La biblioteca* / Umberto Eco

Umberto Eco In memoriam

Me pregunto si es posible hablar del presente o del futuro de las bibliotecas existentes a partir de la elaboración de puros modelos fantásticos. Yo creo que sí. Por ejemplo, un ejercicio que he realizado infinidad de veces para explicar cómo funciona un código consiste en examinar un código muy elemental de cuatro posiciones con una clasificación de libros en la cual la primera posición indica la sala, la segunda indica la pared, el tercer sitio indica el estante sobre la pared y el cuarto lugar indica la posición del libro en el estante, por lo cual una indicación, digamos como 3-4-8-6, significa: tercera sala entrando, cuarta pared a la izquierda, octavo librero, sexta colocación. Luego, también me di cuenta de que con un código tan elemental (no es el Dewey) se pueden realizar juegos interesantes. Se puede escribir por ejemplo 3335.33335.33335.33335, y he aquí que tenemos la imagen de una biblioteca con un número inmenso de salas: cada sala tiene una forma poligonal, más o menos como los ojos de una abeja, en la cual puede haber, por lo tanto, tres mil o treinta y tres mil paredes, y estas paredes, que son más de treinta y tres mil, son enormes porque pueden albergar treinta y tres mil libreros, y estos libreros son extensísimos porque pueden hospedar, cada uno, treinta y tres mil libros y más.

¿Es ésta una biblioteca posible o solamente pertenece a un universo de la fantasía? De cualquier modo, también un código elaborado para una biblioteca casera permite estas variaciones, estas proyecciones, y también permite pensar en bibliotecas poligonales.
     Expongo esta premisa porque, obligado por la gentil invitación que he recibido para reflexionar sobre qué se puede decir de una biblioteca, he tratado de establecer cuáles son los fines ciertos o inciertos de una biblioteca. Realicé una breve inspección en las únicas bibliotecas a las que tenía acceso, porque permanecen abiertas incluso en horarios nocturnos: la de Asurbanipal en Nínive; la de Polícrates en Samos; la de Pisístrato en Atenas; la de Alejandría, que ya en el siglo iii contenía cuatrocientos mil volúmenes, y luego, en el siglo i, al conjuntársele la del Serapeo, alcanzó los setecientos mil; la de Pérgamo y la de Augusto (en Roma, en el templo de Constantino existían veintiocho bibliotecas). Además, tengo una cierta familiaridad con algunas bibliotecas benedictinas, y comencé a preguntarme cuál es la función de una biblioteca.
     Quizá en sus inicios, en los templos de Asurbanipal o de Polícrates, la función fue la de mantener reunidos en un solo lugar los rollos o volúmenes, para no dejarlos desperdigados. Luego, creo que tuvo la función de atesorar: los rollos costaban. Después, en la época benedictina, la función fue la de transcribir: la biblioteca era casi una zona de paso: el libro llega, es transcrito, y luego el original y la copia se van. Creo que en esa época, acaso también ya en la época de Augusto y Constantino, la función de una biblioteca también era la de estimular la lectura, y por lo tanto, más o menos, ateniéndose al objetivo de la unesco que vi en el libro que me acaba de llegar hoy, en el que se dice que uno de los fines de la biblioteca es la de permitirle al público leer los libros. Pero enseguida vuelvo a creer que existen bibliotecas que han nacido para disuadir la lectura, esconder y ocultar el libro. Naturalmente, estas bibliotecas también habían sido creadas para permitir que se encontraran libros. Siempre nos hemos asombrado de la habilidad de los humanistas del siglo xv, que encontraban manuscritos perdidos. ¿Dónde los encontraban? Los encontraban en la biblioteca. En bibliotecas que, en parte, servían para esconder, pero también servían para encontrar libros.
     Ante esta pluralidad de fines de una biblioteca, ahora me permito elaborar un modelo negativo, en veintiún puntos, de una mala biblioteca. Naturalmente es un modelo ficticio, al igual que el de la biblioteca poligonal. Creo que cada uno de nosotros puede encontrar en este modelo negativo los recuerdos lejanos de propias aventuras en las más remotas bibliotecas de nuestro país y de otros:

A. Los catálogos deben estar divididos en extremo: debe ponerse mucho cuidado al escindir el catálogo de los libros del catálogo de las revistas, y éstos del catálogo por temas, así como en separar los libros de reciente adquisición de los libros de antigua adquisición. Posiblemente la ortografía, en los dos catálogos (adquisiciones recientes y antiguas), debe ser diferente; por ejemplo, en las adquisiciones recientes retórica se escribe con una t, en la antigua con dos t; Chaikovsky,en las adquisiciones recientes, con Ch, mientras que en las adquisiciones antiguas, a la francesa, con Tsch.
B. Los temas deben ser decididos por el bibliotecario. Los libros no deben llevar en el colofón, como han tomado la pésima costumbre ahora los volúmenes americanos, una indicación acerca de los temas bajo los cuales deben ser enlistados.
C. Las siglas deben ser intransferibles, posiblemente muchas, de tal modo que quienes llenen la tarjeta nunca tengan lugar para poner la última denominación y la consideren irrelevante, de tal modo que luego el empleado de la biblioteca se la pueda restituir para que sea completada.
D. El tiempo entre solicitud y devolución debe ser muy largo.
E. No es necesario proporcionar en préstamo más de un libro a la vez.
F.  Los libros entregados por el empleado bibliotecario, solicitados a través de las tarjetas, no pueden llevarse a la sala de consulta, es decir, es necesario dividir la propia vida en dos aspectos fundamentales, uno para la lectura y el otro para la consulta, es decir, la biblioteca debe desalentar la lectura cruzada de más libros porque provoca estrabismo.
G. En la medida de lo posible debe haber una ausencia total de fotocopiadoras; de cualquier manera, si se tiene una, el acceso a ella debe ser muy largo y trabajoso, el gasto superior al costo del papel, los límites de copias reducidos a no más de dos o tres páginas.
H. El bibliotecario debe considerar al lector un enemigo, un vago (si no fuese así, estaría trabajando), un ladrón potencial.
I.  Casi todo el personal debe estar afectado por limitaciones físicas. Estoy tocando un punto muy delicado, sobre el cual no pretendo hacer ninguna ironía. Es tarea de la sociedad ofrecer posibilidades y salidas a todos los ciudadanos, incluso a aquellos que ya no se encuentran en la plenitud de la edad o en el pleno de sus condiciones físicas. Sin embargo, la sociedad admite que, por ejemplo, en los bomberos es necesario operar una particular selección. Existen bibliotecas de campus norteamericanos en donde el máximo cuidado es dirigido a los usuarios con capacidades diferentes: pisos inclinados, baños especiales, tanto como para hacerles peligrosa la vida a los demás, que resbalan sobre los pisos inclinados. Sin embargo, ciertos trabajos al interior de la biblioteca requieren fuerza y destreza: treparse, soportar grandes pesos, etcétera, mientras existen otros tipos de trabajo que pueden ser propuestos a todos los ciudadanos que quieren desarrollar una actividad laboral, no obstante las limitaciones propias de la edad o por otros hechos. Por lo tanto, estoy planteando el problema del personal de biblioteca como algo más afín al cuerpo de bomberos que al grupo de los empleados de un banco, y esto es muy importante, como veremos después. 
J.  El módulo de consulta debe ser inalcanzable.
K. El préstamo debe ser desalentador.
L. El préstamo interbibliotecario imposible, en todo caso debe tomar meses, en todo caso debe ser imposible conocer el acervo existente en otras bibliotecas.
M.        Como consecuencia de todo esto, los robos deben ser muy frecuentes.
N. Los horarios deben absolutamente coincidir con los del trabajo, discutidos previamente con los sindicatos: cerrado los sábados, los domingos, durante las noches y en horarios de comidas. El mayor enemigo de la biblioteca es el estudiante trabajador; el mejor amigo es Don Ferrante, alguien que tiene su propia biblioteca, y por lo tanto, no tiene necesidad de frecuentar la biblioteca y cuando muere la deja en herencia.
O. De ninguna manera debe existir la posibilidad de tomarse un descanso en el interior de la biblioteca y, en todo caso, ni siquiera es posible ir a tomar un descanso en el exterior de la biblioteca sin antes haber depositado todos los libros que se habían pedido prestados, de manera que se tienen que volver a pedir luego que se haya terminado de tomar el café.
