Ganador del VI Concurso Literario Luvina Joven, 2016
Categoría Luvinaria / Ensayo
ACTA DEL JURADO: Tiene voluntad ensayística, en el sentido en que el autor se interroga (y consigue que el lector también lo haga) por algo que lo intriga auténticamente, y las conjeturas que va fraguando, así como las argumentaciones que las sustentan, son originales y estimulantes. Administra bien las lecturas de las que se sirve y dispone sus perplejidades y sus juicios con un ánimo admirable de excitar la curiosidad de su lector.
La condena de la eternidad / Christian Alejandro Anguiano Molina
Licenciatura en Letras Hispánicas, CUCSH UdeG
L’éternité est longue.
Lautréamont
Constantemente me sorprendo reviviendo momentos en mi cabeza sin poder controlarlos. Avanzan como un flashazo acompañado de una sensación de extrañamiento que me hace decir de forma casi automática: Déjà-vu. El sentimiento de creer que ya vivimos algo es común en el humano y, como cualquier subjetividad, el déjà-vu y su intensidad dependen del individuo, por eso, para algunos, es algo pasajero, mientras que para otros es un verdadero martirio asfixiante e incómodo. Para mí es algo que me ha aquejado desde que tengo uso de razón. No recuerdo el primer déjà-vu que tuve, pero sí sé que los equiparo de forma instantánea con los sueños y me resulta una premonición inmediata de alguno de ellos. Dicen que el sueño se pierde en un noventa por ciento después de los primeros diez minutos de vigilia, pero es posible recordar algunos de esos pasajes difusos por asociaciones con la realidad: bien puedes soñar a una persona y olvidar ese sueño hasta que te encuentras con ella o la recuerdas, de momento todo vuelve a tu cabeza. Es bastante extraño que el cerebro recree situaciones oníricas que vivirás en un futuro. De ahí viene esa sensación de déjà-vu (al menos en mi caso, o eso quiero creer) que me abruma por algunos segundos de vez en cuando.
Déjà-vu, de origen francés, toma una taza de té con su hermana bastarda y española Ya visto. Ambas saben que son gemelas, que son una perturbación a la memoria que nos hacen creer que ya hemos sido testigos de determinada situación. También son conocidas como paramnesia, pero mejor refirámonos a la idea francesa por ser la original. Para Freud (como siempre), es una representación de deseos reprimidos como pasa con los sueños, mientras que para su contraparte, Jung, son parte del inconsciente colectivo al que todos estamos sujetos. No es necesario desacreditar ambas teorías ya que son perfectamente válidas. Aun así, es una alteración al lóbulo temporal que se encarga de la memoria lo que crea esa sensación de lo ya vivido.
Joseph Kitcher fue un ciudadano estadounidense que en 1916 acudió desesperado al psiquiatra para solucionar un problema que le aquejó desde niño y que se agravó en los últimos meses previos a sus consultas. El problema que expuso Kitcher fue que a cada instante de su vida (como salir a dar un paseo al parque o ir al mercado a comprar cebollas) le producía recuerdos que afirmaba no haber vivido antes y que le parecían una premonición de sueños anteriores y añejos. Kitcher aseguraba que estas sensaciones de lo-ya-vivido le causaban bastante terror y que se fueron agravando al pasar de los años llenándolo de temores constantes. La reacción culminante se produjo semanas después de iniciar su terapia, ya que su avanzado problema le hacía sentirse en un constante estado de “esto ya me ha pasado antes”. Ya no eran momentos fugaces en los que recordaba alguna situación que se esfumaba de golpe, sino que esos recuerdos se fueron adaptando e incrementando hasta mantenerse en una constante de extrañamiento, de una repetición impausable. Incluso ir con el psiquiatra le parecía algo que ya había hecho antes en la vida. No estoy bien enterado de qué pasó con la vida de Joseph Kitcher ni de en qué terminó su tratamiento, no por falta de información, sino porque alguien arrancó la página del desenlace de su vida en el libro que incluye esta historia. He buscado algún ejemplar similar (físico o electrónico) del libro para saber el fin de este caso, pero no he tenido los resultados que esperaría.
¿Por qué ocurren estas vivencias de extrañamiento que nos aquejan sin avisar? Es posible que sea una suerte de repetición infinita de la cual no podemos salir, como cuando un disco de música se repite una y otra vez para complacer a un escucha melómano y monótono que no se cansa de las mismas melodías, ni de los mismos acordes. ¿En realidad vivimos en una repetición constante?
De pronto llega una reunión de físicos (entre los que Stephen Hawking no se quiere incluir, pero que sí se incluye, mientras observa escondido detrás de un arbusto). Algunos aceptan que si la materia es finita (ya que la cantidad de átomos ha sido la misma desde el inicio de los tiempos, desde el Big Bang, sólo que ahora se encuentra esparcida en un universo en constante expansión cuyo límite es desconocido), entonces el tiempo debe de serlo por igual. Esa costumbre de poner a la par el tiempo y el espacio es lo que lleva a esa teoría que ha sido retomada por infinidad de personalidades (físicos, filósofos, escritores…). ¿Qué tan cierto es que todo vuelve a repetirse al terminar el ciclo? De ser así, la materia volvería a juntarse, el espacio dejaría de expandirse (o tal vez chocaría con algo que haría un efecto de rebote) y todo regresaría al mismo núcleo, a ese justo instante donde el Big Bang aún no ocurría y la partícula de Dios aún no chocaba. Tal vez en ese proceso, la humanidad también llegaría a un tope y rebotaría para volver al inicio, como una teoría de involución donde, en vez de progresar, regresaríamos lentamente al mismo punto de partida: el homo sapiens volvería al neandertal y luego al homo erectus y luego al… hasta volver al organismo primigenio del que desciende la vida, todo a la par del inicio del universo.
Borges se muestra interesado en la doctrina de los círculos y llega a afirmar en sus ensayos (y de manera discreta en sus cuentos) que, aunque el tiempo se repite una y otra vez sin fin, existen ciertas variantes en las acciones realizadas por la materia, es decir, es posible que Aquiles le corte la cabeza primero a determinado troyano en lugar de al correspondiente a este ciclo temporal, o es posible, por igual, que Jesús haya sido traicionado por Judas en un momento distinto al establecido, o que Hitler conozca a Mussolini cierto día a una hora diferente. El cambio no es tan drástico y las realidades alternas no serían tan cambiantes como creemos. Estos cambios resultan nimiedades dentro de la historia universal.
Giambattista Vico, filósofo napolitano, también toma té, pero en soledad. De pronto se le ocurre estipular que la historia se rige por tres grandes bloques: la edad divina, la edad heroica y la edad humana. La primera refiere a Dios como gran representante de la humanidad que nos rige de forma omnipresente; la segunda habla de la violencia y las situaciones cargadas de coraje; la tercera es una etapa donde la razón es fundamental y es lo que hace funcionar al mundo. Pero cuando termina la tercera etapa, la de la razón, y esa razón se deforma en una adoración y un endiosamiento, se regresa a la primera etapa para después no poder escapar de la segunda y luego la tercera y…
Adán y Eva toman té en el jardín del Edén al inicio de los tiempos, ¿quiénes son aquellos que toman té (o cualquier derivado) en el ocaso de los tiempos?
La mejor representación que conozco de un fin que nos lleva al inicio de los tiempos se encuentra en un cuento de Leopoldo Alas “Clarín” donde un científico, Adambis, sugiere adelantar el día del juicio final a través de un suicidio colectivo. A pesar de que tiene opositores (sobre todo eclesiásticos) obtiene seguidores que apoyan su idea. La avanzada tecnología le permite construir una máquina para cumplir su cometido. Extermina a todos en la tierra, menos a él y a su esposa Evelinda. Ellos emprenden un viaje en globo y llegan a un paraíso donde se encuentran a un hombre de barba larga que les permite vivir ahí con la condición de no comer de las manzanas prohibidas. Al final ocurre lo que todos pensamos con la serpiente, sólo que Adambis no acepta su culpa y termina siendo inmortal, a diferencia de su esposa quien escoge ser desterrada de ese paraíso. La idea de Vico de la edad humana con el razonamiento avanzado de la sociedad en la que vivían Adambis y Evelinda hace el brinco corrosivo a la edad divina con esta pareja que repite la historia de la humanidad. En este caso, la historia empieza con Adán y Eva y termina con ellos mismos.
A simple vista, resultaba imposible incluir a estos personajes divinos en el eterno retorno (sin considerar el hecho de que en ese eterno retorno todo y todos estamos incluidos) como figuras primordiales. Sin embargo, no es la única mitología donde se presenta esta doctrina cíclica. ¿Alguien recuerda la historia del ser que tenía que rodar una piedra por la pendiente de una montaña y, cuando llegaba casi al final de ella, la piedra caía y terminaba en la falda del monte para tener que iniciar de nuevo con su labor una y otra vez? Se dice que Sísifo experimenta la mayor de las alegrías cuando está a punto de llegar a la cúspide de la montaña, ya que sabe que así termina su gran condena, pero la alegría se esfuma de golpe cuando ve la piedra rodar cuesta abajo. Albert Camus lo equipara a esa monotonía humana donde se realizan las mismas actividades día tras día para producir (de forma inconsciente) el tedio que nos carcome el alma. Ese tedio nos lleva al suicidio. ¿Es posible que ese suicidio en el que algunos recaen sea una predestinación del tiempo? Es una pena que Sísifo en realidad ya se encuentre muerto y no pueda morir aún más para escapar de su destino. Tal vez en este justo momento siga empujando esa piedra o viendo cómo cae una vez más.
Todo queda encerrado en uno mismo. Somos los que iniciamos y cerramos el ciclo. Uróburos es un símbolo que representa la larga eternidad. Él no toma té, pero sí veneno. La serpiente (a veces representado con un dragón) que devora su cola ha sido usada por los egipcios, los griegos, los nórdicos como símbolo del eterno retorno. ¿Qué necesidad de este animal de devorar su cola? La representación del eterno retorno es bastante pesimista ya que sostiene la idea determinista de que por más acciones que se hagan para cambiar el destino, el tiempo será igual siempre, se repetirán los mismos acontecimientos una y otra vez. Nosotros iniciamos los ciclos, pero estamos sometidos al destino.
Cuando era niño intentaba burlar el plan de Dios y su destino pre-escrito. Me acostaba en cualquier superficie plana a mirar lo que tuviera sobre mí: el techo o el monstruo inmenso llamado cielo. Me mantenía quieto, así Dios pensaría que mi estado estático sería definitivo. En el momento en el que menos se lo esperaba (o al menos así quería creerlo) movía bruscamente un brazo pensando que había cambiado el destino de Dios y el orden del tiempo como él creía tenerlo. Después consideré que eso también lo tenía ya predestinado y que el burlado había sido yo porque nadie engaña a Dios tan fácil.
Todo se repite sin fin. Nietzsche y Zaratustra, el maestro del eterno retorno de lo mismo, toman café en cualquier lugar, cualquier tarde de cualquier época. Zaratustra le cuenta que él se despierta de constantes sueños donde de nuevo el hombre regresa al proceso evolutivo y surge del mono, donde una vez más aparece un personaje llamado Zaratustra quien despierta de constantes sueños para ser el maestro del eterno retorno de lo mismo, donde hay una reunión con café con un tal Nietzsche y ese Zaratustra en donde hablan de los sueños de este último. Todo se repite sin fin. Nietzsche señala que este constante reincidir de las cosas no sólo se presenta en acciones, sino también en recuerdos, ideas y sentimientos. Estamos condenados a los detalles del eterno retorno.
Tal vez nuestra mente no esté mal del todo y nos presenta esas sensaciones de déjà-vu para recordarnos que nuestro tiempo es una repetición (posiblemente alterna) de una realidad pasada y, a la vez, de una futura que no distan mucho entre sí.
¿Qué pasa si consideramos que por cada segundo que existe hay un mundo aparte, muy ligado al nuestro, como un antes y un después de nuestro presente y que nosotros (sin darnos cuenta) brincamos de mundo en mundo a una velocidad que no percibimos? Ahora hablo de segundos, pero pueden ser fragmentos de tiempo aún más reducidos. [¿Imaginas por igual la máquina para viajar en el tiempo?]. ¿En dónde caben todos esos mundos que parecen una estela que se desvanece conforme pasa el tiempo?
Constantemente me encuentro reviviendo situaciones que me parecen ya viejas pero que están en mi presente. Seguramente (o al menos así quiero creerlo), mi mente me recuerda que estoy recorriendo un tiempo que ya viví en un pasado pero que es mi presente y será mi futuro, que volveré a pensar en que hay un eterno retorno, que escribiré estas líneas una vez más, que tú estarás leyendo esto de nuevo, así como ya lo hiciste en un tiempo anterior y lo harás en el posterior porque estamos condenados a la repetición (no exacta) del tiempo, y esa, para muchos, es la peor condena y por eso la eternidad resulta tan larga.