Jorge Ortega / Diario de Liverpool

No más sonido que la rodadura
suave y veloz de un coche
sobre la carretera,
el pájaro invisible
en el laurel intonso que lo abraza,
la pulsión de la sien contra la almohada.

El sol recorre el césped
y los follajes rumian,
se atraviesa una nube
y los follajes callan.

Intermitencias: suspensión del viento
o viento
desatado.

La soledad extiende sus alfombras.

Día, noche, día
en el jardín desierto,
en el verde desierto del jardín,
palestra de infinito.

Falta el desorden, la espiral del caos
para salir del pasmo, para salir del paso, moverse
                                    o
quedarse

a vivir

en la pausa.

 

Libro de los relatos no contados

La casa es una esponja.
El ruido que la puebla
hace nido en sus muros.

La estela de los dichos y los hechos,
cometa repentino
fluctuando por las grietas
de un dovelaje mudo que refrenda
la pulverización
                           de los blasones.

Portazos, tonos confesionales, tintineos
de cucharas y platos,
                                  campanillas,
consolas, pianos, voces
de múltiple volumen y espesor,
retumbos de mudanza.

Mas un buen día la casa
se anima a declarar
por la infinita boca
de sus porosidades.

«Aparecidos » , dicen unos,
                                           y otros
«emanaciones de energía » .

Lo cierto es que hay murmullos
en la red del silencio
cuando el trajín escampa y los salones
muestran un palimpsesto
lavado por la ausencia de inquilinos.

Compendio de alusiones, testimonios
para solaz de nadie.

 

Nocturno del Albaicín

El agua es la sangre de la tierra
—seguramente ya se ha dicho antes.

El agua es la sangre de la tierra
y viaja desde lejos,
                               por debajo,
para surgir del centro de la piedra:
hidrante mineral de las edades,
profundo corazón.

                               Y viaja
desde lejos o cerca
para volcar su curso
al pie de nuestra sed.

Mira el dorso del río
tatuado con las hojas del castaño;
míralo y queda curado,
recobra la vista una vez más.
Oye la fuente allá, con su continuo
monólogo de dios que se desangra
pero que nunca llega a doblegarse,
sino por el contrario,
que adiestra nuestro oído
para el cantar del pozo.

Es medianoche y alguien sigue hablando
entre las parras y la hiedra oscura.

Suave dicción del agua que no cesa
de transcurrir detrás de los postigos
como una serenata primitiva.

Danos, oh numen, el punto de apoyo
para sobrellevar este prodigio
aunque no comprendamos su lenguaje.

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