La máscara de un asesino / Pedro Ezequiel Castellanos Hernández

Preparatoria 13 / 2014 B

Mi relato inicia en 1847, año en el que todo el norte de la ciudad se encontraba en un profundo terror. Apenas hacía unas horas que había caído la quinta víctima del famoso asesino en serie. Ni siquiera con mis veinte años como detective había visto nada similar, el asesino realizaba sus crímenes de forma perfecta, sin testigos o dificultades. Llegué a encontrar un interés en él, una fascinación por su forma de hacer su trabajo. Pero todo tenía que terminar, su última víctima era una joven que yo conocía muy bien. No logré soportarlo cuando la vi tendida en el suelo de su cuarto: su sangre esparcida en la madera del piso creaba una imagen realmente grotesca y perturbadora, pues el asesino la había degollado y dejado morir lentamente.
      Me encontraba ahora en la entrada de la mansión Wedding, que estaba abandonada. Por alguna razón sabía que el asesino vendría aquí, ya que en este edificio cometió su primer crimen. Con revólver en mano no dudé en entrar. Estaba decidido, acabaría con esta pesadilla y con aquel horrible monstruo, la joven que había matado era mi hija.
      Entré lentamente y lo único que sonó fue el crujir de la puerta y los maderos del suelo. Por alguna razón tétrica, sentía que el asesino me estaba esperando. La sala estaba vacía, al igual que la cocina. Recorrí lentamente los pasillos de la enorme estructura, todo el entorno olía a humedad y madera podrida. Subí las escaleras, miraba los retratos de las paredes, todos parecían observarme fijamente, lo que me estremeció. Llegué a la habitación de la segunda planta y nada, se encontraba vacía. Seguí avanzando lo más sigiloso posible. Abrí la puerta de la siguiente habitación, lentamente entré y ahí lo vi, justo al otro lado del cuarto, parado igual que yo, el asesino.
      El hombre tenía una mirada fría y un leve gesto burlesco. Entre ambos se encontraban una pequeña mesa y algunas sillas. Ambos nos sentamos sin retirar la vista uno del otro.
      —Te he estado esperando —dijo el asesino. Su voz era la más tétrica que jamás había escuchado.
      —Todo ha acabado —dije mientras mostraba mi brazo empuñando el revólver. El asesino rio.
      —Te equivocas, apenas es el inicio, Frank.
      —¿Cómo sabes mi nombre? —intenté ocultar mi odio y a la vez mi asombro, pero tal parecía que no lo lograba. El asesino se apoyó en la mesa y comenzó a hablar.
      —Sé más de lo que piensas, Frank, sé que a todas las personas que maté tú las conocías y que sus muertes te parecieron de lo más perturbadoras. —Me aferré al asiento para no golpearlo con todas mis fuerzas; por alguna extraña razón quería escucharlo, escuchar lo que tenía que decirme.
      —También sé que tú y yo somos muy similares.
      Enfurecí. El hombre no dejaba de sonreír.
      —Te equivocas, no somos iguales. ¡Tú eres un demente! ¡Un monstruo!
      El asesino emitió una carcajada.
      —La demencia es el rango más alto de razonamiento y, en cuanto a la monstruosidad, todos tenemos un ser terrorífico en su interior… incluso tú, Frank. El problema es que sólo algunos dejan que surja, y tiene sentido, el máximo temor de los humanos es el miedo a lo desconocido.
      —Eso ya no importa, ni siquiera pienses que saldrás vivo de aquí. —Mi voz era casi un grito.
      La tormenta se había apoderado del ambiente, la lluvia y los truenos resonaban en el exterior.
      —Eso es lo curioso, Frank, ambos viviremos, pero sólo uno saldrá de aquí con vida.
      No podía soportarlo más, su locura parecía estarse apoderando de mí. Me puse de pie; él hizo lo mismo; mi corazón latía a toda velocidad. Apunté el revólver directo a su cabeza, mi furia se había desatado y él sólo sonreía. Finalmente disparé.
      Cuando presioné el gatillo, todo se volvió confuso, mi cabeza no dejaba de dar vueltas al ver lo que había pasado, no podía creerlo. Cuando disparé, un estruendo de vidrios estalló. Intenté explicarme lo ocurrido pues el asesino había desaparecido: ni siquiera un cadáver, sólo un conjunto de vidrios rotos frente a mí. Todo ese tiempo estuve hablando frente a un espejo.

 

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