La ópera viste a la moda

Gamaliel Ruiz

Guadalajara, Jalisco, 1977. Escribió el monólogo «Inmarcesible María». (Escenificado en el Conjunto Santander en 2023).

Hace unos días tuve la oportunidad de ver en Arte.TV el montaje de La coronación de Popea de Claudio Monteverdi (1567-1643), que dirigió escénicamente Calixto Bieito para el Gran Teatro del Liceo de Barcelona y que tuvo seis funciones durante el mes de julio de 2023. Una coronación sin coronación de la cual estuvo musicalmente a cargo el gran Jordi Savall y su orquesta Le Concert Des Nations.

Pues bien, no es nada nuevo que el género operístico sea revisitado con propuestas escénicas de toda índole, desde representaciones fieles a la época en vestuario y escenografía, hasta escenificaciones de vanguardia que pueden ser interesantes, incómodas o hasta irrespetuosas al espíritu del compositor y libretista. Posiblemente ningún teatro resulte exento a algún montaje novedoso que, dependiendo de la inventiva, pueda o no revelar la esencia de la obra. Por ello, con los actuales recursos técnicos y de iluminación, la ópera está a la moda con planteamientos enunciados por los actuales régisseurs alrededor del mundo. Y tal parece que la ópera barroca es especialmente elegida para vestirse a la moda.

Al respecto de la citada L’Incoronazione, la propuesta de Bieito contrasta con la mítica versión fílmica de Jean-Pierre Ponnelle en todo sentido. A finales de la década de los setentas, el regista francés dirigió la trilogía monteverdiana (L’Orfeo, El retorno de Ulises a la Patria y La coronación de Popea) con extraordinarios resultados, utilizando un pequeño escenario y dándole al trazo escénico una admirable fluidez y credibilidad dramática. Su complicidad con Nikolaus Harnoncourt para el impecable resultado musicoteatral es impresionante. En el caso de Bieito, un escenario circular y numerosas pantallas a los lados y parte trasera del escenario muestran un mundo romano de ambición, violencia y engaños, mientras que la orquesta habita en un reducido círculo. Todo es moderno: el vestuario con trajes, corbatas y vestidos de noche para casi todo el elenco, a excepción de Cupido (Amor), La Fortuna y La Virtud que en piyama interpretan el prólogo y luego están presentes el resto de la obra, atestiguando las acciones de Nerón, Popea, Séneca, Drusila, Otón, Octavia… roles magistralmente cantados casi por todos. El contratenor australiano David Hansen posee una alta tesitura, sin embargo, se mostró extenuado y con un canto apresurado y debilitado en su asunción de un sensual Nerón. Su escena con el poeta Lucano (el tenor Thobela Ntshanyana) resultó incómoda para el público que, a pocos centímetros de los artistas, presenció su homoerótico dúo Or che Séneca e morto. La soprano francesa Julie Fuchs, sin embargo, fue una espléndida Popea, con una voz fresca y hermosa, virtudes que también la mezzo checa Magdalena Kozèna mostró a raudales, brindando al rol de Octavia su particular dramatismo y belleza. Jordi Savall dirigió a su pequeña orquesta con afinidad y temperamento, aun así, el hermoso dueto final Pur ti miro, pur ti godo sucedió aprisa y entre las partes recortadas estuvo precisamente la escena de la coronación en que la cortesana y femme fatale Popea es designada emperatriz. El maestro Savall tuvo sus razones para modificar lo musical, al igual que Calixto Bieito, Ole Anders Tandberg, Jean François Sivadier, Robert Carsen y otros más que han hecho de las suyas escénicamente en esta obra maestra de Monteverdi.

Otro ejemplo de propuestas vanguardistas y escandaloso resultado sucedió con Tosca, de Giacomo Puccini, en la controvertida propuesta de Rafael R. Villalobos también para el Liceo barcelonés a principios de este año. El joven director de escena trasladó los acontecimientos de la ópera al siglo xx, adicionando a la trama la presencia de Pier Paolo Pasolini, provocando una gran confusión: Pasolini participa desde el principio, como niño o adulto interactuando con los personajes. Así, durante el primer acto fotografía a Tosca (caracterizada como la célebre María Callas, quien participó por cierto en el filme Medea del mencionado cineasta). Para el segundo acto añadieron música moderna a la partitura de Puccini, al igual que una larga escena en que Pasolini se relaciona con su amante y asesino, además de incluir jóvenes desnudos sin oficio ni beneficio en la sala del Palacio Farnese, que recordaron a más de uno aquella famosa cinta Saló.

La orquesta fue dirigida por Henrik Nánasi con un atractivo elenco: Michael Fabiano (Mario Cavaradossi), María Agresta (Floria Tosca) y Zeljko Lucic (Scarpia), quienes cantaron con positiva entrega. Aun así, los abucheos y muestras de desaprobación llegaron al finalizar la ópera ante la presencia del regidor Villalobos, culpable de una producción tal vez interesante, pero ajena al arte de ese gran genio que fue Giacomo Puccini.

Otra perla en la lista podría ser La Traviata transgénero acontecida en el Gran Teatro de Brescia (Italia) a finales del año 2022. En la propuesta del joven director Luca Baracchini, Violetta Valery, la célebre cortesana parisina, tiene un pasado como hombre. Pero decide transformarse en mujer y vivir una vida de lujos y alegrías en un ambiente de recurrentes alusiones sexuales. Esta propuesta escénica estuvo a cargo del Team Duphol, equipo ganador del concurso internacional para directores menores de treinta y cinco años cuyo premio consistió en el montaje de su ofrenda escénica (elegida entre más de cincuenta proyectos provenientes de todos los países europeos). El elenco estuvo compuesto por la soprano Cristin Arsenova en el rol titular, mientras que su amado Alfredo Germont fue el tenor Valerio Borgioni y el joven director musical Enrico Lombardi guio a la agrupación Orchestra i Pomeriggi Musicali con resultados medianamente memorables.

Otro renovador de la escena operística es el italiano Stefano Poda, creador de la reciente producción de la ópera Aída (Verdi) para conmemorar el centésimo aniversario de la Arena de Verona, durante junio pasado. Para este montaje utilizó luces láser led para formar la gran pirámide, colocando una enorme mano de alambre sobre el escenario en representación, tal vez, del poder egipcio sobre los etíopes, o en palabras de Poda: «la mano representa el poder humano y su capacidad para crear, levantar, derribar o matar». Veinte mil personas asistieron al estreno y admiraron una atmósfera más cercana a La Guerra de las Galaxias que al Egipto de los faraones, con cientos de extras, bailarines y el trillado elenco de moda en varios de los mejores teatros del mundo, usted ya sabe quiénes lo conforman. Otros célebres montajes de Poda, disponibles en video son Turandot (Puccini), La fuerza del destino (Verdi) y Thais (Massenet), este último con la impresionante soprano Barbara Frittoli.

Recuerdo aquel Rinaldo de Handel en que la batalla entre los ejércitos cristiano y musulmán del acto final sucede con un partido de futbol estudiantil (pueril idea en el Festival de Glyndebourne). Así como la innovadora idea del regista alemán Claus Guth para la Ópera Nacional de París al representar La Bohemia (Puccini) en el espacio exterior (con naves y astronautas) y no en el París de 1830. O Lohengrin (Wagner) en que el coro es una comunidad de ratones, sin olvidar La Valquiria, que sucede en un estacionamiento.

Para terminar, debo mencionar el reciente montaje de Turandot (Puccini) de Robert Wilson, cuya estática y minimalista creación fue un gran éxito en el Teatro Real de Madrid hace unos días. A pesar de ello, colocar casi inmóviles a los personajes podría funcionar si el espectador desea solamente concentrarse en la textura lumínica, los vestuarios, maquillaje y voces, ignorando la gestualidad y el aspecto dramático indispensables en el teatro musical del compositor italiano.

¿Qué ideas seguirán? Sin duda el maravilloso universo operístico seguirá siendo inspiración para nuevos directores de escena, susceptibles a ofrecer su talento e inventiva en un espectáculo que parece no tener límites. 

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