La mujer en la lectura de Juan José Arreola / Gabriela Torres Cuerva

 

Pertenecemos a una triste especie de insectos,
      dominada por el apogeo de las hembras vigorosas,
      sanguinarias y terriblemente escasas.
      «Insectiada»

 

No hay nada tan propio de la actividad humana como la ficción. La existencia de mundos paralelos como salvación del tedioso acto de vivir. La cotidianidad nos invita, con sus oquedades y sus filos, a escapar para reinventar el mundo. La lectura, viéndola con este lente, es una acción de salvamento. Resulta factible, entonces, huir, cambiar de territorio de un momento a otro, soltar lo tangible y existir en otro espacio a sabiendas de que tendremos que regresar cuando lleguemos a la última página.
      Hablar de mujeres literarias en un momento elegiaco que busca la equidad —algo totalmente comprensible, dado el daño histórico a los derechos humanos— es tan riesgoso como inevitable. Más específicamente, referirme a las mujeres en la lectura de Juan José Arreola en una muestra mínima de su narrativa breve, es una tarea excitante y a la vez perturbadora.
      A la realidad la conocemos o al menos intentamos identificarnos en ella. Es lo que es hoy y mañana será otra. Lo sabemos: el mundo se ha puesto en movimiento, lo cual involucra tanto a hombres como a mujeres en contra de la violencia en cualquiera de sus formas. Es la reivindicación del ser humano. Si bien es ineludible señalar que la mujer ha sido violentada en mayor medida, algo que sistemáticamente venimos oyendo con más furor en la última década, las mujeres de ficción corresponden a ese paraíso e infierno alterno al que los lectores accedemos desde la propia convicción de la huida.
      El asunto radica, precisamente, en la libertad intrínseca de la literatura. Algo muy distinto sucede cuando estamos ante una investigación que denigra un error histórico sostenido y escribe en consecuencia. En ese sentido, es la concepción de una realidad enfrentándose a los hechos. Para abrirnos a la lectura, lo mejor es entrecerrar una puerta y abrir la otra. También es saludable hacer encuentros con lo que representa un texto y lo que hay allá afuera, por eso la rendija, el intersticio. La literatura abre campos de significados a la imaginación. Si el lector o la lectora no entran a la ficción libremente, será muy difícil conseguir el disfrute y el goce.
      Las mujeres en la lectura de Juan José Arreola tienen tantos rasgos que sería limitado y baladí intentar siquiera abarcar en su totalidad, ya que cada nueva lectura genera apreciaciones distintas. Por esta razón elijo sólo ciertas aristas de contemplación para llegar a ellas, dando un panorama siempre incompleto pero suficiente para sugerir la excelsa configuración de los personajes del genial fabulador, ensayista, poeta, narrador adiestrado al formato breve y brevísimo por disciplina propia, amante perpetuo de las palabras, creador irónico, despiadado, de inquietante imaginación.
            
      La mujer bóvida
      La literatura se dignifica al ser interpretada, colocada en el justo centro nervioso de la recreación. Ese instante glorioso en que levanta la voz defendiendo su derecho a no ser sacrificada en aras de una realidad convulsa. De la mujer estandarte, bandera, sinécdoque por alzar una voz en nombre de todas las voces, el lector se reviste de valor y de ganas de aventura al animarse a dar el brinco del sapo y la rana a Bestiario. El cortejo, la sensualidad, el deseo, animales que andan en puntillas por los dos extremos del erotismo y de la domesticidad compartida. La mujer vaca «se pone a rumiar interminablemente los bolos pastosos de la rutina doméstica».

La mujer insecto hembra
      En «Insectiada», la fémina entraña violencia sobre la violencia, en una especie de mirada maliciosa capaz de construir venganza para después dejarse demoler bajo los escombros en compañía de su amado: «apenas tiene fuerzas para decapitar al macho que la cabalga, obsesionado en su goce». La mujer es una paradoja: tan poderosa como vulnerable.  
            
      La mujer hormiga
      Las hormigas del cuento magistral e inolvidable «El prodigioso miligramo» provocan el deleite y la espeluznante experiencia del reflejo. El patético juego del poder representado por ellas. Ellas, capaces de castigar. Ellas, devoradas por un sistema de posiciones disfuncional y perverso. Las hormigas son llevadas por la ambición a los comportamientos sociales más perversos.
      Un día al amanecer la carcelera halló quieta la celda, llena de un extraño resplandor. El prodigioso miligramo brillaba en el suelo, como un diamante inflamado de luz propia. Cerca de él yacía la hormiga heroica, patas arriba, consumida y trasparente.
      Un entorno descompuesto, de sociedad engañosa hasta en sus formas más simples, donde los minúsculos habitantes escarban por la justicia, pierden y recuperan la razón con celeridad, se agreden, se disculpan, regresan a la posición original como resortes y se equivocan de nuevo, se proclaman vencedores, conquistadores, mejores, peores. Ante esto se yergue la necesidad de una lectura más allá de prejuicios e imposiciones culturales. Una lectura que se imponga como un camino al placer, al goce descrito por Roland Barthes como algo asociado al vértigo, a la intempestiva invasión del desconcierto.

