Tepic, Nayarit, 1962. Su libro más reciente es «Tránsito(s) y resistencia(s). Ontologías de la historia». (UNAM, 2017).
Los poetas-filósofos
renuevan el orden de sentido
y permiten alojarse en él
Josu Landa
Pareciera que Josu Landa se propuso, con este libro, sondear el radio de su ser como sabio poeta filósofo. Intrincada intimidad que se hace a cada momento y a la que obedece este libro. La aparición de Filos de reserva debe considerarse un acto poético-filosófico de toda una vida dedicada a crear sentidos de lo que no se dejan ver a las claras. Sus páginas nos indican y abren indicios de una vida que se hace desde un saber columbrar, vislumbrar, deslumbrar, pero también desde un saber vivir, pensar y crear, como ciclo indetenible, como las estrellas y planetas que, según Aristóteles, eran manifestación de una intelección que a la vez era uno con lo pensado. Ciertas personas transcurren en un ciclo que configura vida humana verdadera y de ahí la fuerza de sus palabras. Justamente Josu nos dice que «la investigación filosófica la realiza alguien que ha consagrado su vida a procurar la verdad», que se ha «preparado anímica y éticamente para librarse de prejuicios». Pues toda producción de verdad conlleva un ethos. Para Josu «los efectos de experimentar la verdad noética alcanzan el ethos» y lo «transforman para bien». A lo largo de estas páginas se nos ha invitado a hacer de la investigación filosófica algo más que la mera actividad academicista. Estos minitratados son la vida y obra de un pensador que no ha permanecido quieto ante el mundo que tiene enfrente.
Aquí se condensan artículos de revistas y libros, ponencias, diálogos y, en general, inquietudes y profundizaciones sobre la situación del mundo actual y la producción poética de su entorno, acompañadas de una visión sólida y nutrida de la historia de la filosofía. Cuando uno lee a Josu logra comprender que hay personas que trascienden o buscan trascender toda relatividad pero desde una mirada amplia, y, en cierta medida, logran ser en el hacer-pensar y en la poiesis. Festejo este libro sobre los más diversos recorridos donde podremos encontrar los indicios de un pensar que explora la vida humana a través de los filósofos y poetas, sin olvidar estos tiempos convulsos en que tenemos que hacer nuestra vida junto con los demás. Cada filo de reserva, como escritura, nos abre a la experiencia del pensar y nos invita a renovar los sentidos con los que vivimos.
Josu Landa despliega en su parte intitulada «Columbres» una lectura de distintos eventos del pensar en la historia de la filosofía desde la Antigüedad hasta el siglo xxi a partir de un principio nietzscheano: el valor de tales y cuales conceptos para la vida. El nietzscheanismo de Josu Landa es atemperado por una perspectiva que le permite no desfallecer ante portentos filosóficos como Heidegger, Bergson, el mismo Nietzsche. Podemos ver que para él debemos armarnos ante la monumentalidad de los pensadores con filos de reserva y exactamente preguntarnos por el valor de esa filosofía para la vida. En este sentido, podemos pensar las lecturas landianas «como impugnaciones de prestigiosas construcciones filosóficas»: no tienen desperdicio. Sus impugnaciones son minitratados situados en medio de las miriadas de filosofías y a través de todas ellas saca filos y filos de reservas ante posturas que pretenden un absolutismo, un cierre y un fundamento último. Josu Landa se coloca en un lugar entre el hambre de absoluto (que él confiesa) y la construcción de una morada para poder vivir como algo irrevocable. De ahí que en «Tiempo y prosopopeya» se distancie de las prosopopeyas del tiempo y de cualquier transformación de la temporalidad en sustancialización; se separe del ser para la muerte, «de todo fue», pero también del eterno retorno, y de un eterno ideal, proponiéndose en esta primera lectura landiana una temporalidad inmanente, donde el tiempo se vuelve espacio y el espacio, tiempo; en el tiempo del hacer y del vivir y del obrar, del cada segundo y cada día, irrenunciables, sin excluir la esperanza y la espera que brota desde ahí. Josu intenta no cerrar, agujera lo que arrebata la posibilidad de una buena vida, y también de una buena muerte.
