos portugueses, son para la jubilación, decía él, cuando me jubile voy a leer todo, no los abras para no acumular polvo, y de repente el polvo era él, aún por retirarse, y aquella vergüenza en el estante, los hombres duran menos, se gastan más deprisa, material menos resistente, qué haces aqui, amor, te busqué y no estabas en la cama, ella arrastrando las pantuflas, luminosa nube de sueño, la cara arrugada como un mapa muchas veces doblado y desplegado, y yo, torpe, disculpa, debo de haber tenido una pesadilla, no podía dormir, no quería interrumpirte el sueño, vine aquí a ver si se apaciguaba. Como si ya no estuviera debilitado, como si mi problema no fuera exactamente ése, debilidad generalizada, el cuerpo regresando a la tierra, los pies creando raíces, mañana voy a empezar a caminar, desde que el periódico me despidió me acostumbré a despedirme a mí mismo, los proyectos que guardaba para cuando tuviera tiempo se desmoronaron en pereza, escribir para qué, para quién, sólo si fuera para ella, para mi mujer, pero prefiero contemplarla, acariciarla, vivir este amor como si tuviera quince años y la vida estuviera suspendida como un campo de futbol antes del juego, silencio y anticipación, el aburrimiento lujoso de la felicidad, no tener que probar nada a nadie, anular expectativas y plazos, obligaciones, limitaciones, palabras circunstanciales, vivir sólo para el amor, con su torrente constante de alegría y tristeza, el amor es siempre triste porque nunca sabemos cuándo nos roban ese privilegio, ella sale al trabajo y pienso y si alguien la atropella, si me arrebatan el coche yo ando a pie, si me asaltan la casa duermo en el suelo, si es preciso, siempre que sea con ella, sin ella no imagino cómo sería, ya perdí amigos por distintas traiciones, del alma o del tiempo, antes encontrarme con los cementerios no me incomodaba, los cargaba conmigo, abarrotados de cruces, me hacían más fuerte, con el amor la posibilidad de la muerte se torna pornográfica, cuál de nosotros se irá primero, vivimos una voraz carrera contra el tiempo, es esto la vejez, me dijo una vez un escritor: no sé cómo frenar los días, corren a una velocidad imposible, no tengo piernas ni manos ni palabras que los hagan parar; yo era muy joven y me sorprendí, pensaba que el tiempo de los viejos era igual al de los adolescentes, lento, anticuado, ahora lo entiendo, todas las horas que no estamos juntos son de pánico y angustia, quién me diera volver a tener los quince años que mi corazón tiene desde el minuto en que la conocí y ver la vida allá adelante, esplendorosa y distante como una diva, poder derrochar tiempo, hacer pucheros, sufrir por irrelevancias, jugar a las canicas con las palabras, pasar noches removiendo una frase, una mirada, una ofensa, reventarme con la hipocresía del mundo y mantenerme alejado de él, correr sólo por correr, sin cansancio, hacia ningún lugar.
      De repente volví a tener quince años pero no dejé de ser un viejo apasionado, una pila de cajones roída por el acné, subo el volumen de la música para no oír los gritos de mis padres, dos peces discutiendo en el círculo de mi minúsculo acuario, si no fuera mi hijo te dejaba ya, dices bien, tu hijo, dudo que sea mío también, está torcido como tú, golpean las puertas, el agua se derrama del acuario, mi madre viene a la puerta de mi cuarto a ordenarme que baje el volumen a la música, qué dirán los vecinos, salgo a la calle con una agilidad que ya no recordaba, mis amigos juegan futbol en el estacionamiento, me llaman, juego, aturdido, marco un gol pero los adversarios lloran a gritos que no vale, que estaba fuera de juego, suelto la pelota, no quiero quedarme allí, de qué me sirve tener quince años si no sé de ella, sé que ella existe pero no está allí, cuando tenía quince años ella tendría dieciocho y estaba en una universidad lejana, a doscientos kilometros de mí, eso es, tengo que ir a buscarla, tomar el tren, nada en los bolsillos, ni un centavo, recorro las calles como si volara, cuerpo leve, más de medio siglo dentro del cráneo y las piernas como alas, entro en las tiendas, pregunto si no necesitan un empleado, me miran desde arriba, se ríen, me ofrecen caramelos, tú tienes que ir a la escuela, no tienes edad para trabajar aquí, aprovecha la juventud, chico, se ríen de mí, ya no recordaba que tener quince años es soportar la risa de los demás, crece y aparece, niño, eso pasa, no llames, míralo queriendo ser hombrecito, las órdenes, regresa, estudia, vete, pon la mesa, calla, tiende la cama, ve a hacer el quehacer, ¿ya te lavaste los dientes? Necesito ir con ella, no voy a pasar otra vez por el martirio de una vida entera hasta encontrarla, allí en la esquina vive la muchacha que me enseñó lo que era el sexo, pero ella nunca me gustó, me gustaba otra, la de la escuela, que prefirió a mi mejor amigo, y aquello me supo a poco, ojos cerrados para hacer de cuenta que una era otra, tantas horas perdidas con las mujeres equivocadas, tantos años en el periódico escribiendo las mismas cosas, el sindicato dice que la adhesión a la huelga es total, la administración lo desmiente, el presidente de la República ahora electo promete ser el presidente de todos los portugueses, sin embargo, a pesar de las luchas partidistas, el líder de la oposición