La limosna / Ana Merino

Personajes: Mendigo, Mujer, Hombre

Escena I
Un Mendigo de avanzada edad, con pelo cano y barba larga y descuidada, camina por el escenario agitando ruidosamente una taza de latón con una monedas; se nota que es verano porque lleva una camiseta raída de manga corta y la camisa atada a la cintura.

Mendigo: Una ayuda, denme una ayudita (refunfuña). No hay manera, no sé qué le sucede hoy a la poca gente que pasa, actúan como si no existiera. Llevo toda la santa mañana y casi no me han dado nada (resopla).
(Con voz cantarina) Una ayudita, por favor que ya estoy viejo (resopla). Nada, hoy parece que me he vuelto invisible, y encima con este calor pegajoso, al final voy a volverme charco de sudor. En fin, me consolaré con un cigarro (agita la taza) porque todavía no he sacado ni para un chato de vino.
(El Mendigo deja la taza en el suelo y empieza a liar un cigarro con tabaco que saca del bolsillo del pantalón. Una Mujer de unos cincuenta años arrastra un carrito de la compra, se acerca y le deja unas monedas en el cacharro. El Mendigo y la Mujer se miran).
Mendigo: Muchas gracias, señora.
Mujer (con sorpresa): Don Ramón… ¿es usted?
Mendigo: Me parece que me confunde, a mí el Don me queda grande.
Mujer: Increíble, es usted igualito a Don Ramón.
Mendigo: Igualito, igualito, no creo.
Mujer: Bueno, si se quita esa barba y cambia de ropa.
Mendigo: Ya me parecía…
Mujer: Pero tiene la misma nariz, los mismos ojos y sobre todo la voz.
Mendigo: ¿Y ese tal Don Ramón a qué se dedica?
Mujer: Fue mi primer jefe hace muchos años. Tenía una tienda de ultramarinos cerca de la gasolinera del puerto. Me asusté creyendo que era usted.
Mendigo: Ya imagino (irónico), debe dar mucho miedo encontrarse a su antiguo jefe en este estado.
Mujer: Sí, es un alivio saber que no es usted Don Ramón.
Mendigo: No, Don Ramón no soy, pero yo también tuve mis negocios, no se vaya a creer que yo siempre he vivido así.
Mujer: Ya, ya me imagino que esto ha sido un bache.
Mendigo: A mi edad, hija, esto es un precipicio.
Mujer: Pues mire que lo lamento.
Mendigo: Con su pena no puedo alimentarme.
Mujer: Lleva toda la razón (saca una moneda del monedero), aquí tiene otro euro.
Mendigo: Se agradece de corazón.
Mujer: Le deseo mucha suerte (se dispone a seguir su camino).
Mendigo: La suerte hace demasiado tiempo que me dejó macerándome en la miseria.
Mujer (se da la vuelta hacia el Mendigo y lo mira con tristeza): Es muy duro ser mendigo, ¿verdad?
Mendigo: La calle no es un palacio, qué quiere que le diga (suspira), y mire que yo lo tuve todo: un trabajo digno, amigos y buenos compañeros, incluso una novia que me quiso mucho (suspira). Pero nunca me casé, y claro, en días como éste me suelo arrepentir. Estoy seguro de que ahora me sentiría menos solo y tal vez tendría hijos. No lo sé, es difícil hablar de una vida que nunca ha existido. La vida imaginada, la vida paralela de rumbos que nunca tomé.
Mujer: Es cierto, dejamos tantas vidas a medias. Tantas decisiones que no nos atrevemos a tomar.
Mendigo: Usted es joven.
Mujer: Le traicionan los ojos, ya empiezo a tener una edad respetable.
Mendigo: Respetables son todas las edades. Yo, si uno tiene menos de ochenta, lo considero joven (sonriente).
Mujer (con una sonrisa): Entonces no le discuto.
Mendigo: Lo dicho, como es todavía joven, no se equivoque de vida.
Mujer: Créame que lo intento y ando algo ansiosa con ese asunto.
Mendigo: ¿El de la vida?
Mujer: El de tomar decisiones.
Mendigo: Si necesita algún consejo yo siempre estoy en esta esquina, junto al semáforo, saludando a peatones y conductores, y pidiendo limosna, apelando a la generosidad ajena. Aquí me encuentran todos, haciéndome viejo a fuerza de penalidades.
Mujer (con tono nostálgico): Ufff, la vida pasa demasiado rápido y cuando te das cuenta te entra un vértigo extraño. Dios mío, parece que fue ayer cuando trabajaba para Don Ramón. Era la cajera de su tiendita y por aquel entonces siempre yo estaba sonriendo, todavía usábamos las pesetas. Entonces tomaba cursos de peluquería y estética en una academia por las noches. Qué feliz era, qué sensación pensar en aquella vida. Y ahora nada es como lo imaginaba entonces. Sólo queda el rastro de los recuerdos confundiéndome.
Mendigo: Lo importante es poder contarlo con la conciencia limpia, dormir tranquilo aunque sea al raso. En paz con uno mismo, sin demonios que escupan venenos o rabia condensada. Los malos pensamientos son peor que la miseria, y yo, la verdad, soy pobre, pero estoy en armonía con mis angustias existenciales.
