La guitarra mágica / Samantha Viridiana Rojas Reyes

CUENTO / Categoría Luvina Joven
Preparatoria 17 / 2015 A

Eran los inicios de verano, ansiaba con todas mis fuerzas que las clases terminaran. Salir de vacaciones… sí, tener unas merecidas vacaciones. Pensaba en buscar un trabajo y ganar un poco de dinero mientras resolvía si seguir estudiando o no.
     Hallé algo cerca de mi casa, pero el sueldo no era muy bueno, por lo que decidí ir al centro de la ciudad. Ningún empleo era como yo quería que fuera. Ese día llegué a casa muy decepcionada, sin embargo, mi mamá sabía que yo tocaba de maravilla el violín y me propuso que diera clases o que tocara por la ciudad como si fuera una gran artista, así podría ganar un poco de dinero. Esta última idea llamó mucho mi atención y decidí ponerla en práctica, así que me lance a la plaza más cercana. “La primera vez podría ser un poco vergonzoso”, pensé, “pero al final sé que les gustará escuchar mis melodías”.
     Comencé a tocar y algunas personas se detuvieron a escucharme, otras más simplemente me ignoraron. Entonces un chico que iba a toda velocidad me empujó antes de que terminara la melodía, haciendo que al caer se rompiera el violín que con tanto amor mis padres me habían regalado. Él se disculpó de mil maneras, pero yo no acepté sus disculpas aun cuando dijo que me compraría uno nuevo. Me preguntó que cuál era mi teléfono, hasta me pidió mi dirección, lo cual me pareció bastante absurdo. No confiaba en él y no le diría nada acerca de mí. Me fui de allí y él me siguió. Yo lo amenacé con llamar a la policía si se acercaba, entonces sacó su cartera y me dio dinero que para que me comprara otro violín, se dio la media vuelta y se fue.
     Al día siguiente, encontré trabajó en una cafetería. Al terminar mi turno y estando a punto de irme entró él. Era el mismo chico que había roto mi violín; era un poco más alto que yo, tenía el cabello oscuro y por su corte no distinguía si era rizado o lacio, tenía unos ojos color ámbar y un tono de piel intermedio. Traté de despacharlo rápido e irme a casa. No obstante, él me detuvo, quiso sacarme plática diciendo que si yo quería él me compraría un nuevo instrumento. Pese a que me negué a escucharlo, al final me invitó a comer en un restaurante llamado Los Gabachos. No me pareció nada elegante ese nombre, pero acepté su invitación sólo para quitármelo de encima, anotó mi dirección y dijo que pasaría a las 19:00 horas.
     Llegó puntual. No quería ir, pero no había nadie en mi casa y no quería estar sola, así que fui. Llegamos a la mesa. Puesto que yo tenía una cara seria, intentó ablandarme con una sonrisa y una caja con un regalo frente a mi lugar en la mesa. Se adelantó ordenando el aperitivo que me ofrecieron nada más sentarme. Dijo “¡Salud!” y  me pidió que abriera el regalo. Por el tamaño y la forma pensé que podría ser un violín, sin embargo no fue así. Era una guitarra acústica, blanca y muy bonita, dentro contenía una rosa de plástico, según él, para que no se marchitara. Yo no quería una guitarra, no sabía tocarla. Se lo dije. Su argumento defensivo fue que con la guitarra ganaría mucho dinero y que además era fácil de tocar, no necesitaba ningún curso para aprender a crear melodías. De repente me pareció que sus ojos cambiaron de color, parecían tener un leve reflejo naranja. También la guitarra ahora era diferente, su tonalidad se veía transparente, con rayas moradas que bosquejaban figuras extraordinarias.
     Dijo que intentara tocar algunos acordes. Por increíble que parezca, las notas que tocaba eran perfectas, las agudas, las graves… podía combinarlas como quisiera: do, re, mi, la, so, re, fa… Cuando desperté de  mi encanto me encontraba en un auditorio abarrotado por un público que me miraba y aplaudía cada nota que tocaba. “Esto es desconcertante”, pensé, “¿qué estoy haciendo yo aquí?” Voces oscuras y chirriantes decían “Gracias, por ti hemos vuelto del lugar donde dormíamos eternamente, ahora tú has hecho que volviéramos de la oscuridad. Esa guitarra es mágica y nos pertenece, pero sin tu ayuda esto no podía ser posible”. En ese momento el chico que rompió mi violín apareció aplaudiendo y a él se unieron los demás. “Ahora no podrás regresar a tu mundo”, dijo, “necesitábamos que una chica humana tocara está guitarra para despertar, y no te dejaremos escapar, antes necesitamos hacer una última cosa”. Me sujetaron de las piernas y comenzaron a amarrarme a una mesa, sentí un golpe y no supe más. Cuando desperté estaba en una tienda de exposiciones, enfrente de mí había un espejo y en el reflejo lo único que observé fue una muñeca que debajo tenía un letrero que decía: “NO TOCAR, LA LEYEDA DICE QUE SI LA TOCAS MORÍRAS”. Así que cada persona que pasaba se horrorizaba y me ignoraba. Quería llorar, ¿cómo fue que terminé de esta manera? Luego seguí leyendo el letrero que se encontraba debajo de mí: “SE DICE QUE SI TÚ TOCAS A LA MUÑECA, MORIRÁS Y TOMARÁS EL LUGAR QUE OCUPABA EL ALMA QUE HABÍA DENTRO DE ELLA”.

Comparte este texto: