La única certeza del poema

Luis Vicente de Aguinaga

Guadalajara, Jalisco, 1971. Su libro más reciente es Perspectiva descendente (Medusa Editores, 2024).

«Todo libro de poemas es una casa, pero se vuelve hogar si le ponemos encima los dos ojos y hacemos un esfuerzo para llenar el corazón con sus latidos», escribe Luis Armenta Malpica en Camaleones. Tan sólo por ser eso, un libro de poemas, Camaleones ya es una casa. Conviene preguntarse quién habita sus páginas.

Dividido en siete apartados, Camaleones agrupa una treintena de poemas a propósito del sexo, el arte y la identidad. Todos ellos, como ya es natural en su autor, son textos híbridos, con algo de monólogo, algo también de confesión autobiográfica y mucho de patchwork o de rompecabezas, en la medida que los conforman parcialmente citas o paráfrasis, a veces identificables a primera vista y a veces más recónditas. Cada texto, según esta tendencia, es una cosa visto a la distancia y otra muy distinta visto por partes, un poco a la manera de lo que ocurre con una casa en el poema titulado «Lo que se nos parece»:

La vida sólo podemos verla de una acera distante.

De cerca, lo que aparece es la muerte, el silencio contrario.

Donde dicen que hay luz, hubo una casa

pero nunca fue mía, ni una viga, ni un destello perdido.

Es en una casa, ya que lo menciono, donde tiene lugar un decisivo cruce de miradas, elemento que puede rastrearse a lo largo de la poesía de Armenta Malpica (recuérdese, por ejemplo, el poema «Un café y dos miradas» en Papiro de Derveni, libro de 2013, o «Confesiones de una máscara», del poemario Enola Gay, de 2019). En ese intercambio de miradas, el tópico moderno del «otro que va conmigo», para decirlo con palabras de Antonio Machado, o del «yo no soy yo», en palabras de Juan Ramón Jiménez, es elevado al cubo por Armenta Malpica, ya que si cada individuo es también otro, el encuentro de dos personas da lugar a que dos identidades, pero también dos otredades, comparezcan en un solo gesto de reconocimiento. ¿Quién es el anfitrión en la casa del poema? ¿Quién es el huésped? ¿A qué nombre responde cada uno?

El huésped que no ha dicho su nombre

más allá de la luz que todo lo atestigua

se mira en el espejo

que soy yo

Si, como ya se ha visto, el poemario es la casa, la presencia que lo habita es la poesía. No el espacio, sino la vibración que lo recorre; no el cuerpo, sino su movimiento. Un hilo invisible parece tenderse del primer poema del volumen, donde se descarta que la poesía pueda durar indefinidamente y se postula que tal vez, en el mejor de los casos, es posible «retenerla / de forma momentánea / y expulsarla después / en medio de un estrépito», es decir: que la poesía no sea sino un grito pasajero, hasta el poema final, que termina con estas palabras: «Es el grito del monstruo / que hicimos entre todxs / mientras fuimos leyendo / este poema».

Si al monstruo lo «hicimos entre todos», quedan claras por lo menos dos cosas: la primera, que se trata de una creación humana, como el monstruo de Víctor Frankenstein en la novela de Mary Shelley, citada por Armenta Malpica; y la segunda, que no existe por obra de una sola voluntad o una sola conciencia, sino del total de una comunidad. Ese monstruo es, además, el doble de nuestra misma especie y expresa lo que cada individuo desea o acaso teme llegar a ser:

Y como digo humano, valiera decir monstruo.

Y como digo al otro, quisiera verme yo.

Entre todos, observa el poeta, formamos no un lenguaje, sino la desarticulación de aquello que como lenguaje nos fue dado, ya que la puesta en práctica de dicho lenguaje supone, a la larga, el desacato de sus normas. De ahí que Armenta Malpica subraye como tentativa propia de su poesía «una dicción que rompa con el lenguaje pero no con el habla».

Por más que soñemos de vez en cuando con hacer nuestra la pereza del gato, el silencio del pez o el vuelo del pájaro, no somos animales. El otro y el monstruo, en Camaleones, aúnan sus respectivas definiciones —o, mejor aún, sus respectivas indefiniciones— para mostrarnos lo que realmente somos. A diferencia del animal, nosotros ocultamos nuestra desnudez. A diferencia del animal, adivinamos que, pese a los esfuerzos de unificación que hace nuestra conciencia, no somos uno sino muchos:

Los verdaderos animales desconocen su propia desnudez:

no la sufren ni admiran.

[…] El hombre se disfraza

incluso con pieles de animales

para no ser mirado

como bestia.

En ese ocultar la desnudez o compartirla en secreto, el otro que somos reconoce al otro de alguien más. Camaleones debe ser leído, en este punto, como un libro erótico. Al menos tres apartados del volumen contienen poemas en los que la fantasía sexual consigue desestructurar por un instante la realidad constatable. Armenta Malpica verbaliza en ellos un apetito casi renacentista de superación de las contraposiciones, borrando los límites entre homosexualidad y heterosexualidad, entre cuerpo e idea, entre sueño y vigilia:

Esta mi mano

que llamaré ninguna

ha leído en tus brazos

los signos que a contraluz son vellos

[…]

Dejaré que esta mano

que no ha sido ninguna

sea leve con tu piel

y apenas te salude

con su signo más bello.

Otra frontera que Armenta Malpica difumina es la que separa el poema del ensayo. Hacia el final de Camaleones constan por lo menos cuatro textos en prosa cuyo tema es la poesía y que, como digo, pueden leerse a la vez como ensayos y como poemas, al grado que dichas etiquetas pierden sentido. En el titulado «La obsesión de entender», el autor declara que «los poetas vivimos de milagros», ya que «para nombrar y crear las cosas nos basta con amarlas». En la expresión «vivir de milagro», que Armenta Malpica pluraliza, está implícita, desde luego, el hambre, y vivir con hambre, para el poeta, es vivir con deseo. Si nombrar, como pretende una creencia más o menos extendida, es crear las cosas, para nombrarlas nos basta con desear su presencia. El planteamiento, por poco que se reflexione, incuba su propia crisis. Bien quisiéramos nombrar, pero ¿cómo hacerlo? Y, por lo tanto, ¿cómo crear? Y, en última instancia, ¿cómo amar?

Tres artes —la poesía, desde luego, y también la danza y la música— forman para el autor de Camaleones una suerte de suprema trinidad. No se trata de tres artes tomadas al azar, sino que son, para el poeta, tres artes de lo que no se dice. La expresión, una vez más, encierra un sentido plural; por un lado, entre las cosas que no se dicen, para la moral convencional, está, en primer lugar, el sexo; por el otro, cuando hablamos de «lo que no se dice» nos referimos a lo que supera las posibilidades expresivas de las palabras. Armenta Malpica dirá en cierto momento: «Lo que no dice el poema es la única certeza del poema». De ahí que la poesía coincida con la dinámica de la seducción, con el entendimiento primordial de dos miradas que se cruzan en un espacio muy difícil de delimitar, pero incontrovertiblemente cierto: el espacio de lo no dicho.

Luis Armenta Malpica, Camaleones. Razones para armar (Col. El Ala del Tigre, UNAM, 2024). 

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