P.  No debe ser posible encontrar el libro que se consultó el día anterior, al siguiente día.
Q. No debe ser posible saber quién tiene en préstamo el libro que falta.
R. En la medida de lo posible, nada de urinarios.

¿Todavía existen bibliotecas de este tipo? Esto se lo dejo a vuestro criterio, porque debo confesar que, obsesionado por tiernísimos recuerdos (la tesis de licenciatura en la Biblioteca Nacional de Roma, cuando todavía existía, con lámparas verdes sobre las mesas, o tardes de gran tensión erótica en la Sainte Geneviève o en la Biblioteca de la Sorbona), acompañado por estos dulces recuerdos de mi adolescencia, en edad adulta frecuento muy poco las bibliotecas, pero no por cuestiones debatibles, sino porque cuando estoy en la universidad el trabajo es muy intenso. Cuando estoy en Milán, y estoy muy poco, solamente frecuento la biblioteca Sormani porque manejan el tarjetero unificado; y además frecuento mucho las bibliotecas en el extranjero, por lo tanto tengo más tiempo libre, tengo las tardes libres y en muchos países se puede ir a la Biblioteca. Entonces, en vez de dibujarles la utopía de una biblioteca perfecta, que no sé cuánto y cómo sea realizable, les narro la historia de dos bibliotecas a la medida, dos bibliotecas que amo y a las que, cuando puedo, trato de ir. Con esto no quiero decir que sean las mejores del mundo o que no existan otras: son la Sterling Library de Yale y la nueva biblioteca de la Universidad de Toronto.
     Muy diferentes entre sí, tanto como lo puede ser el rascacielos Pirelli de Sant’Ambrogio, en lo que se refiere a su arquitectura: la Sterling es un monasterio neogótico, la de Toronto es una obra maestra de la arquitectura contemporánea; existen variaciones, pero trataré de hacer una fusión entre las dos, para poder expresar por qué me gustan estas dos bibliotecas.
     Permanecen abiertas hasta la media noche, incluso los domingos (la Sterling no abre los domingos, pero abre desde el mediodía hasta la media noche, y cierra la noche de los viernes). Toronto tiene buenos catálogos, y cuenta con una serie de visores y de tarjeteros computarizados fácilmente maniobrables. En cambio en la Sterling los catálogos todavía son a la antigua, pero tienen unificado el autor y el tema, por lo tanto, sobre un cierto argumento no se tienen solamente las obras de Hobbes, sino también las obras sobre Hobbes. Además, la biblioteca posee información sobre los libros que podemos encontrar en las otras bibliotecas de la zona. Pero lo mejor de estas dos bibliotecas es que, al menos para una categoría de lectores, está la accesibilidad a los stacks, es decir no se pide el libro, se pasa frente a un cancerbero electrónico con una tarjetita, después del cual sube uno a los ascensores y se encamina hacia el interior. No siempre se sale vivo de los stacks de la Sterling: es facilísimo, por ejemplo, cometer un delito y esconder el cadáver bajo algunos estantes de mapas geográficos, el cual será encontrado décadas después. Las luces que iluminan los corredores se encienden tan sólo por voluntad del visitante, por lo tanto, si uno no encuentra el interruptor de la luz, puede vagar por entre los estantes en la oscuridad; diferente a la de Toronto, donde todo está muy iluminado. Sin embargo, el estudioso camina y mira los libros en los estantes; luego de tomarlos de los estantes puede, en Toronto, irse a sentar para leer en salas con bellísimos sillones, en Yale un poco menos, pero de cualquier forma puede andar con sus libros por el interior de la biblioteca e ir a sacarles fotocopias. Las fotocopiadoras son numerosísimas, en Toronto tienen un área en la que cambian los billetes de dólar canadiense en monedas, de manera que cada quien se acerca a su fotocopiadora con kilos de monedas y puede copiar incluso libros de setecientas u ochocientas páginas. La paciencia de los otros usuarios es infinita, esperan a que el que ocupa la máquina llegue a la página setecientos. Naturalmente, también existe el préstamo a domicilio, las modalidades del préstamo son de una rapidez infinita. Luego que se ha andado libremente por los ocho, quince, dieciocho pisos de los stacks y se han tomado los libros que se desean, se escribe en una hojita el título del libro que se ha tomado, se deja en un mostrador y se sale de la biblioteca. ¿Quiénes pueden entrar en el interior? Los que tienen una credencial, también ésta es facilísima de obtener, a veces hasta se puede hacer el trámite vía telefónica. En Yale, por ejemplo, los estudiantes no pueden acceder a los stacks, solamente los investigadores; sin