Noga Albalach (Petaj Tikva, Israel, 1971). Su novela The Old Man Farewell (Hakibbutz Hameuchad Publishing House, 2018) fue ganadora del Premio Brenner 2018.
1. Cuando se le preguntó dónde vivía, como parte del examen de memoria, el viejo no pudo responder. Cuando se le preguntó qué día era, no supo qué decir. Tampoco recordó el año, y cuando se le pidió que confirmara su edad dio un número inexacto. Una imprecisión de treinta años. La hija del viejo estaba sentada a su lado, y sólo entonces comprendió la realidad de la situación. Sólo entonces, por decirlo de alguna manera, le cayó el veinte. ¿Qué es eso que cuelga de aquella pared?, señaló con el índice la joven examinadora. El viejo miró el reloj sin poder recordar la palabra para referirse a él. Por favor dígame cuatro palabras que comiencen con la letra G, leyó la examinadora de un papel. ¿La letra G?, preguntó en voz muy baja el viejo. Sí, dijo la joven examinadora, y dio la palabra globo como ejemplo. Ella no tenía forma de saber que el viejo había compuesto alguna vez un diccionario y que hasta hacía poco aún coleccionaba palabras, que garabateaba en páginas blancas que luego apilaba en altos montones. El viejo se esforzó durante un largo tiempo para intentar encontrar una palabra que comenzara con la letra G. Su hija, aún sentada a su lado, pensó: gato, goma, gorro, gota. Pero el viejo se quedó callado. Mientras más duraba su silencio, más se encogía dentro de sí mismo. No podía recordar hechos. Había perdido la comprensión de las palabras. Pero las situaciones seguían teniendo el mismo sentido, los sentimientos seguían brotando de la misma manera y su dignidad seguía siendo tan importante para él como siempre, tal vez incluso más. Así que enderezó su espalda y alzó su mano. Tú, dijo a la joven examinadora que estaba sentada frente a él, y apuntó a la carpeta que descansaba en su regazo, ¡por favor escribe en tu formulario que en la Guerra de Independencia yo peleé con Rabin!
2. El viejo había ido con su esposa e hija a visitar a su hermano, que era incluso más viejo que él. Cuando llegaron lo encontraron viendo un concurso de talentos en la tele. El hermano miró al viejo, apuntó a la pantalla y preguntó: ¿Tú los conoces a todos ellos?, como si intentara discernir quién tenía la culpa, él o la realidad. El viejo examinó las figuras que se movían en la pantalla y dijo: No, no los conozco. Después se acomodó a un lado de su hermano. Ninguno de los dos los conocía a todos, pero a pesar de eso se sentaron y vieron el concurso.
Dos meses después fueron a visitar nuevamente al hermano del viejo. Esta vez lo encontraron acostado en la cama, muy débil. Un bocado de avena se había atascado en su garganta. Parecía que ya no recordaba cómo tragar, o tal vez simplemente no quería.
3. El viejo se acomodó en el sillón de su casa. Frente a él se sentó una trabajadora social.
Dime, habló ella con voz empática, ¿qué haces para vivir?, ¿cuál es tu profesión?
El viejo la miró de reojo y tras un momento respondió con una perfecta naturalidad que aún contenía una porción de orgullo: Soy un trabajador de la construcción.
Él ya no recordaba quién era la mujer que estaba sentada frente a él, tal como no recordaba que durante cincuenta años había sido abogado. Uno dedicado y recto, un incansable buscador de justicia que a menudo renunciaba a su sueldo cuando sus clientes no podían permitirse sus servicios. Había olvidado todas esas cosas, pero aún recordaba que en su juventud había sido trabajador de la construcción. Más específicamente, uno que se especializaba en trepar estructuras elevadas para reparar chimeneas, torres y campanarios. Por las tardes, tras dejar el sitio de la construcción, asistía a una escuela nocturna en Tel Aviv que era una extensión de la Universidad Hebrea, para estudiar Leyes. En ese entonces forcejeaba mucho con el lenguaje.
Unos años atrás, mientras caminaba con su hija, al pasar bajo el imponente edificio de la Organización General de Obreros en la calle Arlozorov, dijo: ¿Ves eso? Yo construí ese edificio. En la página de Wikipedia del edificio están enlistados los nombres de los arquitectos, nueve en total. El nombre del viejo no está entre ellos. Sin embargo, cada que ella pasa por el edificio de la Organización General de Obreros, imagina a su padre erigiéndolo.
4. Como fue convocada, la hija del viejo llegó a casa de sus padres. Lo encontró parado en la puerta, muy enojado. Llevaba un saco negro y una gorra de beisbol negra, empuñaba un portafolio negro de plástico.
Dice que tiene que ir a ver a su esposa, explicó la esposa del viejo a la hija.
5. En la gran crisis de su vida, el viejo fue el apoyo más robusto de su hija. Pero no le ofreció consejo ni le dio órdenes, sino que meramente la acompañó en búsqueda de lo que fuera correcto hacer. En esa época él incluso la llamaba a ella, cosa que nunca hubiera hecho en tiempos normales. En tiempos normales su esposa presidía el canal de comunicación con su hija. Pero durante la gran crisis él no esperaba aprobación de nadie, sino que cada que era necesario daba un paso decidido al frente, al centro del escenario. Una vez que la crisis hubo pasado y los tiempos normales prevalecieron una vez más, él se retiró a su lugar natural en la popa. Después, cuando las cosas se calmaron, en el pecho del viejo crecieron unas ronchas que lo picarían e irritarían durante diez años enteros.
6. Cuando la joven cuidadora filipina llegó por primera vez al departamento del viejo, él se le acercó y le extendió la mano. La saludó cordialmente diciendo:
Ich möchte Sie herzlich wilkommen.
Que significa «Quiero darte una cálida bienvenida».
La hija del viejo ni siquiera sabía que su padre hablaba alemán. Con ése, el número de idiomas que él dominaba aumentaba a siete.
7. Si el viejo aún estuviera en completa posesión de sus facultades, probablemente hubiera dicho: ¡Absolutamente no! ¿Dejar a la niña allá y cruzar la mitad del globo por mí? ¡Bajo ninguna circunstancia! Esta jovencita debe regresar a su casa en las Filipinas ahora mismo.
Pero como el viejo ya no estaba en completa posesión de sus facultades, los miembros de su familia eran moralmente libres de hacer lo que se les antojara.
8. La hija del viejo recuerda cómo su padre una vez se obsesionó con encontrar unos tenis Adidas nuevos. Esto ocurrió en la década de los ochenta, poco antes de su viaje a Bulgaria, el país donde nació. Él tenía un amigo en Bulgaria y este amigo tenía dos hijos adolescentes. Los niños se sentían atrapados en su país comunista y anhelaban cualquier símbolo occidental. Un par de Adidas era su mayor deseo y el viejo no quería nada más que cumplírselo. Él amaba a su amigo, a quien conocía desde la infancia. Su amigo se llamaba Vasco y era doctor. Cada que el viejo visitaba su país natal se quedaba en casa de Vasco y emprendía viajes por carretera con él y su esposa. La mujer de Vasco también era doctora, al igual que la esposa del viejo. Era extraño cómo el viejo había estado rodeado por doctores durante toda su vida.
A una distancia de treinta años, la hija del viejo podría añadir a esta historia los dos hechos siguientes:
1. Por razones que nunca estuvieron claras para ella, al final de los ochenta, Vasco y el viejo tuvieron una gran discusión. Nunca volvieron a verse. Antes de iniciar con el brutal distanciamiento, el viejo se sentó y escribió a Vasco una carta de veinte páginas. La hija del viejo no sabe si Vasco alguna vez la respondió.
2. Ella, es decir, la hija del viejo, nunca tuvo un par de Adidas, ni lo pidió.
9. Después de una cena, la hija del viejo llevó en auto a sus padres de vuelta a su casa.
Ésta no es mi casa, dijo el viejo, parado en la banqueta frente a su casa.
Ven, te probaré que sí es, replicó su hija, y el viejo obedeció y la siguió.
¿Reconoces esta bata?, preguntó ella.
Sí, es mi bata, respondió él.
Eso significa que ésta es tu recámara, dijo ella. Y ésta tu cama, señaló la cama matrimonial. Entonces ésta es tu almohada y ésta es tu sábana, añadió.
El viejo examinó la cama.
¿Y quién duerme aquí?, apuntó con un dedo.
Mamá duerme aquí, aseguró la hija del viejo.
No, dijo el viejo y marchó con resolución hasta la puerta de entrada, quiero irme.
Lo dejaron ir. Al final del caminito que llevaba a la calle él hizo una pausa, sin saber hacia dónde caminar. Su hija se le acercó y se paró a su lado.
No dormiré en la misma cama que una mujer extraña. ¿Qué diría la gente de mí? ¿Qué diría la gente de la mujer?
Se quedaron de pie en la banqueta hasta medianoche. El viejo era tan terco en su mente confusa como en su lucidez. Eventualmente cedió, quizá por puro cansancio, y aceptó volver a esa casa.
El viejo durmió en el sillón de la sala para permanecer fiel a su esposa, que dormía en la habitación de al lado.
10. En la recámara:
La esposa del viejo lo ayuda a meter las piernas en sus pantalones.
¿Estarás trabajando aquí mañana también?, le pregunta el viejo.
11. A lo largo de los años, el viejo grabó en casete muchos programas de radio que le interesaban: dos horas de canciones francesas con Emmanuel Halperin; una cápsula sobre los acuerdos de Camp David; un segmento sobre la invasión de Normandía; una entrevista con Desmond Tutu, Premio Nobel de la Paz; canciones populares búlgaras. También el concierto de una banda llamada Benzin que había grabado para su hija.
No hace mucho tiempo, la hija del viejo tiró en secreto docenas de esas cintas.
12. Cuando la hija del viejo ve el conjunto de rascacielos que se alzan frente a ella, no muy lejos de su casa, piensa: Estos edificios son los responsables de que tengamos a la amable cuidadora filipina. Más grande, más fuerte, más rápido. En esta vida acelerada no hay tiempo para cuidar de nuestros padres. El edificio crecerá, el mercado crecerá, la hija del viejo crecerá en toda clase de sentidos. La hija de la cuidadora filipina crecerá sin su madre a su lado.
13. Mientras tanto, la cuidadora de las Filipinas come un plátano con cada comida: un plátano con arroz, un plátano con una empanada boreka, un plátano con un plátano.
14. En una cena familiar, el viejo preguntó repentinamente a su yerno: ¿Y cómo está tu hermano que vive en el extranjero?
Todos se dieron cuenta al instante de que el viejo estaba teniendo un momento de claridad. De hecho, sabía quiénes eran todos en la mesa y hasta preguntaba por tal o cual persona, que estaba ausente esa tarde. La mesa se llenó de alegría. Respondieron todas sus preguntas y cada respuesta dio pie a otra pregunta igualmente lógica. Después su esposa se giró hacia él.
Shlomo, dijo ella, ¿te molesta que hable en inglés con la cuidadora y tú no entiendas? Y luego añadió sin dejarlo responder, ¿y cómo estás tú, Shlomo?¿Cómo estás?
Se sintió como si ella se apresurara a reunir preciosa información, antes de que el viejo girara sobre sus talones y desapareciera de vuelta en aquella tierra distante de la que le habían concedido una licencia temporal
Traducción de Iván Soto Camba, a partir de la traducción del hebreo al inglés de Daniella Zamir.