Mujer: Qué bien habla, y cuánta razón tiene.
Mendigo: Estoy necesitado de muchas cosas, pero tengo educación. El ingenio, que yo sepa, no está reñido con las penalidades (suspira). Trate de ser feliz usted que todavía puede. No se conforme con los recuerdos.
Mujer (pensativa): La felicidad … qué sensación tan difícil, es como un pez vivo que se nos escurre de las manos.
Mendigo: Hay que pescarla con anzuelo o con redes, uno con la felicidad debe poner todo de su parte (suspira). ¿Quién soy yo para dar consejos? Míreme bien, soy un viejo mendigo que se arrastra para pescar unas pocas monedas. Para mí la felicidad es una buena cena, unas mantas y un colchón que me quite el frío las noches malas del invierno. La vida es muy distinta cuando se busca la felicidad en la supervivencia de cada día. La pequeña limosna de la felicidad recogida en esta taza (la golpea levemente con el pie) y el gesto compasivo o generoso de los demás. Liarse un cigarrito, sentir el sabor del humo picante agazaparse en la boca, sacar lo suficiente para una buena cena y olvidarse del tiempo mirando la vida de los demás pasar frente a nosotros. La diminuta felicidad de los pequeños instantes.
(Entra un Hombre de unos cincuenta años).
Hombre: ¡Marisa! Mira que te llevo buscando una hora en el mercado. ¿Dónde te has metido? (con voz desagradable). ¡Me tienes harto!
Mujer: Perdona, Arturo, se me ha ido el santo al cielo.
Mendigo: Discúlpela, la he entretenido yo con mis diatribas.
Hombre (mira al Mendigo con desprecio): ¿Ahora te dedicas a flirtear con vagabundos borrachos?
Mendigo: Oiga, sin ofender, que aquí nadie le ha faltado al respeto.
Hombre: Calla, viejo asqueroso, que no estoy hablando contigo.
Mujer: Arturo, por favor, no montes una escena.
Hombre: Venga, vámonos de aquí, contento me tienes (la agarra con fuerza del brazo y la zarandea un poco).
Mujer (quejido): Tranquilo, Arturo, tranquilo que sí, que voy, perdona, perdona.
Mendigo: ¿No ve que la está haciendo daño?
Hombre (indignado): ¡Te he dicho que te calles, chusma!
Mujer (con voz llorosa): Arturo, por favor.
Mendigo: ¡Qué hombre tan distinguido, está haciendo daño a su compañera y a mí me insulta!
Hombre (para en seco y le mira retándole, todavía sujeta el brazo de la Mujer con fuerza): ¿Quieres que te dé una hostia?
Mendigo: ¿Ahora resulta que quiere pegarle a este viejo mendigo mientras retuerce el brazo de su compañera? Claro, no hay nadie pasando por la calle, se vuelve gallito el señor. Sin testigos, qué fácil es ser un sinvergüenza.
Hombre: No me caliente.
Mendigo: Disculpe, usted ya vino caliente, y no precisamente por el calorón.
Mujer (hilito de voz): Arturo, tranquilo, tranquilo.
Hombre: ¡Yo vengo como me da la gana!
Mendigo (con tono rotundo): Pues a mi calle no se viene así. Ésta es mi esquina y en mi calle la gente se comporta. Yo seré pobre pero no soy ni un chulo, ni un energúmeno que martiriza a sus semejantes. Y tenga cuidado, que la suerte cambia y a usted, como siga siendo así, le va a estar esperando.
Hombre: ¿Me está amenazando?
Mendigo: Le estoy dando un consejo de viejo sabio que pasa muchas horas observando el mundo.
Hombre: Loco borracho.
Mendigo: Mala persona. Usted es peor que la miseria. Se refugia en su arrogancia y en la violencia que esconden sus palabras. ¡Sepa que no me da miedo! Yo me defiendo con las uñas y los dientes, y no bajo nunca la cabeza. Si me dan, no pongo nunca la otra mejilla, simplemente la devuelvo. La calle es mi cruz, pero no tolero a las malas personas.
Hombre (con sorpresa e incómodo): ¿Qué dice este loco?
Mendigo: Antes muerto de asco y sin techo que ser como usted.
Hombre (mirando a la Mujer): ¿Pero oyes a este imbécil?
Mujer (llorosa): Arturo, por favor.
Hombre: No te parto la cara por no darle un disgusto a mi mujer.
Mendigo: Ahora resulta que somos respetuosos con la compañera. Pues suéltele el brazo y deje que respire, que la tiene prisionera y nadie se merece eso.
Hombre: Vámonos, Marisa, que yo no respondo.
(La pareja sale del escenario, el Mendigo se queda solo y menea la cabeza con tristeza).
Mendigo: Pobre mujer, ésa tiene una vida más perra que yo (se agacha y recoge la taza de latón, continúa caminando mientras agita la taza). ¡Ayuden a este viejo a salir del bache!
(El Mendigo sale del escenario agitando la taza y haciendo sonar las monedas).