embargo, existe otra biblioteca para estudiantes que aunque no contiene libros antiquísimos, cuenta con el mismo número de volúmenes, y los estudiantes tienen las mismas posibilidades que los investigadores de acceder por completo a los libros. Todo esto se puede hacer en Yale aprovechando un capital de ocho millones de volúmenes. Naturalmente los manuscritos raros están en otra biblioteca y un poco menos accesibles. Ahora bien, ¿qué es importante en el problema de la accesibilidad a los estantes? Es que uno de los malentendidos que dominan la noción de biblioteca es que se va a la biblioteca porque se quiere un libro del cual se conoce el título. Y en verdad, con frecuencia sucede que se va a la biblioteca porque se quiere un libro del que se conoce el título, pero la principal función de la biblioteca, por lo menos la función de la biblioteca de mi casa y la de cualquier amigo que podemos ir a visitar, es la de descubrir libros de los cuales no se sospechaba su existencia; sin embargo, se descubre que son de extrema importancia para nosotros. Ahora, es verdad que este descubrimiento se puede realizar hojeando el catálogo, pero no hay nada más revelador y apasionante que explorar estantes que a lo mejor reúnen todos los libros de un cierto tema, cosa que en el catálogo por autor no se habría podido descubrir, y encontrar junto al libro que se había ido a buscar, otro libro, que no se había ido a buscar pero que se revela como fundamental. Es decir, la función ideal de una biblioteca es la de ser un poco como el cajón de libros del bouquiniste, un lugar en el que se realizan trouvailles, y esta función solamente la puede permitir la libre accesibilidad a los corredores donde se encuentran los estantes de libros.
     Esto hace que en una biblioteca a medida del hombre, la sala menos frecuentada sea la de consulta. Al llegar a este nivel, ya no son necesarias muchas salas de lectura, porque la facilidad del préstamo, de la fotocopia y de la extracción de los libros elimina en gran parte la dilación en las salas de lectura. O bien funcionan como salas de lectura (por ejemplo en Yale) las zonas de descanso, la cafetería, el espacio con las máquinas que incluso calientan salchichas, hasta donde se puede bajar llevándose consigo los libros que se tomaron de los estantes de la biblioteca y, por lo tanto, se puede continuar trabajando en torno a una mesa con un café y un brioche, incluso fumando, revisando los libros y decidiendo si se regresan a los estantes o se piden en préstamo, sin ningún control. En Yale el control lo realiza a la salida un empleado que, con aire más bien distraído, revisa dentro de la mochila qué se está sacando fuera de la biblioteca; en Toronto existe la magnetización completa de las costillas de los libros y el joven estudiante que registra el libro que tomó en préstamo lo pasa sobre una maquinita y le quita la magnetización, luego se pasa bajo una puerta electrónica tipo aeropuerto, y si alguien lleva escondido en el bolsillo el volumen 108 de la Patrologia Latina, comienza a sonar una alarma y se descubre el robo. Naturalmente existe el problema, en una biblioteca de este tipo, de la extrema movilidad de los volúmenes y de las dificultades, por lo tanto, o de encontrar el volumen que se busca o el que se consultó el día anterior. En lugar de las salas de lectura existen las boxes. El investigador pide una box en donde tiene sus volúmenes, con los que trabaja cuando quiere. Sin embargo, en algunas de estas bibliotecas, cuando no se encuentra el libro que se busca, se puede saber, en cuestión de minutos, quién se lo llevó prestado y localizarlo telefónicamente. Esto hace que este tipo de biblioteca tenga poquísimos guardianes y muchísimos empleados, y tiene un tipo de funcionario que es una mezcla de bibliotecario y dependiente (por lo regular son estudiantes de medio tiempo y tiempo completo). En una biblioteca en la que todos transitan y sacan libros, continuamente hay libros que se quedan sin volverse a acomodar apropiadamente, que no se colocan adecuadamente en los estantes, entonces estos estudiantes recorren los pasillos tirando unos carritos de servicio enormes y andan devolviendo los libros a su lugar, controlando que estén ubicados donde les corresponde de acuerdo a su código y que estén más o menos en orden (nunca lo están, esto aumenta la aventura de la búsqueda). En Toronto me sucedió que no pude encontrar la mayoría de los volúmenes de la Patrologia de Jacques-Paul Migne; esta destrucción del concepto de consulta haría enloquecer a un bibliotecario sensato, pero así es.
