Julián Herbert: el oficio de la creación

Alejandro Noé Ramírez López

Irapuato, Guanajuato, 1995. Su libro más reciente es Los extremos de la subjetividad en investigaciones literarias: el disfraz de la escritura (DCSyH, Universidad de Guanajuato, 2019).

La editorial boutique Gris Tormenta pone a disposición de los lectores, con su acostumbrado mimo, el segundo volumen de la colección Paisaje Interior, Suerte de principiante: once ideas sobre el oficio (2024), la más reciente publicación del pluridimensional autor mexicano Julián Herbert (1971). Sus lectores ya lo saben: Herbert ha incursionado con peculiar desenvoltura en los géneros de la poesía, la novela, el cuento, la crónica, el ensayo de crítica literaria, el aforismo y el guion para cine y televisión. De la misma manera, se ha aventurado a participar en manifestaciones artísticas que tradicionalmente exceden lo «literario», póngase por caso la composición e interpretación de canciones de rock, la videopoesía, el arte objetual, la actuación y la escritura para arte esotérico (tarot). Todas estas prácticas dan cuenta de la aptitud de Herbert para no ceñirse a las limitaciones genéricas impuestas por los códigos antañones que se fosilizan dentro de la cultura literaria. Más bien, manifiesta una inclinación a la mixtura y al desplazamiento. Por el cauce de una amalgama fluida, engendra una serie de artefactos creativos que, con todo y su divergencia paradójica, terminan por reflejar, con profundo fervor y cierto trastorno, muchos de los fundamentos de la tradición. En este sentido, Suerte de principiante es un libro de ensayos que bien podría verse como poética, autobiografía, crítica literaria y autoexégesis.

En relación con lo anterior, Suerte de principiante es un libro que depende por completo del desarrollo de la obra de Herbert. Las ideas planteadas alrededor de la intuición poética, la lectura, la pasión y la cultura literarias están determinadas por el estadio en el que la obra del autor se encuentra en el presente: es inviable que Suerte de principiante hubiera surgido en una época previa, aunque muchos de sus planteamientos esenciales provienen del pasado remoto y de la experiencia literaria del escritor en formación. Ahora bien, la experiencia se vuelve significativa y transmisible por mor de la necesidad divulgativa. Las obsesiones del Herbert escritor aterrizan sobre textos teóricos y filosóficos que corroboran el sentido de las intuiciones previas. De ahí que funcione hablar de una «suerte de principiante» en boca de un autor que vive su plena madurez, ya consciente de haber alcanzado algunos puntos de control. Cabe decir, además, que esa experiencia creadora traza un recorrido de más de treinta años de publicaciones y más de una veintena de libros como garantes de las disquisiciones al respecto del conocimiento poético y de sus prácticas optimizadas. No obstante, la actitud de principiante siempre es necesaria para observar con nitidez. Quien considera que ya domina el arte literario da por sentada la riqueza del deslumbramiento y ya sólo se dirige por la miopía o el automatismo.

Aunque Herbert no aborda Suerte de principiante con una intención sistemática, sí que es organizado. Como buen pensador de su experiencia, destila unas cuantas guías esenciales que dirijan su exploración sobre la poética: la respiración, la rutina, la repetición, la pregunta, la paranoia, la dualidad, la mala leche, la emoción ideológica, la tertulia, la ermita y la vocación. A partir de cada asunto, desarrolla una anécdota autobiográfica o recupera un chisme o un evento de la historia literaria e ingresa al desarrollo de la reflexión sobre la creación literaria. Por cada tema, plantea meditaciones en forma de cuestionamientos. Por ejemplo: ¿Cuál es la relación del escritor con su lengua?, ¿cómo accedemos a la conciencia desde el yo?, ¿por qué la tertulia implica el desengaño? o ¿por qué es necesaria la repetición para concebir una obra?, entre muchos más. Hacia el final del libro, Herbert hace explícito su proyecto de escritura: encontrar, mediante la reiteración de pensamientos y experiencias, nuevas formas de lo inenarrable que permiten por fin decir lo que estaba al principio. Esa es la suerte de principiante (págs. 296-297). Además, no es trivial señalar que, para abordar estas ideas sobre el oficio literario y nutrir sus reflexiones, Herbert abreva libremente en tres campos referenciales: el budismo zen, la poética cognitiva y las relaciones entre creación y realidad. Por las páginas de Suerte de principiante desfila una avalancha de referentes entre los que se puede mencionar, mínimamente, a Alan Watts, D. T. Suzuki, Harold Bloom, Eihei Dgen, Wallace Stevens, T. S. Eliot, Anne Carson, Tablada, Chantal Maillard, Oscar Wilde, Ovidio, López Velarde, Quevedo, Fernanda Melchor, Dante, John Keats o Charly García.

La pregunta central para este tipo de empresas ensayísticas es: ¿se puede enseñar algo efectivo o coherente sobre el aparentemente inasible oficio literario? Si la respuesta es que sí, en este caso las intuiciones que desarrolla Herbert dan forma y sintetizan varias y dispersas esferas de actividad que constituyen la profesión literaria, por lo menos desde donde él la ha ejercido. En efecto, al tratarse de una profesión cargada de prejuicios y estereotipos que opacan lo requerido para desempeñarla, toda humilde tentativa por organizar la propia trayectoria de creador resulta intensamente reveladora, como en este caso. Es preciso señalar que Suerte de principiante es la reescritura de un ciclo de once conferencias informales que Herbert impartió en un periodo de año y medio: entre febrero de 2019 y julio de 2020. Las conferencias se transmitieron y están disponibles para su consulta por medio de la plataforma de videos YouTube. El carácter didáctico de las mismas está imbricado con su propósito comunicativo original. La estructura según la que se distribuyen los capítulos del Suerte de principiante procede del mismo número de charlas que, casualmente, coincide con los once capítulos en los que se divide un libro precursor, mismo que se planteaba reflexiones sospechosamente semejantes: Zen in the Art of Writing (1989), del entrañable Ray Bradbury (1920-2012).

Suerte de principiante es, pues, el resultado de un ejercicio interpretativo sobre el propio oficio literario: se acomete una reflexión sobre los hábitos de la creatividad con el rigor analítico indispensable para descifrar una pasión lúcida que atraviesa al mismo que la evalúa. Como juego de proyecciones, es una descarnada empresa despiadada. La sola tentativa de organizar el relato del propio quehacer poético y, además, de llegar a proponer una serie de intuiciones explicativas terminarán por desflemar de todo pudor y misterio al escritor. A veces él mismo parte de la biografía para llegar a la poética. A veces parte del chisme literario para desembocar en un problema estético. Dados estos puntos de ingreso a la reflexión, se pone en evidencia que la literatura es un oficio no susceptible de atomización o análisis esquemático a riesgo de atentar contra su integridad, su propiedad y la fuerza expresiva que permite acceder a lo sublime. Si se optara por una exposición causal, explicativa, sistemática y de resultados replicables, el riesgo de mutilar los cauces que le dan sentido al oficio literario sería total: se presentaría inabordable el llegar a entender cómo se ejerce genuinamente la creación literaria. Por ello es que la forma expositiva de ensayo narrativo soporta, de manera idónea, la exploración técnica, intelectual y afectiva que Herbert se propone en Suerte de principiante. Suculentas migajas para rastrear algún sendero iluminado entre los árboles del bosque.

Suerte de principiante: once ideas sobre el oficio, de Julián Herbert. Gris Tormenta, 2024.

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