cuestiona los datos del desempleo presentados por el gobierno, y después la novela, años seguidos de vacaciones desperdiciadas por la novela frustrada, novias lloronas por falta de playa, de París, de una noche a la orilla del mar, y yo allí, a ver si me convertía en eterno, creyendo que mis palabras irían a hacer estremecer al mundo o al menos la sensibilidad de los lectores, un volumen que quedaría para los nietos que nunca quise tener, cuando la cosa por fin salió fue una cachetada general, o antes hubiera sido, fue una cachetada local y silencio, distanciamiento, un compañero de la competencia bajó y los otros se callaron, simpáticos, ah, escribiste un libro, no lo sabía, esta vida que llevamos, siempre corriendo, y entonces ahora ¿estás escribiendo otro? Para qué escribir otro si nadie quiso leer el primero a no ser por aquel crápula que no me podía ver porque yo le comía una prospectiva novia, ah, Don Juan, piensas que además de la armadura del seductor todavía irás a la Historia de la Literatura pero te engañas, ya vas a ver cómo es, gruñó el bruto por sus capullos y asesinó el libro, bajo, mal lavado y enojado con el mundo. Parece que todavía lo veo preguntando a la fulana, al lado mío: ¿qué es lo que una belleza como tú ve en este tipo al que le apesta la barba? Yo no quería nada con ella, sucedió, por lo menos me frenó el ímpetu del segundo libro, nunca más tuve ni siquiera voluntad de escribir, al principio juzgué que de ahí a un tiempo, que al segundo era que iba a ser, el cabrón tendría que acabar por tragarme, quisiera o no, otros habrían de demostrarle mi talento, al segundo libro era que iba a ser, pero la editorial me decía que el tiempo estaba muy complicado, sólo best-sellers, y cuando ni un tipo con amigos en los periódicos conseguía buenas críticas o al menos alguna visibilidad las cosas se ponían aún más difíciles, y después me fue pasando la rabia, digan lo que digan es siempre a causa de eso que se escribe, la rabia es la gasolina del espíritu, el ingenio y el arte vienen por añadidura, a mí ya me pasó.
      ¿Dónde voy a preparar el dinero para ir a buscarla, con este mísero cuerpo de quince años, demasiado bien alimentado y vestido para mendigo? Vuelvo a casa, mi madre salió, ataco la cartera de la cocina, escondida en el cajón de las toallas, como siempre, saco las notas y salgo, tomo el autobús hasta el tren, y aquí voy, atravesando montes y valles, en busca del sentido de mi existencia. Ella me reconocerá tan pronto como me mire, la vida extendida delante de nosotros como una toalla sobre el césped de la eternidad, un banquete, yo seré abogado como quería mi padre, evitaré el esfuerzo y la desilusión del libro, distinguiré entre amigos y enemigos con mis ojos afinados por el tiempo y las derrotas, si volví a tener quince años fue para esto, la extraordinaria oportunidad de empezar todo de nuevo, un adolescente con experiencia de viejo, un hombre capaz de llegar a un acuerdo con la vida, un hombre destinado a la felicidad, es eso lo que soy, mucho más que un escritor, escritores hay muchos, de todos modos, demasiados, grafómanos compulsivos, arrogantes, ingenuos, patéticos, convencidos de que sus palabras marcarán la diferencia, separarán las aguas, acabarán con la ignorancia universal, iluminarán la noche de los siglos pasados y futuros, escaparán a la ferocidad del tiempo, a la insignificancia, a la banalidad y a la muerte.
      Aquí llega, riendo, al portón de la universidad. No sé cuántas horas la esperé; sabía que al caer la tarde ella aparecería allí. Viene con un grupo, tres chicas y dos chicos, conversan animadamente. Pantalones vaqueros acampanados, túnica florida, toda ella es color, rosas, verdes, blancos, azules, caracoles castaños sueltos por los hombros, abrazada a los libros, bolsa barata al hombro, cara lisa, de un blanco luminoso, los ojos avellana parecen mayores en esta cara de niña que aún no es la de la mujer madura que conocí, las mismas formas redondas en un cuerpo esbelto, el fulgor de la juventud, músculos, luz, flexibilidad, dulzura, la llamo, ella vuelve la cabeza, acelera, vine contigo, ella se acerca, pregunta de dónde la conozco, le digo mi nombre, permanece fuera de los límites, los ojos súbitamente opacos, oscuros, le digo que me va a encontrar de aquí a treinta y cinco años, y vamos a ser muy felices los dos, y ella se ríe exactamente como mi madre, se burla frente a mí, dice: eres muy querido y muy jovencito y muy tontito, busca a una chica de tu edad, luego me da la espalda, vuelve con su grupo de amigos y desciende la calle, hablando y riendo, burlándose de mí. Ella no volvió a tener dieciocho años, ella está viviendo los primeros y probablemente únicos dieciocho años de su vida, y no hay nada que pueda hacer contra eso, he dado la vuelta a toda la vida para encontrarla y ahora tengo quince años y estoy solo, irremediablemente solo en mi corazón de cincuenta y un años, adolescente cazado en el propio tiempo que quise curvar. Quiero volver a tener cincuenta años, necesito urgentemente regresar a mis cincuenta años, la gente me oye y juzga que estoy loco, nadie quiere tener cincuenta años, dónde se ha visto.

Traducción del portugués de Monserrat Acuña

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