De la misma manera, en la relación entre posturas filosóficas se adhiere a una apertura de miras que, en lugar de seguir la lectura que Nietzsche hace de Sócrates, que lo excluye de lo dionisiáco, lo abre a un dionisismo, «porque Nietzsche pierde de vista que lo dionisiáco es una fuerza dinámica, en eterno proceso de adaptación a sus tiempos de referencia, con capacidad de ser otro y el mismo».
Si bien Filos de reserva nos da señas para elaborar nuevos sentidos y modos de ser en nuestras latitudes, en gran medida conforme a la idea del bien socrático-platónico, es importante desglosar las nociones que se entretejen en derredor. Por ejemplo, para entender mejor la propuesta ética de Josu no podemos dejar de lado la interpretación que hace tanto de Nietzsche en «Qué significa ser nietzscheano» y de Schopenhauer en «Más allá del materialismo». De ellos se vale para hablar de una propuesta ética que abraza el terreno existencial y material.
Con respecto al nihilismo de Nietzsche nos habla de la ruptura de las verdades eternas, fijas e inalcanzables y de nuestro paradero en medio de esa situación desoladora. Como bien apunta Josu: «ya no hay una realidad absoluta que se manifiesta en la aletheia; pues, ahora, la existencia, el mundo objetivo es una función de las operaciones subjetivas». Todo pasa y queda en los márgenes de la individualidad, y a la vez el individuo es un ser en constante movimiento, es ético y político, de modo que su vida entera es un ir en la búsqueda de su reunificación con el todo, con esos otros con los que convive sin olvidar que el ethos de la temporalidad inmanente comprende una dimensión microcósmica y macrocósmica. Josu busca, en última instancia, deshacer la lejanía de las cosas. Para ello, nuestro filósofo retoma la idea de embriaguez nietzscheana y nos dice que esa embriaguez es «una de las posibilidades más efectivas de superación del desgarramiento de la individuación y de la expansión de la subjetividad en su reunificación con la Naturaleza absoluta». La embriaguez y también el dolor y el genio conforman el espíritu libre nietzscheano, que nos da jovialidad y nos permite «transgredir la miseria de la representación moderna», nos da anhelo en medio de «un mundo huérfano de dioses».
Así como Nietzsche le permite a Josu Landa encaminar su ética hacia lo existencial, Schopenhauer lo impulsa a la materia, a la corporalidad y a la práctica. Con él se «desmonta la divergencia acerca de si la base de la realidad es materia o idea». Josu abreva del concepto de Voluntad para hablar de una correlación entre sujeto y objeto, y no de una causalidad. La voluntad transgrede los límites de la idea y la forma, aspecto que por sí solo es suficiente para sumarlo a una propuesta ética. Sin embargo, Josu Landa lleva a Schopenhauer más allá, ya que si «la materia es una función del entendimiento» es porque no piensa en una materia en sí, sino en que «la representación, la intuición y el objeto empírico constituyen la realidad del mundo, que sólo puede ser percibida por su intrínseca materialidad». Lo que implica que no podemos pensar, por ejemplo, en hacer un bien sin dotarlo a su vez de materialidad, esto es, de llevarlo a cabo. Por ello, el horizonte desde el que Josu configura su ética debe asumir que «toda esencia de la materia consiste en actuar». Así, el espíritu libre nietzscheano y la materia schopenhaueriana son bases aledañas que sostienen una ética que nos compromete a actuar y transgredir nuestro mundo.
En «Hacer para saber», la poiesis humana busca dar sentido al sinsentido, y en última instancia abre camino para una ética y una política que involucren la eudaimonia personal y social. Una tarea loable, ardua y compleja, que, sin embargo, siempre resulta honesta. No escatima en señalar los problemas de la investigación filosófica actual, pero tampoco se contenta con señalar sus males, va en constante búsqueda de remedios para tratar al academicismo y la esterilidad en donde suele y puede estancarse el pensar, y lo hace, al poner la labor filosófica en compromiso radical con la ética. Tal y como entiende Josu Landa la verdad socrático-platónica no es un discurso sobre un objeto, sino un evento generador de sentidos que, por lo tanto, modifica las almas. La filosofía como búsqueda de la verdad es así un «saber para hacer». Ese hacer es siempre aquello que resulte lo mejor, lo más bueno. Entonces, esa generación de sentido, ese hacer que sabe el bien, tiene implicaciones «ético-pedagógicas». Por ello no debemos limitar nuestros esfuerzos al vivir de ella.
Josu remarca las diferencias en las distintas labores de la investigación filosófica, que en última instancia no son sino modos de proceder: como aquellas que se decantan por el amor a la verdad, la zétesis, así como aquellas de corte academicista. El proceder, el valor y el contexto de los distintos modos de hacer filosofía forman parte de nuestra contemporaneidad lo queramos o no. Sin embargo, ello no implica el descuido de la filosofía. Por eso se remite a la mayéutica para decir que «la investigación filosófica extrae verdades configuradas en el alma del investigador», y le permite «educarse y educar investigando». Como un filósofo que abreva del platonismo es consciente de que el filósofo existe como alguien dedicado al cuidado de la ciudad.
Y ¿qué es más humano que la política y el ansia ingobernable de poder? Como todo transcurso por los confines ético-filosóficos a los que podemos voltear la mirada y dar señas de la condición humana, pocas resultan tan chocantes y crudas como las que nos ofrece Maquiavelo de la naturaleza malvada del hombre, siempre a contracorriente de nuestro anhelo de practicar y vivir el bien. Pero sin ser ilusos, la política tiene poco de franqueza y mucho de desenfado mezquino. En «Maquiavelo. Las trampas del poder» Josu nos confronta con el aspecto más duro de la realidad. Con su repaso al Príncipe de Maquiavelo, nos muestra cómo opera una política ilusoria en donde «los gobernantes se mueven por metas mezquinas con el fin de mantenerse en el poder y la gloria». Lo terrible, como nos advierte Josu, es que aquel que busca perpetuar su propio poder tiene como fin el control total y a partir de ello se da a sí mismo su falsa validación ético-política, que además se la da como un a priori. Ante los levantamientos de sectas totalitarias en todas partes del globo no podría haber algo menos grave y alarmante en la actualidad que atender «la falta de justificación de matanzas y atentados contra los derechos humanos fundamentales». Pues en concordancia con el camino de la filosofía: «no es posible llamar virtud a exterminar ciudadanos».
El modelo del príncipe maquiavelista es el de la voluntad de dominio. Él busca imponerse por la fuerza, por ello Josu nos habla de una «voluntad de poder» que busca controlar al débil, y, sin embargo, en última instancia este dominio «es una mera nada», o bien, «una ilusión» que «se hace pasar por algo real y que juega con nosotros». Este dominio es, en palabras de Josu, un espejismo que se basa en una ficción subjetiva; la de creerle a alguien que tiene poder porque sobre la base de esa creencia nos doma a todos sin excepción ni vacilación. A Josu no se le escapa que por más ilusorio que pueda ser la voluntad de dominio total, esta es de hecho la ilusión sobre la que se codifica y oscila la historia de la humanidad: en esta «política de la nada, [que es] una pseudopolítica del poder por el poder». Ante esta forma de hacer política nos propone, en sentido inverso, una «política del ethos»: de relaciones interhumanas que sea capaz de «instaurar un ideal de justicia y prevenir el egoísmo y la desmesura».
La guía de la vida filosófica aquí expuesta es la que concierne a la existencia que tenemos enfrente. Los temas sobre cómo hay que vivir, cómo debemos ser y actuar resultan atinados y urgentes para las crisis que nos atañen hoy en día. Desde una reconstitución de la filosofía ética del pensamiento socrático-platónico, Josu ha buscado darle frescura a esta sabiduría milenaria. Y es ahí en donde entra una, de las muchas posibles, invitaciones para acercarse al libro. En su construcción de una ética va a confrontarse con los laureles en donde la labor filosófica suele reposar, se confronta con las posiciones que se pierden en su lucha teórica y no terminan por aterrizar con la materialidad que nos impele constantemente.
El pensamiento de Josu a lo largo de Filos de reserva es claro, se propone una filosofía que «ofrece vías ético-políticas que buscan instaurar un orden político justo». Idea retomada de Sócrates con la que Josu sigue su compromiso con los efectos de tal pensar: la completa transformación del alma. Josu es muy consciente de que para transformar la política se deben «modificar las almas de la gente implicada». Basta con dar un vistazo a la política actual en el mundo para dar cuenta de cómo las cosas no cambian si las mismas personas, sus mismos valores, su misma corrupción, se siguen propagando sin modificarse.
En «Retorno de las éticas de crisis», Landa nos expone un ideal de vida que parece de botepronto inverosímil en el mundo contemporáneo donde actualmente el filósofo sólo «imparte clases, polemiza interpretaciones, publica escritos y da conferencias». Pero podemos decir que este ideal del filósofo va más allá de las tareas domésticas que indudablemente el mundo le exige para existir y ganarse el pan. Este ideal de vida del filósofo no busca la popularidad, ni el poder, quiere transformarse a él y a su mundo, sólo así abrirá paso a nuevas formas de relacionarse con los otros que interpelen su existencia. Para Josu, «la filosofía como opción de vida comporta un constante ejercitarse y entrenarse, en pos de la conformidad con el mundo». Sin embargo, hay una tendencia a menospreciar saberes del pasado y excluirlos por considerarlos anticuados y poco útiles. Sin embargo, este pensamiento pragmatista obvia algo fundamental y que el mismo Josu reconoce: que «en la filosofía ningún sistema teórico anterior se anula por completo». Así, una de las ideas centrales del autor es que «hoy en día, las filosofías helenísticas son nuestras contemporáneas. Nos hablan a nuestras almas con sobrado sentido». Todo el pensar landiano oscila en su llamado a la ética y el bien para hacer frente a nuestras crisis sociales actuales. Para Josu es indudable que en la actualidad estamos ante la presencia del «retorno de las doctrinas sapienciales post-socráticas y las éticas de crisis y decadencia». Y nuestra tarea desde la filosofía es entrar en «un proceso de resignificación teórico-práctico de estás doctrinas». Sólo así se fundarán, entre otras cosas, nuevas éticas. Y con y desde ellas, se velará por la eudaimonia personal y social.
Filos de reserva es un buen acompañante para hacer un repaso a la historia de la filosofía, si a su vez no queremos dejar de tener presente el horizonte de nuestro mundo contemporáneo. Esto es, si queremos escudriñar en saberes pasados para buscar luz en nuestro presente. Muchos de los tratados se encuentran llenos de buenas referencias a la discusión de estudios sobre los clásicos. Por otro lado, hay muchos que quisieran dar coherencia filosófica a ciertas inquietudes sociales presentes en la actualidad. En general, encontramos una afinidad con la filosofía que no sólo se piensa sino que se vive y actúa en conformidad con ella. Si las seiscientas páginas pueden abrumar, los invito a que se asomen a algunos de los tratados, que los inducirán de cualquier modo a seguir leyendo.
La profundidad del tratado «De camino al ser», del que agradezco profundamente la dedicatoria, se debe en parte a la discusión con la pregunta que guía toda la historia de la filosofía, ¿qué es la metafísica? «De camino al ser» debe ser leído por todos los estudiantes de metafísica. En estas páginas, el manejo del autor de las distintas corrientes del pensar es fluida y siempre afilada. Repasa con Aristóteles y Anaximandro esa ciencia primera e indeterminada que será un hilo conductor a lo largo de los siglos. También lo hace con las posturas de Tomas de Aquino y Descartes, para notar su transición en conceptos como Dios y el yo pienso, así como su evolución en el pensamiento kantiano en la razón pura y el conocimiento trascendental. De igual modo explora la diferencia ontológica y las posibilidades que abre el trato heideggeriano a la condición de la metafísica en la actualidad. En suma, en estas páginas se ofrece un seguimiento de la comprensión de la metafísica en la historia de la filosofía y el cuidado a conceptos clave a los que aún ahora debemos seguir haciéndoles eco para pensar nuestras propias condiciones, tales como la physis y la aletheia.
Si bien las discusiones de Josu entran dentro del terreno de lo práctico, su reflexión ética busca ser siempre más honda, íntima y personal. Quiere dudar de los sentidos que cifran la vida que vivimos todos los días e instaurar nuevos que competan a algo más grande que la mezquindad o el egoísmo, por eso se adentra también al campo de la pasión y la religión de la mano de Unamuno. Sin embargo hay un intermediario casi omnipresente que circunda toda aproximación a la religión, y es que la modernidad se caracteriza por su desdén a la religiosidad y a Dios, y en su lugar se afianza sobre los terrenos de la razón y la subjetividad, ya Josu había hablado de «un mundo huérfano de dioses». Pero a la vez que la modernidad elige la muerte de Dios y, con él, del sentido, las pretensiones de cualquier sistema filosófico, incluida la ética de Josu, pueden parecer como imposibles o incapaces de adquirir solidez en la realidad. Pero eso es así sólo si obviamos a la religión misma y permanecemos en la nulidad. Pues como bien apunta Josu en su trato de la religión unamuniana: no se piensa a Dios en relación con la verdad, sino como un vínculo unificante de la conciencia de cada uno de nosotros. Esta visión de la religión y el sentido es el punto de inflexión respecto a la tradición filosófica de la modernidad y el lugar en el que sitúa la propuesta landiana. En esta recuperación de Unamuno nos dice que: «El sentido de religión es algo que se siente, más que algo que se describe […] Es un anhelo totalizante y de vida». La religión es inefable pero es algo que siempre se encuentra presente. Por eso, para Josu, recuperar este sentido de religión implicaría recuperar la importancia de «la pasión y la fe por sobre la razón». Ello implica tener un contacto más inmediato con la vida. Como vimos, en la propuesta ética de Landa se busca la coexistencia de una felicidad personal con una social, mientras que en la religión se busca unificar nuestras conciencias. Desde esa apertura de la individualidad que tiene sitio en la religión, la religiosidad se entiende «como desgarramiento interior». Trastoca esos márgenes del yo, y con ello da cuenta de que la incertidumbre y desesperación no son sólo individuales, sino también comunes, por eso el desgarramiento interior no sólo es dolor y congoja, sino también compasión. Todos estos son estados de ánimos y modos de existir que nos abren a descubrir a Dios como el «Eros que unifica y personaliza todo lo existente».
La religiosidad hace más transitable el camino a una ética del bien, pues nos presenta a los otros como si fuésemos nosotros mismos. Dar un sentido desde esa noción de la religión es creer en esta comunión con todo lo real y también en las potencias de nuestra propia espiritualidad. Cuando se habla de dar una finalidad o un sentido a la realidad, lo que se hace, y nos lo dice Josu, es «hacer consciente y personal [al universo,] crear a Dios». En última instancia, la propuesta filosófica de Josu busca ligar lo personal con lo comunitario e ir de la congoja a la unión, y por ello, nos dice que la «religiosidad es en el fondo la desesperación esperanzada».
Josu Landa expone la labor del filósofo en relación con el buen vivir. Desde ahí es que encontramos la apertura a los mejores sentidos de la vida ética, social, teórica y política, en la actualidad. La tarea del filósofo radica en mantenerse firme en sus virtudes morales e intelectuales para fungir como ideal de vida. O como lo expresa Josu en las últimas líneas de la sección de Columbres: «Quien consagre su vida a la poesía-filosofía, a existir según su voluntad de sentido, no debe desvivirse por la recepción social de su labor; al contrario: habrá de afirmarse en su destino y asumirlo con el fervor que acompaña toda promesa de redención».
Gracias a Josu Landa por este libro, que invita a cuidar a los demás en el cuidado de uno mismo, y en el cuidado de uno mismo está el cuidado de los demás y de lo divino.
Filos de reserva, de Josu Landa. Beyond Dimensions, 2023.