La mujer mercancía
      En el cuento «Anuncio», Arreola delinea a la mujer producto, cosa. La mujer es puesta tras un escaparate, narrada en un guion publicitario, descrita en sus beneficios y ventajas para la satisfacción del comprador hombre.

Y por lo que se refiere a los gastos y mantenimiento, la Plastisex© se paga ella sola. Consume tanta electricidad como un refrigerador, se puede enchufar en cualquier contacto doméstico, y equipada con sus más valiosos aditamentos pronto resulta mucho más económica que una esposa común y corriente. Es inerte o activa, locuaz o silenciosa a voluntad, y se puede guardar en el clóset.
     
      Las mujeres de látex con armazón de magnesio son la mejor inversión. La mujer que no existe se inventa y se pone a la venta. Podría decir que no hay lectura sin interpretación, prefiero resaltar lo estéril de una lectura cuando nada ocurre en la percepción de quien lee, si no logra conquistar el centro mismo de su sobresalto. Somos, pero siempre queremos ser, dar un paso al vacío y ser otros, los que reinventan el texto en una cartografía de imágenes y sensaciones. Leer y releer a Juan José Arreola es pisar la grava suelta de la realidad dormida, de la imposibilidad en un universo posible, de la carne sublimada y los deseos siempre un poco más allá, casi conquistados. En «Anuncio», la mujer que no se tiene se crea, se fabrica al gusto, se compra, se usa.

La mujer inalcanzable
      Ciertos nombres de mujeres en la literatura son un gran centro nervioso y pulsante para revivir un cuento en la memoria. Como ejemplo ineludible, Beatriz. La idealizada por Dante Alighieri en La Divina Comedia; la de Charles Baudelaire y la Beatriz Viterbo de Borges. Las tres, infinitas y desdeñadoras, reconstruidas en la cima de la exaltación y en la sima de las cavernas: tan indiferentes y crueles al desmedido amor de sus creadores. Las cuatro, diremos, si sumamos a la Beatriz de Arreola en el cuento «La migala», donde la alimaña representa el cambio brutal de lo esporádico a la cotidianidad, de la libertad al matrimonio. «Estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba con Beatriz y su compañía imposible». El personaje, sumido en el horror, sabe que la migala camina libremente por la casa y se siente aterrorizado por ello, a la vez que la presiente, la espera y hay un cierto gozo perverso en ello. Se hace de la migala de propia mano, se procura el temblor constante de lo incierto, mientras rememora a Beatriz, la inaccesible.

El par hombre-mujer
      Me gusta mucho la conversación que surge a raíz de la obra en general de Arreola. Es irremediable cuando los lectores caemos, luego de la fascinación producida por la narrativa, en puntos de vista según la percepción de cada uno acerca de las relaciones interpersonales y el enfoque de Arreola en el par hombre-mujer inseparable. Su atención a la inevitabilidad del roce, del desencuentro, de la lastimadura inevitable producida ante la eliminación de la distancia entre dos personas que se aman, se odian, se amodian.
      La experiencia con un texto cambia de un lector a otro. Lo leído pasa por la interpretación. Los cuentos de Arreola entran con fuerza en el ánimo del lector, despiertan en éste inquietudes con respecto a lo que acaba de leer: preguntas acerca de su construcción, de las causas de su origen, de cómo fue posible que la trama lo dejara así, suspendido en la fascinación, embelesado, plenamente satisfecho, y al mismo tiempo preso de un desacomodo interno, como si las piezas de su pensamiento se hubieran movido de lugar. El lector se encuentra ante un texto de placer, pero también de goce. De la euforia y el colmo producidos por el primero, se distingue el sentimiento de pérdida y de temblor propios del segundo. La experiencia con la lectura de Arreola frisa entre estas dos posibilidades.
      Hay que entrar a la lectura —para no caer en cataclismos— con absoluta libertad, con hambre, como si fuéramos todos, hombres y mujeres, animales domésticos recién liberados de una vida cotidiana que asfixia y reprime, lectores al fin liberados que quieren probar con la excitación del ánimo selvático, la melena larga y el ojo avizor. Todo lector avezado sabe que el diálogo literario surge de la literatura y se queda en ella para contemplación y deleite de otros arriesgados que pretendan sumergirse en las aguas alborotadas de una narrativa admirable por lo incisiva, por lo lúdica, por lo poética.
       Y así podríamos seguir, sólo deteniendo los pasos para recuperar el aliento. Valga este viaje, al menos, para identificar el claroscuro de una estrategia narrativa audaz, temeraria, inolvidable. A la que regresamos los amantes de la belleza palabra por palabra. Los arreolinos, pobres esclavos en carne y espíritu de la prosa fascinante de Juan José Arreola.

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