     Este tipo de biblioteca es a mi medida, puedo decidir si me paso el día entero en santo regocijo: leo los periódicos, me llevo los libros a la cafetería, luego regreso a buscar otros libros, realizo descubrimientos. Había entrado a la biblioteca, digamos, para ocuparme del empirismo inglés, y terminé estudiando a los exegetas de Aristóteles. Me equivoco de piso, entro en una zona en la que ni siquiera sospechaba que iba a entrar, especializada en libros de medicina, pero luego, de improviso, me topo con algunas obras de Galeno, por lo tanto, con referencias filosóficas. La biblioteca deviene, en este sentido, una aventura.
     Sin embargo, ¿cuáles son los inconvenientes de este tipo de biblioteca? Son robos y mutilaciones, obviamente: por más controles electrónicos que existan, es mucho más fácil, creo yo, robar libros en este tipo de biblioteca que en el nuestro. Aunque precisamente el otro día me contaba el funcionario de una alcaldía acerca de una insigne biblioteca italiana en la que descubrieron a un tipo que desde hace veinticinco años se estaba llevando a su casa los más hermosos incunables. Ya que él poseía volúmenes con los sellos de antiguas bibliotecas, entraba a la biblioteca aparentemente llevando consigo éstos, pero en realidad solamente eran las guardas de los libros, localizaba el incunable que quería, le arrancaba los folios de su encuadernación original y los metía en las viejas guardas que él llevaba consigo, luego salía, y tal parece que en veinticinco años se logró armar de una biblioteca maravillosa. Evidentemente, los robos son posibles en todos lados, pero creo que el criterio de una biblioteca, llamémosla abierta, de circulación libre, es que el robo se repara comprando otro ejemplar del libro, incluso si es una antigüedad. Es un criterio multimillonario, pero es un criterio.
     El otro tipo de inconveniente de este tipo de biblioteca es que permite, encamina y alienta, la xeroxcultura. La xeroxcultura, que es la cultura de la fotocopia, conlleva en sí, junto a todas las comodidades que la fotocopia implica, una serie de graves inconvenientes para el mundo editorial, incluso desde el punto de vista legal.      La xeroxcultura implica, ante todo, la caída del concepto de derecho de autor. También es verdad que en estas bibliotecas, en las que hay decenas y decenas de fotocopiadoras, si uno se dirige al servicio especial, donde se gasta menos y se deja el libro para ser fotocopiado completo, el bibliotecario nos dirá que no es posible porque va en contra de la ley del derecho de autor. Pero si se tiene un número suficiente de monedas y uno mismo saca las fotocopias del libro completo, nadie dice nada.
     Si la Biblioteca es, como quiere Borges, un modelo del universo, intentemos transformarla en un universo a medida del hombre, y vuelvo a recordarles, a medida del hombre quiere decir también alegre, también con la posibilidad de tomarse un capuchino, también con la posibilidad de que dos estudiantes, una tarde, puedan sentarse en los sillones, no digo para entregarse a un indecente abrazo, sino para que puedan consumar parte de su amorío en la biblioteca, mientras toman y vuelven a colocar en los estantes algunos libros de interés científico, es decir, una biblioteca que den ganas de frecuentarla y que luego se transforme gratamente en una gran máquina para el tiempo libre, como lo es el Museum of Modern Art, en el cual se puede ir al cine, pasear por los jardines, mirar las estatuas y comer toda una comida completa. Sé que la unesco está de acuerdo conmigo: «La biblioteca […] debe ser de fácil acceso y sus puertas deben estar abiertas de par en par a todos los miembros de la comunidad, que libremente podrá usarla sin distinciones de raza, color, nacionalidad, edad, sexo, religión, lengua, estado civil y nivel cultural». Una idea revolucionaria. Y la mención acerca del nivel cultural también postula una acción de educación y de consulta y de preparación. Y luego la otra cosa: «El edificio que hospeda a la biblioteca pública debe ser céntrico, fácilmente accesible incluso para los inválidos y abierto en horarios cómodos para todos. El edificio y su decoración deben ser de aspecto agradable, cómodo y acogedor; y es esencial que los lectores puedan acceder directamente a los estantes».
     ¿Lograremos transformar la utopía en realidad?.

Traducción del italiano de María Teresa Meneses

*    Este texto, editado por razones de espacio, lo leyó Umberto Eco el 10 de marzo de 1981, en ocasión de los veinticinco años de actividad de la Biblioteca Comunale de Milán, en la actual sede del Palazzo Sormani.

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