*** / Josué Robledo Cabrera

Preparatoria 4

La luz molestaba mis sueños, las persianas se abrían ante mis ojos y miraba los primeros rayos de sol que entraban por la ventana e iluminaban mi habitación. Mi padre llevaba las cosas para partir, mientras yo arrebataba los víveres de sus manos para ayudar y poder irnos, salíamos rumbo a casa  de mis abuelos. Mi estómago revoloteaba por llegar, mi interés aumentaba mirando la ya conocida ruta; pero no era por la deliciosa comida de mi abuela, ni las crujientes galletas de mantequilla que horneaba por la tardes. Mi interés y mi adrenalina aumentaban cada vez que pensaba en aquella habitación, cada escalón rumbo a ella era un palpitar dentro de mi pecho; sigiloso como un roedor temeroso abría la puerta de la habitación, por doquier había libros viejos y polvorientos, y yo tenía hambre de mirar dentro de ellos, y temor de que mi abuelo abriera la puerta de la habitación y me descubriera.
      Imaginaba las historias de mi abuelo, que al marcharme me recordaba que no entrara en aquella habitación, que se enojaría. Hojeaba excitado por las hermosas ilustraciones, todo un universo que en la escuela nunca vi; imaginaba habitar en otro planeta, viajar a la velocidad de la luz, caminar sobre la luna y alejarme de esta galaxia. Me disponía a salir para no ser descubierto, pero un enorme libro cautivó mi mirada; sin dejar de observarlo, dispuse del sillón y seguí contemplando sus imágenes, tomé la pipa con la que fumaba mi abuelo cuando contaba cada una de sus historias; leía como él lo hacía, cruzada la pierna y tomando la pipa en la mano, quería ser como él, ser parte de tantas historias fascinantes. Escuché un extraño ruido, asustado dejé caer la pipa, mi abuelo entró en la habitación, me miró; mi cuerpo inmóvil no podía reaccionar, al igual que mi boca. Atemorizado y triste por aquella decepción, agaché la mirada dispuesto a recibir mi castigo. Mi abuelo se acercó, sus pasos rechinaban en la madera, tocó mi hombro, yo oculté mi rostro entre las manos, tomó asiento junto a mí y dijo: “Estoy orgulloso de ti”. Confuso y temeroso aún, no comprendía.
      “Me enorgullece el encontrarte aquí y mirarte a través de mi infancia; eres muy valiente. Quise privarte de este lugar para que te interesaras en él, quise asustarte para que lo enfrentaras. No estoy molesto, mi padre me prohibía entrar a su habitación, de hecho,nadie de mis hermanos osaba hacerlo, yo fui el único que se atrevió. Él se enteraba de que lo hacía, y por eso recibí mis peores castigos, me fueron prohibidas las cosas que más disfrutaba, pero nunca pudo que dejara de ser amante de las letras.”  

 

Comparte este texto: