La continuidad de los fantasmas

Gemma Solsona Asensio

Barcelona, Cataluña, 1977. Su libro más reciente es Lo que se esconde al final de la escalera (Eolas Ediciones, 2024).

A mis cronopios

Empezaste a leer la novela el mes pasado ¿o quizá fue hace dos, tres meses? Crees que alguien te la regaló, algún amigo invisible en una Navidad de hace años, aunque te parece curioso no recordarlo con exactitud. De lo que sí estás seguro es que la trama te interesó desde el principio; que los personajes te resultaron familiares. Pero preferiste abandonarla, ignoras por qué. Y hoy, que olvidaste qué día es, regresas a ella buscando un refugio. Porque estás de vacaciones, ¿no? Eso crees. Menudo fastidio. Y evitas pensar en la retahíla de horas vacías que no sabes cómo ni con quién llenar. Sin poder evitarlo, piensas de nuevo en ese abismo de tiempo hueco por delante, en los que se fueron, en tu… Ah, no, no. No quieres darle vueltas a eso ahora. Mejor sigues leyendo y así, página a página, devoras momentos. Y miedos.

Adivinamos que la muerte, la otra y la tuya, te disgusta, desde hace mucho. Que prefieres ignorar que estamos aquí contigo, todos aquellos que ya no existimos. Y pretendes leer para desoír tu conciencia, que zumba insoportable, intentando hablarte. Tú, impasible, continúas sentado en tu butaca favorita, la de terciopelo verde, aquella que quizá fue nuestra, también —es que los recuerdos, aquí, son tan frágiles como tus certezas porque la memoria se emborrona. Lo mismo que se distorsiona el tic tac de los relojes que te custodian y ahora, admítelo, ya no tienen ningún sentido—.

¿Lees aún? Al menos lo intentas, mientras procuramos con todas nuestras fuerzas enviarte una señal —si es que a nuestros forcejeos invisibles se les puede llamar así—. Damos pasos de titán a tu alrededor y aparentas notar tan sólo un ligero aire frío, antes de colocarte una manta sobre las rodillas. Rozamos con dedos de brisa tu rostro, enfureciéndonos cual tornado ante tu indiferencia, mientras tú te estremeces con disgusto y culpas a las corrientes de esta casa vieja y casi vacía. Gritamos tu nombre ahora, con la misma pasión con la que por las noches te arrullamos con una nana cuya tonada se resiste a abandonarnos, pese a que no recordemos a quien tal vez nos la cantó al oído hace una vida. Pero tú ahí sigues, como si nada hubiera pasado. Sin embargo, ya no existe para ti un camino de vuelta. Y esa es y será tu desgracia, como lo fue, hace una eternidad, la nuestra.

Hemos intentado lo imposible para advertirte. Y en ese libro que no sabes cómo llegó a tus manos, página a página, te dejas llevar. A través de la ilusión más cómoda, esa que crees que te permite sentir otras vidas —y muertes— sin moverte de tu sillón verde. No te das cuenta de que ahí, apurando esa novela, apoyando tu cabeza en el alto respaldo del sillón de terciopelo musgo, jade, moho, minuto a minuto, leyendo sobre una alameda, los perros que no ladran y el mayordomo que no estaba, te olvidas del mundo, y te hundes poco a poco en el nuestro, que es también tuyo. Pues no sabes que tu amnesia es, en realidad, la peor naturaleza de la muerte. Y la auténtica continuidad de los fantasmas.

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