La distintiva radicalidad (palabra que no le gustaba) de lo experimental se cifra y vibra en Cortázar en estado latente: es la fuente de su eterna juventud, no de sus guiños. Esa insatisfacción nada tiene de pose: no se parece a él cuando él empieza a suponerse. Se parece, sí, a sus retratos juveniles, con la anomalía de su tamaño (apostura) como andamio tembloroso que permite llegar a esa cara dinosauria de camafeo, afectada —como detectó Walter Benjamin en Proust— por una mueca de virgen necia. Hay una vida supuesta que se animó a sucumbir por ese epitafio redactado temprana y torpemente en la verdadera juventud, ajena por completo al pacto de Basil Hayward con Dorian Grey. Y lo que se anima a sucumbir no exige resultados, ajeno también al resultado de una educación normal y una ética de maestro, como si el eje de la suficiencia y el de la indiferencia compartieran el engranaje. En los ojos que agiganta en estrabismo crepuscular el arco cejijunto, en la debilidad infantil que una simulada insolencia deja repasar, Cortázar se revela a sus anchas a pesar de la longitud, a pesar de la estatura: es un proyecto de hombre para el que serán más necesarias que para otros las conjeturas (esbelta palabra contra la cual se rebela, creo, en Rayuela), el subjuntivo, las precisiones e imposturas del tiempo, la gestación impenitente y definitiva de la música, de las coincidencias y simetrías, para olvidar —para intentar olvidar— las restantes, restrictivas y precedentes herejías de la realidad.
En realidad, la isla en la que Cortázar permanece, a la que no es ajena la prédica del puente del Libro de Manuel («un puente es un hombre cruzando un puente») no tiene salida al mar; y el río que mece las mareas tiene sólo afluentes del pasado. Aunque Cortázar quiere permanecer de frente al futuro, está aferrado, no «arraigado» (palabra que detesta) al pasado. Todos sus presupuestos, toda su apuesta puede resumirse en el muro que imagina Morelli, donde falta un solo ladrillo —«En el fondo sabía que no se puede ir más allá porque no lo hay»— con la breve antesala de la palabra «lo».