Escena II

(El Mendigo vuelve a aparecer en escena. Es invierno, lleva abrigo raído, guantes y bufanda vieja. Se calienta las manos, mira su bolsillo y saca un puñado de monedas).

Mendigo: Qué día tan malo, y qué tarde es (bosteza). Qué bien me vendría un chato de vino (mira y cuenta las monedas), pero a estas horas todo está cerrado. Qué ingratos son estos días de invierno.
Mujer (arrastrando una maleta y con voz llorosa): Dios mío, Dios mío.
Mendigo: ¿Qué le sucede?
Mujer: No pasa ningún coche, yo necesito un taxi (mira alrededor). No veo taxis por ningún lado.
Mendigo: No son buenas fechas, y esta hora tampoco ayuda.
Mujer (respirando llorosa): ¡Dios mío, qué horror! ¿Puede ayudarme a encontrar un taxi?
Mendigo: Un par de calles abajo está la parada del tranvía, tal vez pasen taxis por la calle ancha del tranvía. ¿Se encuentra bien? (El Mendigo mira a la Mujer con preocupación). ¿Nos conocemos?
Mujer (mira al Mendigo y se pone a llorar): Es usted, el que tiene la voz de Don Ramón.
Mendigo: Ya, ya la recuerdo. Usted es la que vive con el energúmeno.
Mujer (llorosa): Me ha dicho que me marche, me ha puesto en la calle.
Mendigo (mira su rostro con preocupación, la cara de la Mujer está llena de magulladuras): ¿Le ha pegado? (Resopla) Sí; ¡madre mía! y le ha dado duro.
Mujer (con voz ansiosa y respiración acelerada): No sé qué le pasa, se ha puesto como loco en medio de la cena. Me ha dicho que me fuera, que cogiera mis cosas y que me fuera. Me ha echado a la calle porque dice que le estoy engañando, pero eso no es verdad.
Mendigo: Es que vive con un maltratador, sólo hay que verle la cara que le ha puesto. Vamos a la parada del tranvía, allí también pasan taxis. (El Mendigo mira con preocupación alrededor). Venga, le ayudo con la maleta.
Mujer: ¿Qué voy a hacer?
Mendigo: ¿Tiene familia?
Mujer: Aquí no tengo a nadie. Pensaba ir a la estación. Tal vez pueda encontrar un autobús que me lleve al pueblo de mi hermana.
Mendigo: Vamos, el tranvía para en la estación de autobuses, allí duermo yo muchas veces, con suerte todavía pasa uno y lo cogemos.
Mujer (sollozando): No entiendo nada, todo esto parece un mal sueño. Estoy soñando.
Mendigo: No, querida, a estas alturas es la bella durmiente del bosque, porque no es la primera vez que le ha pegado. Éste es un mal sueño que dura demasiado.
Mujer: Nunca me había echado a la calle (sollozando).
Mendigo: Vive con un loco, eso es lo que pasa. Venga, vamos, no sea que éste se arrepienta y salga a buscarla. No necesitamos que nos den una golpiza. ¿Se ha visto la cara que le ha puesto, verdad?
Mujer (llorosa): Él no quiere hacerlo, es todo una pesadilla. Algo en mí le causa una terrible ira. Es como si me aborreciera. No lo entiendo, ¿qué nos ha pasado? (llorando).
Mendigo: Camine, no llore, camine rápido que esto me da muy mala espina. Ese hombre es un miserable, hay que irse.
Mujer: Tengo mucho miedo.
Mendigo (preocupado): Ya pronto llegamos a la parada.
Mujer: ¿Qué hice con mi vida?
Mendigo: Cuanto más lejos estemos, mejor. Camine más rápido y no lo piense más (salen de la escena).
(Entra el Hombre).
Hombre: ¡Marisa! (Mira alrededor con gesto preocupado). ¿Dónde se ha metido? ¡Cómo le gusta armarla! ¡Marisa! (va saliendo hacia el otro lado del escenario) ¿Dónde se habrá ido esta idiota? ¡Qué nochecita me está dando! ¡Marisaaaaa! (sale del escenario).


Escena III

(Mendigo y Mujer sentados en un banco).
Mendigo: ¿Se encuentra mejor?
Mujer: Sí, gracias por acompañarme.
Mendigo: Tuvimos suerte, pasó el tranvía en el momento justo (suspira). En un rato sale su autobús y pronto verá a su hermana.
Mujer (con la mirada perdida): Me siento tan mal.
Mendigo: No diga eso, tiene una hermana. En unas horas podrá estar con ella.
Mujer: Ni siquiera le he dicho que voy. Hace un montón que no hablo con ella.
Mendigo: En estas fechas el mejor regalo es una visita por sorpresa.
Mujer (se toca el pecho y suspira): Tengo un dolor aquí, como si me faltara aire.
Mendigo (serio y cálido): ¿Por qué no le denuncia?
Mujer (llorosa): No es tan simple.
Mendigo: No puede dejarse maltratar. Diga a su hermana lo que le está pasando.
Mujer: Aquí nos conoce todo el mundo, qué situación.
Mendigo: ¿Qué tiene que ver eso?
Mujer: Yo no lo estaba engañando.
Mendigo: Aunque le estuviera engañando, pegar es un delito. El maltrato no tiene justificación.
Mujer: ¿Qué voy a hacer? Yo ahora no tengo trabajo.
Mendigo: Pida ayuda a su hermana cuando llegue. Ahora simplemente descanse en el autobús y no piense en nada. Una vez que salga de este pozo todo será más fácil.
Mujer: Me recuerda tanto a Don Ramón. Dándome buenos consejos, preocupándose por mí.
Mendigo: Vivir en la calle no me ha anulado como persona, yo también me preocupo por los demás.
Mujer: Usted es una buena persona, como Don Ramón.
Mendigo (incorporándose): Coja su autobús, hable con su hermana, y haga una denuncia. No trate de justificarle. Una persona que maltrata a otra no tiene excusa.
Mujer (llorosa): Gracias.
Mendigo: Suerte.
 (La Mujer arrastra su maleta y desaparece del escenario. Queda el Mendigo mirando un rato y agita su mano como si despidiera al autobús que sale en la distancia).
Mendigo: Pobre, prisionera de su propia vida con un indeseable. Ojalá sea capaz de rehacer su vida y no vuelva por aquí. Ojalá pueda romper las cadenas invisibles que arrastra.
(Mete las manos en los bolsillos y saca unas monedas).
Mendigo: Un chato de vino, con tantas emociones, qué bien me vendría ahora un poco de vino. Vino para olvidar tanta miseria.

Fin

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