Los libros se van acomodando, en el librero, fuera del librero, en la memoria o incluso fuera de ella. Los libros tienen una presencia inadvertida, a hurtadillas esperan el ojo del lector. Algunos son francamente atractivos, pero otros quedan esperando una semana, un mes o hasta veinte años. Así es como llegaron a mis manos sendos libros de dos poetas distantes; uno y otro se fueron acompañando en la espera hasta que los encontré uno junto al otro: sin más explicación ni sentido alguno que su cercanía física en mi biblioteca: La ópera fantasma, de Mercedes Roffé (Vaso Roto, 2012) y Poesía Completa,de María Mercedes Carranza (Biblioteca Sibila, 2010).
Cuando los tomo en mis manos, cuando los poemas que voy leyendo desbordan la página, no sé bien a bien aún que Mercedes Roffé nació en Buenos Aires y que María Mercedes Carranza murió en Bogotá, donde nació en 1945. Tal vez la cercanía alfabética de sus nombres, tal vez su nombre que es el mismo, aunque también la «r» de sus apellidos. Lo interesante es que todo esto tiene que ver con el sonido y el sentido que la poesía va ganando en el mundo, ya sea de mi biblioteca, ya sea de la lengua castellana, ya sea del cosmos.
En medio del caos de libros apilados por doquier en mi biblioteca, en un vertiginoso acecho de títulos diversos, aparece el transcurrir de un tiempo, una sucesión de palabras que me traen —me cobijan— un sentido. Y aún más allá de esta percepción conservadora (la mía), hay en ambos libros un requiebro del tiempo como imagen del mundo que nos arropa de la intemperie. Textos paradójicos que quiebran su propio sentido para recuperarlo desde la nada, como si se detuvieran en el vacío hasta caer y retomar otra realidad para no desaparecer. Como en «Necoclí», de Mercedes Carranza: «Quizás / el próximo instante / de noche tarde o mañana / en Necoclí / se oirá nada más / el canto de las moscas». O «En bluyines / y con la cara pintada / llegó la muerte / a Cumbal. / Guerra Florida / a filo de machete» («Cumbal»).
Libros subversivos por revertir el tiempo, libros que son gesto y música, o más bien, son partitura, signos para hablarse, para entonarse: «Tanteado el canto / y el tiempo / tanteado / vibrada la espera / el homenaje / tiempo del canto / dedicado / al tiempo / al canto // Vibra la mano / el alma / vibra / vibra / el arco y ronca / la cuerda / cede / el cuarto agudo / cercana / la yema al labio / —convocación al silencio / ¿Acaso sabe ella / que el tiempo es suyo / que es suyo / el canto? / ¿Ignora / que el alma y el temblor / son suyos? / Pájaro / carpintero // pico artesano / dardo certero // ¿Cómo / asomarse / al pánico/ …?» // (se asoma) // ¿cómo / no caer? // (cae) // ¿cómo no / volar? // (se alza y vuela) // No te distraigas / No levantes / la voz / más allá del miedo // Aguza / el filo haz / la pirueta final // Desliza / el dedo / por el canto / mortal // No sangres // (p o r t a m e n t o)» («Time Chant», de Mercedes Roffé).
Arquitectura verbal, como en Mallarmé, configura los signos de tal manera que al leerlos los escuchamos. Y —consecuentes con su aparición en mi biblioteca— ambos poemarios logran corporeizarse porque su voz poética, su música, mi lectura de esa partitura que son los poemas, se encarna y se vuelve una experiencia física, sensorial.
Mercedes Roffé es una poeta sumamente contemporánea, en el sentido que desmitifica el poema como objeto, lo vuelve un paso hacia otra realidad: una elocución. El poema como posibilidad de danza de las palabras, e incluso, de teatralidad a través del verso en movimiento. La ópera fantasma es un libro que muta, relativiza la realidad a tal grado que los poemas se volatilizan hasta lograr ser sólo emisores de sentido y emoción: «Composición (predominantemente) natural / con cierta intención o co(i)nci(d)encia estética / armónica o naïve, romántica o siniestra / vívida o espectral / abigarrada o escueta / —donde la o no excluye: acumula—» («Paisaje», fragmento).