Las culebras de mamá* / Martín García López

Licenciatura en Letras Hispánicas-CUCSH, UdeG

A veces me desespero porque la puerta del jardín no se abre desde que creció la hierba. Papá nos prohibió hacerlo. Cuando llega la tarde y comienza a trazar planes, me exige que no la abra porque entre la maraña hay culebras venenosas que pueden meterse a casa. Ya habrá tiempo de matarlas a todas,** dice papá cuando les vuela la cabeza de un machetazo. Cuando él se va a la cantina y nos deja a Nicolás y a mí solos, yo paso entre las rejas de la puerta, porque ya no puedo abrirla por la hierba, y entro al jardín. Las culebras que tanto odia papá muchas veces se arrastran entres mis pies; claro, si me quedo mucho tiempo entre la hierba, trepan por todo mi cuerpo y me cubren de caricias; su piel es áspera pero cálida y su olor es como el de mamá. A Nicolás le gusta más aprovechar cuando papá no está y subirse el techo. Tiene meses queriendo volar, bueno, desde que se murió mamá. Papá se enoja cuando Nicolás sube al techo y extiende los brazos como si quisiera atrapar una nube, y me grita, “¡Mira, Gustavo, ahí arriba está un tiburón!”. A mí me gustan más las culebras que se meten entre los pies. Papá las suele matar de un machetazo justo en el cuello –si es que las culebras tienen cuello–, les quita la cabeza y la tira en el cerro; lo demás, lo utiliza para remedio. Dice que la piel de culebra hecha crema le relaja el ardor que le dan las llagas que le salen en el cuerpo. También dice que es para curarse de un embrujo, que está tan embrujado que por eso Nicolás quiere volar, porque también está embrujado. “Tarugo”, así le dice al embrujo de él, “ese muchachito está tarugo”. A mí me gusta más la tierra, como a mamá, por eso ella está enterrada, porque le gusta la tierra, por eso ella duerme en la tierra, porque le gusta y entonces, cuando juego con las culebras, que entre mis manos cambian de colores y que salen de la tierra, pienso que son cabellos de mamá. Ella está debajo del jardín, por eso papá no corta la hierba, porque sería como cortar a mamá, y papá no quiere cortar a mamá. Ya la cortó una vez y papá se deprimió mucha esa vez, lloró y lloró en la cantina y Nicolás y yo estuvimos en el techo de la casa. Nicolás decía que ahí estaba mamá, en el cielo, que eso decía el cura, que yo no lo sabía porque yo me dormía en misa, pero es que los sábados me quedaba despierto hasta muy noche, acurrucado como un gatito en las piernas de mamá, y ella tejía con la luz de una vela. Le tejía a un hermanito que íbamos a tener Nicolás y yo, se iba a llamar Manuel, como mi papá. Por eso si estaba en sus piernas, cerca de su panza, podía escuchar al niño hablar, me decía que a él le gustaba el agua y que en el agua también había tiburones y culebras, que se metían en su boca, que le mordían la carne que tenía entre los labios y que lo hacían llorar muy suavecito, que mamá no escuchaba y yo sí. Nadie entendía a las culebras, pero ellas eran como mamá, algunas andaban muy escondidas entre la hierba, huyendo del machete de papá, y otras se quedaban cerca de mí, escondidas entre mis pantalones, abrazándose a mis piernas. Quería que me contaran de mamá. Nicolás se acostaba en el techo y veía el cielo y me decía que era como el mar, pero al revés, o que tal vez nosotros estábamos al revés, que por eso las nubes eran tiburones, se comían a las pequeñas y avanzan y avanzan y avanzan y abren sus bocas enormes y se comen a los pequeños y Nicolás les grita que no hagan eso y se pone a llorar. Yo le expliqué que las nubes se unen a otras y se hacen más grandes, que no se las están comiendo, que lo mismo pasó con mamá, que mamá es todo el jardín, y que se hizo más grande y se extiende y extiende por todo el cerro. Mamá es la tierra que está entre los cerros y el campo, la que se mueve con el aire y va a otros pueblos, mamá está en otros pueblos y en la hierba, en las culebras. Cuando camino descalzo por la hierba, siento aún las palabras de mamá tocándome los dedos y las culebras me siguen. Manuel también está ahí acompañando a mamá, por eso sé que ella no está sola, porque ahí están los dos. Papá es el que se siente solo, pero nunca nos podemos acercar Nicolás y yo. Él prefiere no estar en casa y lo hallamos dormido en la entrada y apenas lo podemos meter entre los dos arrastrándolo. Su boca apesta a culebras muertas y su cuerpo sudoroso hace que nuestras manos resbalen cuando lo jalamos, como si estuviera bañado en grasa. Nicolás insiste en que lo dejemos en la entrada, dice que él entrará cuando quiera. A mí no me gusta dejarlo ahí, luego los perros lo mean. A veces me deprimo cuando papá mata a todas la culebras porque me acuerdo cuando le cortó la cabeza a mamá, de tajo y de un solo golpe, y no es que lo culpe por lo que hizo, es sólo que cuando la cabeza de mamá cayó, sus ojos me miraron y yo siento que me quedé guardado en sus ojos, en el centro. Fue Nicolás el que cargó la cabeza y papá quien arrastró el cuerpo, aún está la mancha de su sangre en la casa. Papá cavaba y Nicolás abrazaba la cabeza de mamá, viendo el cielo azul y diciendo, “Ahí es a donde se fue”. Las culebras no deberían morirse, pero papá las mata porque a él le salen más llagas. Las mata y se pone a llorar por las noches. Ya nunca vamos más allá del jardín, porque en el pueblo nos preguntan por mamá y nosotros no sabemos qué decir, papá dice que se fue con la abuela, sólo eso, no dice nada más. Papá nos dice que eso lo hizo porque estaba embrujado, que está muy enfermo y que necesita de nuestra ayuda, que seamos buenos niños. Cuando no lo somos, como cuando yo me meto al jardín y él me ve, o como cuando Nicolás está en el techo y papá lo ve, nos pega, nos azota en la espalda con su cinturón y Nicolás no llora y yo sí lloro. Ahora papá ya no lo hace, ya no puede hacer nada de eso, porque las llagas del cuerpo le duelen mucho y ya no se puede parar del petate y ahí está, acostado, y Nicolás está en el techo mirando las nubes, y la hierba ha crecido mucho, ya pasó del jardín y se metió a la casa y con ella trajo a las culebras. Ellas se acercan a papá y le pasan por las piernas y las manos, y él me dice que tome el machete y las mate, pero yo no lo haré, porque no quiero lastimar a mi mamá, y si mi mamá está ahí con papá, mordiéndole las llagas del cuerpo, entonces es por algo.  Y yo me salgo al jardín para ver a Nicolás, y papá grita y Nicolás da un salto del techo y se va con mamá al cielo.

*Cuento breve finalista del III Concurso Literario Luvina Joven, 2013, categoría Luvinaria / Cuento breve.
** Fragmento del cuento “El jardín”, de Diego Armando Arellano, publicado en Luvina, núm. 70, Primavera de 2013, pp. 76-77.

 

 

Comparte este texto: