José Agostinho Baptista / El destino de los amantes

 

Se disipa, en la neblina lejana, la cintilación de una
antorcha,
un rastro de imponderables amantes.
Quien por ellos clama, clama en vano.
Ya las venas se abrieron para la desolación de la tierra.
Estos ríos no son sus ríos.
Y esta agua mutilada,
esta luz que hiere el amplio patio de los inviernos es su
agua, su luz.
Donde el rayo despedaza los tenues hilos del amor una
inesperada palabra asume el desastre.
Se amaron y se perdieron.
De pie, sobre la cubierta, contemplarán el fin de los
navíos.
El albatros describe las moles inmensas de la saudade.
Existe, sobre la mirada de los condenados,
una aflicción de sombras,
cuando el sol se aparta a sus dominios.
La seducción de los frutos y la seducción de la muerte y,
seducidos, demandaron el gran valle.
Un arco de sonido vibra eternamente en el centro de la
tempestad.
Ellos se regresan hacia afuera, 
a la unánime certeza de la oscuridad del mundo.
El alma parte.

 

Despedida

Un arpa envejece.
Nada se escucha a lo largo de los canales y los que reman
sueñan junto a las estatuas de penumbra.
Tu sombra está detrás de mi sombra y danza.
Me tocas de tan lejos, sobre el precipicio y no sé si
fue amor.
Cierto rumor de copas, una súplica en el origen de las
ruinas,
todo se perdió en el solitario campo de los cielos.
Una estrella caía.
Ese fuego consumido quema aún el recuerdo del
sur, su extremo dolor anochecido.
No viene jamás.
Tu rostro es el prado  mutilado de los pasos en que me
entristezco, la absoluta condenación.
Llueve cuando pienso que un día tus rosas florecen
en  el centro de esta ciudad.
No quise, alrededor de los labios, la profanación del jazmín,
tus hojas de octubre.
Ocultaré, en la agonía de las casas, una pena que revolotea,
la desnudez de quien sangra a la vista de las catedrales.
Mi pecho abriga tus semillas y muere.
Esta música es casi el viento.

 

Versiones del portugués de Sergio Ernesto Ríos

 

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O destino dos amantes
Dissipa-se, no longo nevoeiro, a cintilação de um / archote, / um rasto de imponderáveis amantes. / Quem por eles clama, clama en vão. / Já os pulsos se abriram para a desolação da terra. / Estes rios não são os seus rios. / E esta água mutilada, / esta luz que fere o amplo pátio dos invernos é a sua / água, a sua luz. / Onde o raio despedaça os ténues fios do amor uma / inesperada palabra assume o desastre. / Amaram-se e perderam-se. / De pé, sobre o convés, contemplarão o fin dos / navios. / O albatroz descreve os vultos imensos da saudade. / Há, sobre o olhar dos condenados, / uma aflição de sombras, / quando o sol se afasta para os seus domínios. / A sedução dos frutos é a sedução da morte e, / seduzidos, eles demandaram o grande vale. / Um arco de som vibra eternamente no centro da / tempestade. / Eles voltam-se para fora, / para a unânime certeza da escuridão do mundo. / A alma parte.

Despedida
Uma harpa envelhece. / Nada se ouve ao longo dos canais e os remadores / sonham junto às estátuas de treva. / A tua sombra está atrás da minha sombra e dança. / Tocas-me de tão longe, sobre a falésia, e não sei se / foi amor. / Certo rumor de cálices, uma súplica ao dealbar das / ruínas, / tudo se perdeu no solitário campo dos céus. / Uma estrela caía. / Esse fogo consumido queima ainda a lembrança do / sul, a sua extrema dor anoitecida, / Não vens jamais. / O teu rosto é a relva mutilada dos passos em que me / entristeço, a absoluta condenação. / Chove quando penso que um dia a tuas rosas floriam / no centro desta cidade. / Não quis, à volta dos lábios, a profanação do jasmim, / as tuas folhas de outubro. / Ocultarei, na agonia das casas, uma pena que esvoaça, / a nudez de quem sangra à vista das catedrais. / O meu peito abriga as tuas sementes, e morre. / Esta música é quase o vento.

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