La cartografía de una mirada / Rafael Torres Meyer


Primera postal:
Mauricio Montiel Figueiras (Guadalajara, 1968) empuña la pluma y comienza a dibujar un paisaje usando como única tinta aquella que le brindan las palabras. Su trazo literario es preciso lo mismo que minucioso, su estilo es sin duda preciosista, su comunicación es eficaz. La tierra que Montiel Figueiras reproduce no puede ser otra sino la que él domina, la que conoce palmo a palmo, cuya cartografía ha ido revelando con cada una de sus crónicas, reseñas y críticas.
    Terra cognita, el libro más reciente de este autor tapatío, es —como dice su contraportada— una galería de sus obsesiones. Sí, eso y un poco más. Porque Montiel Figueiras entrega, en una compilación de textos escritos para otros, un mapamundi muy íntimo, pero también lleno de referencias globales. El cine, la literatura, la reflexión y la crónica en su más pura acepción se pueden encontrar en los caminos que ha recorrido el autor. Lo hace dibujando con una mirada profunda y un lenguaje incluso más penetrante cada una de sus experiencias, como si de una postal fotográfica se tratara. Y aunque está repleto de referencias medievales, omnipresentes desde el prólogo hasta el punto final, el mapa que ofrece Montiel Figueiras se parece mucho más al navegador Google Earth que a los viejos papiros que exhibían la inscripción Hic sunt dracones.
    Es cierto, la cartografía del tapatío incluye la bóveda celeste, las estrellas que más brillan a la luz de sus entendederas, como él mismo lo escribe: «De Karl May a Sam Shepard, de John Ford a Clint Eastwood», la pléyade de Montiel Figueiras incluye a Blake, Baudrillard, Wes Craven, Wim Wenders y más de un centenar de creadores que van y vienen entre sus letras.
    Pero a la luz de estos centinelas de la perfección, el autor también nos muestra los más minúsculos relieves de cada una de sus pasiones. De hecho, recurre a la imagen como un recurso permanente para abordar su crítica literaria tanto como cinematográfica: la forma como factor que devela el fondo: si uno no es bello, el otro no merece atención.
    El autor nos permite asomarnos a aquellos libros y aquellas cintas que ha devorado con su mirada a través de sus palabras. Leerlo es casi como tener los ojos puestos sobre las páginas o en la pantalla grande; su prosa es tan detallada que incluso —en algunos de los textos— nos permite ser testigos de una belleza que en nuestra mirada inexperta podría haber pasado inadvertida.
Sin embargo, hay en su discurso un riesgo terminal: su apreciación es tan íntima y apasionada que lo que ve y lee muchas veces no corresponde a lo que el lector pudo percibir por cuenta propia. Montiel Figueiras, entonces, se aventura al desprecio de un lector que no coincida con sus opiniones; lo hace sin tomar la distancia del ensayista, además de lanzarse al vacío de su palabra sin cortapisas.
    Las similitudes del mapa que dibuja Montiel Figueiras con el cibermapa van más allá de su amplitud, su interés por lo celestial y lo mundano, o los riesgos que toma al no valerse de la opinión de otros para sustentar la propia.
    Terra cognita puede leerse como un mapa infinito, apreciándolo en su amplitud como una cartografía en la que se encuentra la personalidad del autor; pero, como en Google Earth se hace con la herramienta para acercar las señales satelitales, concentrarse por separado en cada texto permite construir —con base en postales precisas e imágenes detalladas— un rincón remoto de esa geografía oculta que no tiene límites territoriales.

    Segunda postal: un lector llega a la página 252 con la sensación de que no lo ha leído todo; cierra el libro porque sólo le restan los agradecimientos y un índice filmográfico ordenado alfabéticamente por los apellidos de los directores. Toma una pluma y regresa a la página primera, su objetivo es comenzar a dibujar su propia cartografía, postal a postal, en una conversación infinita con el autor del libro.

 

 

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