Preparatoria 17 / 2015 A
Era el inicio del verano y ansiaba con todas mis fuerzas que las clases terminaran. Salir de vacaciones… sí, tener unas merecidas vacaciones. Pensaba en buscar un trabajo y ganar un poco de dinero mientras resolvía si seguir estudiando o no.
Encontré algo cerca de casa; pero el sueldo no era muy bueno, por lo que decidí ir al centro de la ciudad. Ningún empleo era como yo quería que fuera. Ese día llegué a casa muy decepcionada. Sin embargo, mi mamá sabía que yo tocaba de maravilla el violín y me sugirió que diera clases o que tocara por la ciudad como si fuera una gran artista y ganar un poco de dinero. Esta última idea llamó mucho mi atención y decidí ponerla en práctica, así que me lance a la plaza más cercana. “La primera vez podría ser un poco vergonzoso”, pensé, “pero al final sé que les gustará escuchar mis melodías”.
Comencé a tocar y algunas personas se detuvieron a escucharme, otras más simplemente me ignoraron. Entonces un chico, que iba a toda velocidad, me empujó antes de que terminara la melodía, haciendo que, al caer, se rompiera el violín que con tanto amor mis padres me habían regalado. Él se disculpó de mil maneras, pero yo no acepté sus disculpas. Aun cuando me dijo que me compraría uno nuevo, que cuál era mi teléfono, que me pidió mi dirección, lo cual me parecía bastante absurdo, no confiaba en él y no le diría nada acerca de mí, así que me fui de allí. Él me siguió. Yo lo amenacé con llamar a la policía si se acercaba, entonces él sacó su cartera y me dio dinero que para que me comprara otro violín. Dio media vuelta y se fue.
Al día siguiente, encontré trabajó, sin querer, en una cafetería. Luego de haber atendido a una señora, la dueña del local me contrató. Al terminar mi turno, cuando estaba a punto de irme, entró él. El mismo chico que quebró mi violín. Era un poco más alto que yo. Tenía el cabello oscuro y, por su corte, no distinguía si era rizado u ondulado. Tenía los ojos color ámbar y la tez clara. Traté de despacharlo rápido e irme a mi casa, no obstante él me detuvo. Quiso sacarme platica, diciendo “que si yo quería él me compraría un nuevo instrumento”. Pese a que me negué a escucharlo, al final me invito a comer en un restaurante llamado “Los Gabachos”. No vi nada elegante dentro de ese nombre, pero acepté su invitación sólo para quitármelo de encima. Anotó mi dirección y dijo que pasaría a las 19:00 horas.
Llegó puntual. No quería ir, pero tampoco quería que supiera que estaba sola en casa, así que fui. Llegamos a la mesa. Puesto que tenía una “cara seria”, intentó ablandarme con una sonrisa y un regalo esperando en la mesa. Se adelantó y ordenó el aperitivo que me ofrecieron nada más sentarme. Dijo “¡salud!” y me pidió que abriera el regalo. Por el tamaño y la forma pensé que podría ser un violín, sin embargo no fue así. Era una guitarra acústica blanca y muy bonita. Dentro tenía una rosa enredada de plástico que, según él, era para que no se marchitara. Yo no quería una guitarra. No sabía tocarla. Se lo dije. Su argumento defensivo fue que con la guitarra ganaría mucho dinero y que, además, era fácil de tocar. No necesitaba de ningún curso para aprender a crear melodías. Súbitamente, me pareció que sus ojos cambiaron de color y ahora tenían un leve reflejo naranja. También la guitarra era diferente ahora, su tonalidad se veía transparente con rayas moradas que bosquejaban figuras extraordinarias.
Dijo que intentara tocar algunos acordes. Por increíble que parezca, las notas que tocaba eran perfectas: las agudas, las graves… podía combinarlas como quisiera: do, re, mi, la, so, re, fa. Cuando desperté de mi encanto, me encontraba en un auditorio abarrotado por un público que me miraba y aplaudía cada nota que tocaba. “Esto es desconcertante”, pensé, pero ¿qué estoy haciendo yo aquí?, entonces voces oscuras y chirriantes, decían “gracias, gracias a ti hemos vuelto del lugar dónde dormíamos eternamente, ahora tú has hacho que volviéramos de la oscuridad. Esa guitarra es mágica y pertenece a nosotros, sin tu ayuda esto no podía ser posible”. En ese momento el chico que rompió mi violín apareció aplaudiendo y con él se unieron los demás. “Ahora, tú no podrás regresar a tu mundo” dijo él “necesitábamos que una chica humana tocara está guitarra para despertar y no te dejaremos escapar, sólo necesitamos hacer una última cosa”. Me sujetaron de las piernas y comenzaron a amarrarme a una mesa. Sentí un golpe y no supe más. Cuando desperté estaba en una tienda de exposiciones, enfrente de mi había un espejo y en el reflejo lo único que observé fue a una muñeca, que debajo tenía un letrero que decía: “NO TOCAR, LA LEYENDA DICE QUE SI LA TOCAS MORIRÁS.” Así que cada persona que pasaba se horrorizaba y me ignoraba. Quería llorar, ¿cómo fue que terminé de esta manera? Luego observé bien el letrero que se encontraba debajo de mí. “DICEN QUE SI TÚ TOCAS A LA MUÑECA MORÍRAS Y TOMARÁS EL LUGAR QUE OCUPABA EL ALMA QUE HABÍA DENTRO DE ELLA.”