(Ahualulco de Mercado, Jalisco, 1966). Uno de sus libros más recientes es De la inminente catástrofe: Seis pintores mexicanos y un fotógrafo de Colombia (UANL, 2021).
Con motivo del medio siglo de la muerte del autor de La sangre devota, la Secretaría de Educación Pública editó en aquel 1971 el Calendario Ramón López Velarde, doce números que aparecieron, mes a mes, con ensayos y testimonios sobre la vida y la obra del poeta a cargo de escritores de diversas generaciones. Los responsables de la selección, Fedro Guillén y Alí Chumacero, sumaron al índice del volumen correspondiente al mes de julio el texto «El mexicano en la poesía de López Velarde», de Emilio Uranga, pieza extraída del libro Análisis del ser mexicano, publicado en 1952. De los filósofos del grupo Hiperión, la escasa y estricta bibliografía de Uranga se presenta como toda una hazaña para el interesado en dar con esos libros esparcidos por el azar, la indolencia y el olvido; a falta de reediciones —salvo las realizadas por Ediciones La Rana, de Guanajuato—, se torna indispensable acudir a bibliotecas y hemerotecas para corroborar el vaticinio «de genio infrecuente» lanzado por su maestro José Gaos o «la inteligencia excepcional» de Uranga subrayada en varias entrevistas por Octavio Paz y, en días recientes, por Gabriel Zaid. Confieso que mis lecturas del autor de Astucias literarias (1971) se limitaban al texto velardeano citado y al ensayo «Ontología del mexicano» (1949), compilado por Roger Bartra en Anatomía del mexicano (2002). Tras volver a leerlo, coincido con los epítetos de su mentor y sus lectores privilegiados respecto de la agudeza de leer a contraluz —y con estómago de rumiante— sus fuentes filosóficas originales para, en un segundo momento, urdir un plan de escritura donde el espíritu literario, ora mordaz e insumiso, ora escéptico y contradictorio, marca caminos imprevistos o «claros en el bosque» hacia un pensamiento en plena mudanza y autocuestionamiento.
En tal sentido de oportunidad y necesidad bibliográfica, el trabajo de rescate y estudio de José Manuel Cuéllar Moreno en torno al legado de Uranga cubre, en mi caso, cierta laguna en las revisiones de la obra del jerezano y quita, paulatinamente, una parte de la pátina de leyenda del pensador que, por su reticencia a publicar y concluir proyectos —o a reunir sus numerosos y dispersos artículos periodísticos— merece figurar en la compañía de Bartleby reclutada por Vila-Matas. ¿Desengaño, exceso de autocrítica, dificultades logísticas para encontrar un remanso en una vida pública tan agitada y demandante? Un poco de todo, a decir verdad. El rescate de esos papeles, afortunadamente, está en marcha. Pero, en tanto, contar con varios ensayos de este escritor nacido hace una centuria, a los pocos meses de morir Ramón López Velarde (dato curioso y lleno de presagios), coloca sus reflexiones y planteamientos en la mesa de nuestros días para discutir la historia y el devenir de México y de lo mexicano en franca invitación para actualizar, con sus lecturas y sus ideas, este presente nuestro de equívocos y retrocesos, actualidad funesta de exorcismos de fantasmas desaparecidos años atrás —el presidencialismo y el nacionalismo, por ejemplo—, o nuevos combates contra molinos de viento vencidos con sólo despertar en 2021 y no en 1974.
Emilio Uranga murió, para cerrar el círculo de su empatía velardeana, el 31 de octubre de 1988, año del centenario del natalicio del poeta de «La suave Patria». Los editores de aquella efeméride no repararon en la importancia de poner en circulación las lecturas del filósofo en torno del zacatecano. Afortunadamente, treinta y tres años después, con motivo del centenario luctuoso del poeta, aparece La exquisita dolencia. Ensayos sobre Ramón López Velarde,de Emilio Uranga, en edición de José Manuel Cuéllar Moreno, el estudioso estelar del autor de ¿De quién es la filosofía? (1977). Un pequeño y sustantivo banquete en poco más de un centenar de folios. El prólogo del editor es una mirada de gran angular, pero, también, de plano americano y de zoom minucioso sobre su ámbito familiar y su formación educativa, su generación y su bohemia, las ideas que flotaban en el aire en sus años de estudiante en Mascarones y luego en Alemania, su retorno a México para convertirse —a la manera de Moro, Maquiavelo o Richelieu— en consejero presidencial de cuatro mandatarios del ejecutivo, empeños que le valdrían el mote de «ideólogo del pri». El retrato que hace Cuéllar Moreno de Uranga y de su época es polifacético, sin el menor prurito de la hagiografía, resaltando contradicciones y encrucijadas, pero también, por supuesto, mostrando ciertos filones de la propositiva y genial heterodoxia del pensador mexicano, obra y figura que apenas está regresando después de una temporada en el limbo.
En los estudios velardeanos, los asedios de Emilio Uranga son únicos. Es curioso que, en el Laberinto de la soledad (1950), Octavio Paz no haya recurrido a la obra del autor de Zozobra para abordar, con una perspectiva analógica, ciertas correspondencias en torno al carácter del mexicano. Recurrió a Sor Juana, Gorostiza y Villaurrutia. En cambio, en los ensayos ordenados y anotados de La exquisita dolencia, publicados entre 1949 y 1976, el legado de López Velarde servirá al filósofo como punto de partida y contrapunto de sus cavilaciones en torno a México y su Revolución; las lecturas y las réplicas a esas lecturas sobre lo mexicano, en especial, las de Samuel Ramos; el relieve cultural de la Provincia como reducto de identidad amenazado por los nuevos ricos; la figura intachable de Madero que vio el jerezano y que se convertirá en modelo de culto del presidencialismo mexicano, o el concepto de la zozobra como ontología universal de «incesante vaivén y oscilación». La revisión del periodismo político de López Velarde y, en particular, de la prosa «Novedad de la Patria», dio el trazo y el bisturí para que Emilio Uranga diseccionara el devenir de la Revolución mexicana, la caducidad y los sofismas de la filosofía de lo mexicano, los peligros del progreso nacional y la abundancia económica para el presente de la patria íntima; asimismo, en los claroscuros y en los calosfríos de la poesía del autor de La sangre devota,el miembro del grupo Hiperión encontró ámbitos y estratos de las dolencias humanas —sin maniqueísmos de por medio—, donde el amor y la tristeza destacan en el espectro del ser y el estar en el mundo.
El mérito de este libro, muy necesario y oportuno, es doble. Por una parte rescata una porción de la obra de Emilio Uranga, escritor que asumió su condición de francotirador y de mala conciencia con exquisito rigor; por otro lado, trae a las investigaciones lopezvelardeanas una colección de ensayos singulares —calas profundas y complejas— en torno a la obra del poeta mayor de la poesía mexicana del siglo xx.